Nota publicada originalmente en el periódico Perfil el día 14/09/2014.
Los argentinos debemos reconstruir los mecanismos institucionales básicos que requiere cualquier sociedad moderna para procesar civilizadamente nuestras diferencias, resolver los principales problemas de la agenda pública y generar riqueza, aprovechando de forma sustentable y equitativa nuestro el enorme potencial. Regenerar, al mismo tiempo, la democracia, el Estado y el sistema capitalista. Los tres mecanismos arrastraban déficits de diseño y funcionamiento mucho antes de la llegada de los Kirchner al poder; quedarán peor después de sus gobiernos.
El sistema democrático debe regular la forma en la cual los representantes del pueblo llegan al poder con reglas claras, previsibles y equitativas. Esto no ocurre porque la transición a la democracia quedó inconclusa como consecuencia de las grandes crisis económicas de 1989 y 2001, y sobre todo de las prácticas políticas personalistas, centralistas y depredadoras de los Kirchner. Como resultado, el hiperpresidencialismo impidió que funcionaran la división de poderes y los sistemas de frenos y contrapesos. En particular, quedaron enormemente debilitados los partidos políticos y el federalismo, mientras que perdieron importancia y vigor las organizaciones de la sociedad civil. Así, las instancias corporativas de representación de intereses, como el sindicalismo y las asociaciones empresariales, han experimentado una notable fragmentación. En el movimiento obrero organizado sobreviven bolsones de autoritarismo y discrecionalidad que resulta imperioso remover para garantizar el pluralismo, la democracia interna y el respeto a las minorías.
Es decir, todos los componentes del sistema democrático deben ser reformados para que funcionen mejor, incluyendo el sistema electoral, que debe aggiornarse para erradicar definitivamente el control que en la práctica ejercen los aparatos, residuos arqueológicos del viejo orden bipartidario. Finalmente, el régimen de financiamiento de las campañas debe evitar que se usen fondos provenientes de las redes del crimen internacional (como el narcotráfico), y que sean apropiados de manera espuria los recursos de los contribuyentes utilizando la gestión como plataforma para instalar y proyectar candidaturas.
El aparato del Estado en la Argentina ha sido casi siempre generador de problemas, y casi nunca de soluciones. Se trata de un Estado gigante, el más grande de la historia, pero que es incapaz de brindar los bienes públicos esenciales que necesita la ciudadanía para vivir en paz y desarrollar con autonomía y libertad sus proyectos de vida: seguridad, justicia, educación, salud, infraestructura física (incluyendo acceso a la vivienda digna) y cuidado del medio ambiente. No se trata de un Estado totalmente fracasado: recauda una enorme cantidad de impuestos. Pero este dinero no regresa a los contribuyentes de manera efectiva, sino que se desperdicia en subsidios, mala praxis, caprichos de los funcionarios de turno, burocracia y corrupción. Por eso, los argentinos somos ciudadanos imaginarios: supuestamente, tenemos muchísimos derechos, pero en la práctica sólo una minoría puede disfrutarlos. Debemos construir un Estado moderno, profesional, inteligente, ágil, transparente y con capacidad de regular correctamente las fuerzas del mercado.
Justamente este último desafío es también trascendental: necesitamos liberar y multiplicar toda la energía transformadora y la capacidad creativa de nuestras empresas, emprendedores y trabajadores, generando los incentivos para la inversión, la innovación y el aumento de la competitividad, y para que vengan otras empresas del extranjero y surjan muchas nuevas más. La fórmula es sencilla: todo el mercado que sea posible, todo el Estado que sea necesario para eliminar la indigencia y garantizar la libre competencia, la igualdad de oportunidades y los derechos de los consumidores.
Excelente. Comparto 100% lo expuesto por el autor, a quien admiro por su claridad de pensamiento y exposición de sus ideas.
