El fantasma de la desintegración europea

Publicado en Reportajes La Tercera el 26 de Mayo de 2012

El euro nació condenado. Su diseño fue deficiente desde un comienzo. Fue un engendro de políticos enceguecidos y arrogantes que nunca quisieron escuchar las opiniones de los expertos en finanzas o en sistemas monetarios o en experimentos fallidos.

Un fantasma recorre Europa, el fantasma de su desintegración. Lo que no podía pasar, lo impensable y fuera de todos los cálculos probabilísticos está por suceder: el desmembramiento del pacto que durante décadas y en forma obsesiva, construyeron varias generaciones de líderes políticos. La visión de un continente fuerte que le haría el peso a los EE.UU. y se transformaría en la economía más importante del globo empieza a desmoronarse.

El fracaso de las negociaciones del miércoles recién pasado y la negativa rutilante de Angela Merkel por dar su brazo a torcer, es una demostración más de que la zona del euro se mueve con rapidez hacia su propia destrucción. De nada han servido las protestas, los reveses electorales, los discursos desesperados. Alemania se mantiene firme en su negativa por considerar alternativas a la austeridad.

Analistas, banqueros de inversión y reporteros de los principales periódicos se devanan los sesos tratando de determinar cómo afectará la posible salida de Grecia de la zona del euro al resto de los países en dificultades.

¿Caerán España y Portugal? ¿Qué pasará con las dos “I”, Irlanda e Italia? ¿Y los coletazos, alcanzarán a Francia, con su presidente nuevo, un poco gris y bastante aburrido?

¿Y qué de un posible contagio al resto del mundo, a un Reino Unido ya deprimido y a unos EE.UU. sumidos en una semi parálisis político-económica? ¿Hasta qué niveles podrá llegar el desempleo? ¿Habrá una rebelión civil que ponga en riesgo a los sistemas democráticos de la región?

Para nosotros todo esto también es importante. ¿Cómo afectará la tragedia griega a América Latina? ¿Qué sucederá con el precio del cobre y del resto de los commodities? Con un crecimiento más bajo en China -se proyecta que este año apenas se empinará por sobre el 8%-, países como Chile son más vulnerables a los vaivenes del resto del mundo, incluyendo un pánico financiero generado por el retorno del dracma.

La verdad es que el euro nació condenado.

Su diseño fue deficiente desde un comienzo. Fue un engendro de políticos enceguecidos y arrogantes que nunca quisieron escuchar las opiniones de los expertos en finanzas o en sistemas monetarios o en experi- mentos fallidos. Para ellos, lo único importante era construir un sistema político fuerte, un contrapeso a los del otro lado del Atlántico. El ancla de este designio casi divino iba a ser una moneda única, símbolo del poderío y la tradición, del pasado glorioso y de un futuro de esplendor. O eso era lo que pensaban los políticos del Viejo Continente.

Pero el problema es que al construir este sueño de grandeza, los políticos europeos se olvidaron de algo esencial: no es posible tener una verdadera unión monetaria si cada uno de sus miembros tiene completa libertad en materia fiscal.

Bajo este diseño, algunos de los miembros de la unión monetaria -llamémolos Grecia e Italia- implementan políticas fiscales expansivas que resultan en una rápida acumulación de deuda. Sin embargo, en algún momento este proceso tiene que detenerse -porque si hay algo cierto en el mundo, eso es que la deuda no puede crecer hasta el infinito. Y en ese preciso instante es necesario hacer un ajuste y devaluar la moneda. Pero claro, si el país transgresor no tiene moneda propia, no puede devaluar, y como no puede devaluar, el ajuste tiene que producirse por otro lado. Y este lado es una caída estrepitosa del ingreso y enormes aumentos en el desempleo. En este escenario depresivo, los bancos sufren pérdidas gigantescas e incluso, pueden quebrar, generando corridas, pánicos y contagio sin precedentes.

El que una unión monetaria tiene que contar con una política fiscal única, centralizada y prudente es sabido desde, al menos, finales del siglo XVIII, cuando Alexander Hamilton convenció al gobierno federal de los nacientes EE.UU., que se hiciera cargo de las deudas de los 13 estados originales de la unión. Desde entonces (y con la excepción de 1842), los estados han mantenido una política austera y han manejado su endeudamiento con prudencia.

