En una nota reciente – tal vez como consecuencia de los escándalos generalizados de corrupción que se han desatado en los últimos años – Christine Lagarde se preguntaba por qué al FMI le importa tanto el tema de la corrupción. La respuesta, resumiendo sus palabras, es muy sencilla: porque proteger la estabilidad económica y promover el crecimiento sustentable e inclusivo son imposibles en un contexto de corrupción generalizada. La evidencia parece darle la razón.
La literatura empírica ha avanzado mucho en las últimas décadas en estimar los efectos económicos de la corrupción. Sabemos que la corrupción es costosa para el desarrollo en diversas dimensiones: afecta la composición del gasto público (Mauro, 1998), reduce el crecimiento y las decisiones de inversión de las empresas privadas (Svensson, 2003) y la calidad de los bienes públicos provistos, inclusive de la educación (Ferraz et al., 2012), sólo para nombrar algunos canales.
Lo que tenemos mucho menos claro, sin embargo, son las causas de la corrupción. ¿Qué nos hace más o menos honestos, más corruptos o transparentes? Una parte de la explicación sin duda se encuentra en los incentivos: romper las reglas es más o menos costoso dependiendo de la probabilidad de que me atrapen y, del castigo más o menos severo que recibiré. Es así como solemos comportarnos más honestamente cuando el costo esperado de trasgredir las reglas es alto y vice versa.
La otra parte de la historia tiene que ver con nuestras motivaciones intrínsecas. ¿Por qué en ciertas situaciones, aun cuando nadie nos ve, nos comportamos honestamente y conforme a las reglas? Sencillamente porque, más allá de si nos pueden o no castigar, creemos que romper las reglas está mal o sabemos que en nuestra sociedad no es algo bien visto. Actuar en contra de nuestras creencias y valores también nos genera un costo.
Nuestras motivaciones individuales suelen originarse en la internalización de normas sociales (Barr y Serra, 2010). La pregunta es, entonces, cómo los individuos aprendemos e internalizamos las normas de nuestro entorno. Desde Maquiavelo[1] hasta la literatura teórica en management (Hermalin, 1998) y economía (Acemoglu y Jackson, 2014) destacan como hipótesis la idea del liderazgo con el ejemplo: Aprendemos las normas sociales y, por lo tanto, formamos nuestros valores y creencias, observando el comportamiento de los lideres. Así, una consecuencia plausible es que políticos corruptos generen ciudadanos corruptos.
¿Qué hay de cierto en esta idea? Determinarlo empíricamente no es una tarea sencilla. En primer lugar, si bien la literatura ha mostrado que, efectivamente, existe una correlación y que en aquellos países en donde los lideres se perciben corruptos los ciudadanos se comportan de forma más deshonesta (Gächter and Schultz, 2016; David Hugh-Jones, 2016), la causalidad es incierta. En segundo lugar, la corrupción y la deshonestidad son variables difíciles de observar y, por lo tanto, de medir. La literatura normalmente, aunque con excepciones (Miguel y Fisman, 2007) se vale de experimentos de laboratorio o de estudios que utilizan variables subjetivas (percepción de corrupción, por ejemplo) en vez de mediciones de comportamiento real.
En un Working Paper reciente exploro el efecto causal de la corrupción política de los líderes en la deshonestidad ciudadana en México. Para analizar esto utilizo mediciones de comportamiento objetivo, tanto para el caso de corrupción (resultados de auditorias a municipios que cuantifican la proporción de gastos no autorizados) como para el caso de la deshonestidad de los ciudadanos (cheating rate de alumnos secundarios detectada en exámenes estandarizados). Para esto, utilizo un panel de 8 años y más de 20,000 escuelas con datos de cheating a nivel grado-escuela-año y de corrupción a nivel municipio-año y, explotando la variación espacio-temporal en la publicación de los informes de corrupción, estimo un modelo de diferencias en diferencias generalizado (incluyendo efectos fijos de grado, escuela y año, controles municipales con variabilidad temporal y tendencias lineales a nivel municipio).
El primer resultado es que, inmediatamente después de que la corrupción de un presidente municipal es revelada públicamente, la proporción de alumnos que se copian en exámenes estandarizados aumenta significativamente en el municipio. El aumento es de 10% respecto del promedio y el efecto es creciente con la edad (es decir, no hay efectos para alumnos de primario y se maximiza entre los alumnos más grandes del secundario y plausiblemente más expuestos a la discusión política).
Un aspecto interesante de las auditorías es que la publicación de los informes sucede dos años después de perpetrada la corrupción. Esto me permite diferenciar entre el efecto estimado de la corrupción per se versus el efecto de la publicación de la corrupción. Re-estimando el modelo con leads y lags encuentro que no hay efectos anticipatorios: los ciudadanos no reaccionan ante la corrupción en si misma, sino ante su difusión masiva dos años más tarde. En el mismo modelo encuentro también evidencia sugestiva de persistencia del efecto de al menos un año adicional, luego de publicada la corrupción.