En especial cuando hace referencia al sistema electoral. En primer lugar creo que uno de los grandes errores del Pacto de Olivos fue el de establecer un sistema de «ballotage» con un porcentaje inferior al 50% más uno. Fue realmente un engendro el establecido. La actual presidente no alcanzó el mencionado 50 % más uno, aún cuando no sea despreciable el alcanzado en su reelección. Más del 50% no la votaron.
Otros defectos de nuestro actual sistema electoral son el de elecciones simultáneas para autoridades nacionales, provinciales -con algunas excepciones- y municipales, así como el de lista completa. Indudablemente este es un tema sumamente importante, sobre el que hay bastante para debatir. Espero que alguna vez se considere.
Muchas gracias por tus conceptos.
Te recuerdo que CFK no llegó al 50% en el 2007 pero superó cómodamente ese umbral en el 2011.
Gracias por recordármelo, me apuré en la respuesta, sin chequearla. A veces la memoria nos falla, pero entonces el tema es más serio aún. ¿Queremos o no los argentinos vivir en una República, como está previsto en nuestra Constitución?
Excelente Sergio, anoche tuve la oportunidad de escucharte en Córdoba…como siempre tenes muy claro los conceptos y los transmitís de manera impecable.
Saludos Cordiales. Pablo Moroni.
Muy bueno el artículo, como siempre. Pero hace ya mucho tiempo que vengo leyendo y escuchando cosas similares, y todo va cada vez peor. Sin duda que hay buenas intenciones, también quizá incluso en una parte de los miembros de esa oligarquía política que tanto daño nos ha hecho. Pero hay un enorme y gravísimo problema en esa clase política, que es incapaz de generar estadistas. Por ello dudo mucho que surja una estrategia de cambio estructural, y que pueda llevarse a cabo, ya que entre otras cosas implicaría destruir enormes intereses creados. En los 28 años que van de 1852 a 1880 una clase política muy distinta de la actual fue capaz de construir una nación sobre un haz de estados provinciales autónomos con enormes desigualdades con respecto a uno de ellos, Buenos Aires, que era 10 veces más rico que la suma de todos los demás. En cambio, en los 31 años de democracia que arrancaron en 1983, y luego de varias terribles crisis, por desgracia el país hoy es más desigual y más desintegrado que al inicio. No veo, en suma, cambio posible sin un cambio estructural de la clase política, que por el contrario se aferra cada vez más a sus privilegios. No se trata sólo de reclutar algunos expertos para manejar áreas específicas clave, en lugar de los torpes energúmenos que hoy las ocupan. Hace falta plantear políticas de estado, en serio. Y no veo ninguna, en ningún lado. Ni siquiera en esbozo.
Es cierto y comparto lo que dice Julio en relación al proyecto de país y la ejecución de dicho proyecto por parte de la denominada «Generación del 80». Pero no olvidemos qué pasó en el país una vez agotado ese período de extraordinario crecimiento. En primer lugar no existía el voto popular que acompañó a los procesos políticos posteriores, incluido el que se inicia en 1983 que ya lleva más de 30 años. El Dr. Juan Manuel Casella dijo una vez que los políticos no nacen ni se hacen en un macetero como sucede con las plantas surgen del medio social en el que se nacen, crecen y se desarrollan. Además no creo que se pueda hablar en forma genérica de las «clase política». «Hay de todo en la viña del Señor» dice el refrán. Basta recordar que todos los fracasos políticos que se fueron sucediendo desde 1983 a la fecha, contaron con el apoyo mayoritario de los ciudadanos habilitados para votar, en elecciones que en términos generales podemos decir que no han tenido objeciones. Creo, por fin, que solo una ciudadanía consciente, responsable, y educada en principios republicanos puede cambiar lo que hemos visto hasta ahora. Obviamente este tema da para mucho más que estas digresiones, ojalá que lo que nos espera después de finalizado el actual gobierno, nos demuestre a Julio, a mí y a todos los que pensamos más o menos lo mismo que nos equivocamos.