La trágica experiencia argentina con el sistema de convertibilidad entre 1991 y 2002, confirma este principio básico. Si los estados miembros de la unión monetaria -las provincias en el caso argentino- tienen lasitud fiscal, lo más probable es que se produzca una crisis y que sea horriblemente costoso resolverla.

Y como conocían este principio básico, un enorme número de economistas se opuso a la creación del euro si éste no iba acompañado de una unión fiscal. Pero como ha comentado el profesor belga Paul De Grauwe, los políticos no quisieron escucharlos. Si un experto expresaba una duda o transmitía pesimismo durante una audiencia en Bruselas, no lo volvían a invitar a ninguna sesión de trabajo. En un proceso de darwinismo al revés, los arquitectos del euro terminaron rodeándose de puros partidarios de la moneda única.

En medio de este panorama desolador hay un país que ha ganado: Alemania. Hoy en día, los germanos crecen a una tasa saludable, tienen pleno empleo, sus exportaciones están a niveles nunca vistos y el costo de su deuda es irrisoriamente bajo -el jueves pasado, el bund alemán de 10 años tenía una tasa ¡de tan sólo 1,39%!

Es precisamente este éxito el que ha alimentado la actitud intransigente de la canciller Merkel. Dice algo así: si nosotros hemos sido cuidadosos, productivos, precavidos y ordenados, ¿por qué no pueden ser así los otros? Además, dicen Merkel y sus partidarios, logramos este éxito gracias a nuestras reformas y sacrificios. Fueron diez años duros -desde la reunificación de las dos Alemanias- y ahora es el momento de disfrutar; no es el momento para salvar a griegos e italianos, peninsulares y franceses, por sus excesos y vicios.

Esta actitud severa y autoritaria ha generado un creciente sentimiento antigermano a lo largo y ancho de Europa. Los griegos recuerdan los terribles años de ocupación nazi y los manifestantes e indignados llevan pancartas con imágenes de la Merkel con los consabidos bigotitos hitlerianos.

Y cada vez que pareciera que Alemania va a flexibilizar su posición, el asunto termina en desilusión, con una Merkel de seño fruncido y una dureza inescrutable en los ojos. Al ver esas imágenes, uno no puede dejar de recordar las palabras de Curzio Malaparte, ese italiano de origen alemán que en su gran obra Caput escribió: “Alemania es el único país donde tener sentido del humor no es un requisito esencial para ser líder político”.

Pero el problema no es sólo la falta de sentido del humor, sino que también la ausencia de empatía, proyección histórica y solidaridad. La perspectiva estrecha de Angela y sus colaboradores y el no comprender que con su ceguera están generando un daño irreparable a la economía global, son hoy en día la principal fuente de volatilidad en los mercados.

Hace ya varias décadas, Chile optó por un modelo de desarrollo basado en la apertura y en la expansión de las exportaciones. Una senda que implica insertarse en el mundo y aprovechar las oportunidades ofrecidas por la globalización. Este modelo, refrendado por un gobierno tras otro, ha sido enormemente exitoso. Esto es una verdad ineludible, al margen de lo que digan los nostálgicos de todas las edades.

Y porque estamos insertos en el mundo, nos vemos afectados -y a veces con fuerza- por los vaivenes de la economía internacional. Lo vimos en 1997-98, con la crisis asiática, y nuevamente en el 2007, con el colapso de Lehman Brothers.

No sabemos exactamente lo que va a suceder en los próximos meses, pero debemos prepararnos para los coletazos que traerá la posible salida de Grecia de la zona del euro. Esto requiere estar alerta, evitar las medidas populistas y puramente electorales, y comportarse -y esto va, más que nada, para la oposición- con una visión de Estado.

Además, no debemos atolondrarnos ni improvisar. Esto es especialmente cierto en lo referente a políticas estructurales de largo plazo, políticas que van a determinar hoy cómo seremos en una generación. Porque si hay una lección que se puede aprender del éxito alemán es que las modernizaciones se hicieron luego de una planificación meticulosa, y contaron con apoyo de prácticamente todos los partidos políticos.

Desafortunadamente, en Chile seguimos improvisando y seguimos atolondrándonos. Eso lo vemos hoy con las reformas tributaria y de la educación.

Y como en pedir no hay engaño, pido a nuestros líderes: “Time out”. Respiremos hondo y empecemos una conversación en serio sobre los temas en los que, literalmente, nos estamos jugando la vida. No sólo la nuestra, sino que también -y esto es más importante- la de nuestros hijos y nuestros nietos.