Tercero en concordia

Esta nota fue publicada originalmente el 09/08/2015 en el periódico Perfil.

Como antes Manrique, Alsogaray, Cavallo o López Murphy, Massa puede tener un rol importante si ganan Scioli o Macri.

Lo que es urgente para los candidatos, la obsesión por llegar al poder, casi nunca deja ver lo importante: cómo hacer para gobernar si es que logran su objetivo. Suponiendo, claro, que los “qué” ya están definidos, al menos para una primera etapa (no parece que el próximo presidente tenga demasiado margen de maniobra para ignorar los problemas de fondo que se acumulan bajo la alfombra). Y que los “quiénes” surgirán de los equipos, colaboradores y arribistas que rodean a los candidatos.

La fascinación argentina con el corto plazo suele desplazar los dilemas estratégicos que, más temprano que tarde, irrumpen en la agenda de prioridades sin contemplaciones ni avisos, en forma de crisis y a veces de terremotos. Y si algo advertimos los últimos días es que en este país está en juego la gobernabilidad. En el contexto de un fin de ciclo caracterizado por un liderazgo hiperpresidencialista, abrasivo y autorreferencial, que logró de algún modo congelar las peores consecuencias del gran colapso que experimentó el país en 2001, resurgen ahora los rastros más patéticos y preocupantes de la falta de un sistema político estructurado en torno a reglas, partidos y liderazgos democráticos.

Nadie sabe si a partir del 10 de diciembre habrá vocación y oportunidad para reconfigurar los mecanismos que deberían regular el acceso al poder y la gestión de los gobiernos, pero estamos en una obstaculizada transición en la que lo viejo no termina de morir y lo nuevo no termina de nacer. Todo lo que era sólido, o más o menos, aparece desvanecido o reducido a una mera y oscura formalidad. Ese es sin duda el caso del PJ (que con la muerte del Chueco Mazzón, que se fue sin dejarnos sus imprescindibles memorias, pierde una de sus figuras más versátiles y emblemáticas). Debería convertirse el peronismo en un pilar de gobernabilidad, para que Scioli pueda desde ahí consolidar su autoridad y mitigar la influencia residual de los segmentos K más talibanes. O para que Macri, en potencial minoría en el Congreso y con un puñadito de gobernadores afines, pueda establecer una agenda de consensos para encarar el sombrío legado que dejará CFK. Obviamente, si Massa sorprendiera y volviera a colarse entre los punteros, de nuevo el tráfico hacia Tigre se haría aun más denso y un buen sector del peronismo debería darle lo que le sacó: la estructura nacional para poder consolidar su liderazgo y gobernar.

Todo se pondría peor si entramos en zona de mayores turbulencias y se profundizara este descomunal escándalo que protagonizan el jefe de Gabinete y el presidente de la Cámara de Diputados, pero que involucra a la política toda. ¿Podría acaso el PJ ser el problema y la solución? De ese ancho y diverso espectro de líderes, intereses, visiones y hasta alguna idea que expresa el peronismo debería emerger un grupo crítico de gobernadores, intendentes y sindicalistas que contribuyan a poner paños fríos y evitar que se resquebraje más el orden institucional.

En cualquier caso, aun sin que se profundice el creciente vacío de poder, el interrogante vital es cómo va a gobernar el próximo presidente. Aquí las elecciones sirven para elegir presidente, pero luego es necesario construir autoridad. Los votos dan la posibilidad de gobernar, brindan legitimidad de ejercicio. Pero eso no es suficiente. Al margen de la coalición electoral que permita ganar, enseguida hace falta construir una coalición de gobierno integrada por actores diferentes.
En ese marco, mirando la experiencia, es probable que quien salga tercero tenga mucho protagonismo en la construcción de la gobernabilidad que deberá encarar el próximo presidente. Invirtiendo el axioma de Los Redondos, el tercero puede ser un vencido vencedor. Ensayo general para la farsa actual.

Veamos antecedentes. Raúl Alfonsín designó secretario de Turismo a Francisco Manrique, líder del Partido Federal y tercero en las presidenciales de 1983. Con trayectoria en gobiernos de facto (jefe de la Casa Militar con Lonardi y Aramburu; ministro de Bienestar Social con Levingston y Lanusse), fue el factótum de una de las más grandes creaciones y emblemas de la política pública nacional: creó el Prode para financiar al PAMI. Ahora rifamos los recursos de la Anses en Fútbol para Todos. No es lo mismo, pero es igual.

La alianza se extendió hasta las elecciones de 1989, que enfrentaron a Eduardo Angeloz con Carlos Menem. El dirigente radical cordobés apeló a un desdoblamiento de la fórmula. En una de las aristas, se presentó junto a Juan Manuel Casella, del riñón alfonsinista, y en la otra con la jujeña María Cristina Guzmán, aliada a Manrique y parte de “la cría del Proceso”.
Menem repitió la fórmula de arreglar con el tercero: la Ucedé de Alvaro Alsogaray. La necesidad de lograr el apoyo necesario en el Colegio Electoral puso de moda estas mixturas supuestamente contradictorias, aunque los unía la vocación de poder. El menemismo absorbió buena parte de los componentes ideológicos o al menos discursivos de su aliado, que terminó desapareciendo, absorbido por el peronismo. Queda poco de todo eso, las desventuras de María Julia, ahora de Alderete… ¿Hay algún otro ex Ucedé que tema sufrir un destino similar?

Fernando de la Rúa recurrió a Domingo Cavallo para intentar evitar lo inevitable, desarmar la bomba de la convertibilidad, que él mismo había detonado en 1991. Y en esa dinámica de rueda loca que siempre fue y sigue siendo la política argentina, en las vísperas del colapso de 2001, para las elecciones donde el gran protagonista fue el “voto bronca”, Cavallo cerró un acuerdo con el PJ porteño: su mano derecha, Horacio Liendo, fue candidato a senador y la lista de diputados la encabezó… Daniel Scioli.

Luego Néstor Kirchner, siempre más ambicioso que el promedio, pretendió cooptar a casi todos con sus intentos de “transversalidad” y “concertación plural”. Ahí se colaron muchos radicales que habían acompañado a Ricardo López Murphy, tercero en 2003. Ese fue el caso de Julio Cobos. Y en el verano de 2008, en los albores del gobierno de Cristina, recibió a Roberto Lavagna en Olivos, aunque ello no se plasmó en un pacto, sí en una pícara foto. Colaboradores del padre del candidato a diputado por el massismo porteño se incorporaron luego al gabinete de Scioli, como es el caso de Alejandro “Topo” Rodríguez.

El hecho de que la conjunción de primeros y terceros no haya sido hasta ahora exitosa no debería desalentar al próximo presidente: casi nada salió bien en estos treinta y pico de años. No son estos pactos lo que explica nuestra decadencia. Pero el rompecabezas de la gobernabilidad exigirá apertura y una visión generosa y plural. O al menos ganas de quedarse con una partecita del poder a construir. Los terceros tendrán un papel para jugar. Quedar en el podio tiene algún privilegio. Peor es nada.