Vivir con lo nuestro y sus costos

Si uno mira la economía argentina en el largo plazo, verá claramente tres períodos. Uno de integración al mundo, prevaleciente hasta la crisis económica de los años 30, uno de cuasi- autarquía, como resultado del experimento peronista, y un tercero, de reincorporación a los mercados mundiales, iniciado durante los años 70s, pero que fue profundizándose hasta hace un tiempo. Esta reinserción argentina en el mundo ha sido la reforma económica más importante desde la posguerra. En los últimos años, pero especialmente en el último año, hay señales significativas de reversión de este proceso. A los economistas, la autarquía nos parece una aberración. El comercio, entre unidades que se especializan en la producción, se encuentra en el corazón del análisis económico. La ilustración clásica de las ganancias directas del comercio internacional es la apertura comercial de Japón. En 1895, como resultado de la presión norteamericana, Japón abrió sus puertos al comercio internacional después de dos siglos de autarquía. Las ganancias del comercio pueden ser estimadas examinando los precios de los bienes en Japón antes y después de su apertura. Un estudio estima que el ingreso nacional se incrementó en 4% en Japón como resultado de la reasignación estática de recursos que  se produjo a raíz de la apertura comercial.

En la historia temprana de los Estados Unidos, el país llevó a cabo algo así como un experimento natural de pasar de una situación con comercio a una de autarquía. En el contexto de las guerras napoleónicas, si bien los Estados Unidos eran neutrales en el conflicto, igual sufrían el mismo. En particular, Gran Bretaña con frecuencia capturaba barcos estadounidenses y sometía a sus tripulaciones. El Presidente Thomas Jefferson, con la esperanza de detener estas prácticas, declaró una completa prohibición de navegación en el extranjero -eliminando esencialmente la única ruta para las importaciones y exportaciones desde y hacia el continente europeo. Este bloqueo comercial privaría tanto a los Estados Unidos como a Gran Bretaña de las ganancias del comercio, pero Jefferson esperaba que el golpe fuese más duro para Gran Bretaña, convirtiéndose así en una política disuasiva.

Douglas Irwin, en su artículo “The Welfare Cost of Autarky: Evidence from the Jeffersonian Trade Embargo, 1807–09” sugiere que el bloqueo comercial fue muy efectivo: El comercio entre Estados Unidos y el resto del mundo se redujo considerablemente. Los costos fueron sustanciales. Luego de realizar un cálculo de equilibrio general, Irwin sugiere que el ingreso nacional de Estados Unidos en 1807 puede haber caído en aproximadamente 5% como consecuencia de esta política, en un momento en que la participación en el comercio era solo del 13%. Argumenta que el costo social no fue mayor puesto que el embargo no eliminó por completo el comercio. Sin embargo, si se tiene en cuenta que a principios del siglo XIX solo una pequeña porción del producto era comercializable internacionalmente -los costos de transporte aún eran demasiado altos, por ejemplo, para transportar cargamentos de un lado al otro del atlántico- una caída de 5% del ingreso resulta ser un costo bastante alto.

Como vemos, el costo (en términos de pérdida de eficiencia estática) de las medidas proteccionistas depende de varios factores, y en particular, depende del nivel de distorsión previo y posterior a la política considerada. Obviamente, a mayor distorsión respecto del momento previo, mayores el costo. Panagariya (2003) revisa la literatura sobre eficiencia estática y concluye que, en el modelo neoclásico tradicional, los costos de bienestar estáticos de la protección de aranceles a la importación de hasta un 15% es poco probable que superen el 1% del PIB. Este resultado es válido para casi todos los estudios conocidos basados ​​en el modelo neoclásico de competencia, ya sea de equilibrio parcial o general.

Panagariya también demuestra que,  incluso dentro del marco de este modelo, altos niveles de protección pueden llevar fácilmente a pérdidas que se acercan al 10% del PIB. Estas pérdidas de eficiencia además crecen substancialmente cuando las medidas proteccionistas reducen la variedad de productos disponibles (algo que no me asombra dada la cantidad de pedidos que recibo de amigos y familiares para traer teléfonos iPhone cada vez que paso por Buenos Aires, muchos de los cuales son fervientes defensores del “modelo”. Obviamente, los he dejado que experimenten su pérdida de excedente del consumidor).

Por último, Panagariya muestra que si se modifica el modelo estándar para permitir economías de escala en la producción, costos fijos de la introducción de productos en un mercado, poder de mercado de las firmas, eficiencia interna a una firma, y actividades de búsqueda de rentas, incluso niveles bajos de protección pueden resultar en grandes pérdidas de bienestar.

Por supuesto, nada de esto implica que el libre comercio absoluto sea siempre deseable, y de hecho, ello no es un resultado que uno encuentre en la literatura, pero creo que muestra claramente que niveles altos y generalizados de protección reducen significativamente el bienestar agregado. Obviamente, están las cuestiones distributivas, discutidas acá y acá.

Más aún, creo que estos costos estáticos son sólo una parte de los costos del proteccionismo, y diría, una parte menor de los mismos. Los mayores costos del proteccionismo son las pérdidas de eficiencia dinámica que experimenta la economía, como resultado de las pérdidas de productividad que se van acumulando en el tiempo.

Referencias

Douglas Irwin (2005): “The Welfare Cost of Autarky: Evidence form the Jeffersonian Trade Embargo 1807-1809”, Review of International Economics.

Panagariya, Arvind (2003), “Cost of Protection: Where do we Stand?”, Department of Economics, University of Maryland.