¿Por qué nos volvemos mas deshonestos cuando observamos que nuestros líderes políticos lo son? Una hipótesis plausible es que el líder funciona como difusor de nueva información sobre las normas sociales de nuestra comunidad: aprendemos sobre lo que está bien y mal, sobre lo aceptable e inaceptable observando la señal que el líder nos da (en línea con Acemoglu y Jackson, 2014; y Bandura y Walters, 1977). Al publicarse la corrupción, los ciudadanos obtienen nueva información acerca de las normas en su comunidad, actualizan sus valores y/o creencias sobre la honestidad y cambian su comportamiento en consecuencia. En el paper muestro dos resultados consistentes con esta hipótesis: (1) el efecto principal sólo es significativo cuando la corrupción es sorpresiva y (2) los individuos no sólo se vuelven más corruptos en su comportamiento, sino también en sus creencias y valores.
Para ilustrar el primer punto, utilizo una encuesta de percepción de corrupción por partido representativa a nivel estado (ex – ante) y encuentro que el efecto de la publicidad de corrupción en el comportamiento deshonesto de los estudiantes está concentrado completamente en aquellos municipios en donde el partido de gobierno era considerado el menos corrupto. Dicho de otro modo: sólo hay reacción por parte de los ciudadanos cuando hay sorpresa, es decir cuando se provee información nueva acerca del comportamiento de los políticos, cuando se da nueva información sobre los comportamientos aceptables dentro de un grupo social
En cuanto al segundo punto, para medir el efecto de la corrupción sobre los valores y creencias auto-reportados utilizo la Mexican Life Survey (una encuesta privada realizada desde 2002 que lleva tres ondas). Para identificar un efecto causal, exploto la diferencia exógena entre el mes en que fue realizada la entrevista a cada hogar y el mes en que – cada año – fueron publicados los reportes de corrupción en cada municipio. Así, comparo las respuestas de individuos similares (misma edad, género, educación, trabajo y viviendo en el mismo municipio), pero con la diferencia de que algunos fueron entrevistados justo antes o justo después de la publicación de los reportes de corrupción.
Utilizando preguntas vinculadas a valores o creencias sobre honestidad (“para progresar hay que hacer trampa”, “las reglas se hicieron para romperse” y otras) construyo 4 índices agregados de “valores cívicos” y encuentro, consistentemente, efectos significativos y de gran magnitud en el deterioro de los valores y creencias relativas a la importancia de la honestidad, el apego a las normas y la confianza una vez que se publican casos de corrupción por parte del presidente municipal. A modo de ejemplo: el efecto de la revelación de corrupción sobre la probabilidad de que un individuo considere que “para progresar en la vida hay que hacer trampa” es de 0.09, sobre un promedio de 0.24, un efecto cercano a 0.21 desviaciones estándar. En otras palabras: la corrupción no sólo afecta el comportamiento sino también las creencias/valores cívicos.
Estos resultados nos sugieren que el liderazgo importa. Primero porque más allá de los incentivos y de las instituciones formales (que sabemos que importan), tener buenos o malos líderes puede hacer la diferencia formando mejores o peores ciudadanos. Segundo, porque la corrupción es probablemente más costosa de los que pensamos pues tiene un efecto multiplicador: la corrupción genera más corrupción.
Referencias
- Acemoglu and M. O. Jackson (2014), “History, expectations, and leadership in the evolution of social norms”, The Review of Economic Studies, 82(2), 423–456.
- Bandura and R. H. Walters (1977), Social Learning Theory, vol. 1, Prentice-hall Englewood Cliffs, NJ.
- Barr and D. Serra (2010), “Corruption and culture: An experimental analysis”, Journal of Public Economics, 94(11), 862–869
- Ferraz, F. Finan, and D. B. Moreira (2012), “Corrupting learning: Evidence from missing federal education funds in Brazil”, Journal of Public Economics, 96(9), 712–726.
- Fisman and E. Miguel (2007), “Corruption, norms, and legal enforcement: Evidence from diplomatic parking tickets”, Journal of Political Economy, 115(6), 1020–1048.
- Gächter and J. F. Schulz (2016), “Intrinsic honesty and the prevalence of rule violations across societies”, Nature, 531(7595), 496–499.
- E. Hermalin (1998), “Toward an economic theory of leadership: Leading by example”, The American Economic Review, 1188–1206.
- Hugh-Jones (2016). «Honesty, beliefs about honesty, and economic growth in 15 countries.» Journal of Economic Behavior & Organization 127, 99-114.
- Mauro (1998), “Corruption and the composition of government expenditure”, Journal of Public Economics, 69(2), 263–279.
- Svensson (2003), “Who must pay bribes and how much? Evidence from a cross section of firms”, The Quarterly Journal of Economics, 118(1), 207–230.
[1] En sus “Discursos sobre la primera década de Tito Livio”, Maquiavelo explica cómo entiende que debería formarse una República y resalta la necesidad del liderazgo con el ejemplo como una herramienta más efectiva que la coerción de la ley: “El retorno a los principios de la Republica es a veces causado por la simple virtud de un hombre, sin tener que depender de ninguna ley que le permita ejercer castigos extremos. Su ejemplo tiene tal influencia que los hombres buenos quieren imitarlo y los malos se avergüenzan de llevar una vida tan contraria a su ejemplo.”