La ley de Gibrat y el desarrollo de las ciudades

Uno de los hechos más destacados de la geografía económica mundial es la concentración territorial de la actividad: actualmente, sobre un 10% de la superficie del planeta se produce el 54% del PBI global. Adentro de los países se repite el mismo patrón. Las ciudades concentran una parte importante de la actividad y la población, mientras que otras grandes extensiones territoriales se encuentran completamente despobladas. En Argentina, por ejemplo, mientras que la densidad de población a nivel nacional es de 15 habitantes por kilómetro cuadrado, la del Gran Mendoza es de 5500. ¿Por qué existen estas disparidades espaciales? ¿Qué motiva a las familias y a las empresas a instalarse en ciudades cuando muchas veces es más caro que instalarse en lugares más remotos?

La respuesta es que existen intensas fuerzas de aglomeración. Pensemos en las firmas. En primer lugar, se presenta una fuerza de aglomeración relacionada a la escala de producción. Para entender mejor este fenómeno situémonos en una isla que produce agua de coco. Las palmeras de las que salen los cocos están uniformemente distribuidas en la isla, por lo que para un emprendedor cualquiera este aspecto no constituye ninguna razón para preferir instalar su empresa en un lugar por sobre otro. Si esta fuera la única dimensión relevante en la decisión de localización de las firmas, esperaríamos que la actividad económica estuviera dispersa en la isla: muchas empresas distribuidas en el territorio abasteciendo a los consumidores sin tener que viajar largas distancias. Sin embargo, la escala importa. Las empresas que cuenten con un número significativo de trabajadores y, por lo tanto, puedan aprovechar completamente la división del trabajo serán más productivas. Si en vez de unos pocos trabajadores dedicados a producir de principio a fin el agua de coco hubiera un grupo especializado en bajar los cocos, otro en partirlos, otro en extraer y embotellar el agua y otro en comercializarla, cada uno de los trabajadores sería mejor en sus tareas y su trabajo se volvería más productivo. En palabras de Adam Smith: “El progreso más importante en las facultades del trabajador y en gran parte de la aptitud, destreza y sensatez con que éste se aplica o dirige, por doquier, parecen ser consecuencia de la división del trabajo”.

Esta diferencia en la productividad, derivada de una producción a mayor escala que permite aprovechar la división del trabajo, incentiva – ya a través del mercado, ya a través de intervenciones públicas- el establecimiento de empresas más grandes. Como los trabajadores suelen vivir lo más cerca que pueden de sus empleos, esta fuerza es una fuerza de aglomeración de la actividad económica, así como también de la población.

Pero no es la única. Si fuera solo por esta fuerza tal vez podríamos explicar la existencia de ciudades-empresa, pero no las urbes a gran escala que vemos en la actualidad, por lo que necesitamos otras fuerzas de aglomeración para entender la existencia de grandes ciudades. Otra de estas fuerzas de aglomeración es la proximidad a los mercados. En un mundo en que los costos de transporte no son despreciables, localizarse en áreas que agrupan a una gran cantidad de consumidores resulta atractivo ya que permite reducir estos costos. No pensemos solo en una fábrica de ropa que se localiza en una zona urbana porque cerca de allí se concentran muchas personas que necesitan vestirse, sino también en productores de hilo que se sitúan en un área urbana porque allí hay muchas empresas productoras de ropa que demandan sus insumos.

Y esto lo podemos pensar también con la perspectiva inversa. Como los costos de transporte no son despreciables, a igualdad de otros factores las empresas prefieren establecerse en una geografía que concentre a muchos productores de insumos porque esto vuelve más barata y competitiva su producción. De forma que la cercanía a los mercados, tanto por las relaciones de producción hacia adelante como por las relaciones de producción hacia atrás que genera para las empresas, incentiva la concentración territorial de la actividad económica.

Otra fuerza de aglomeración es el atractivo horizontal que presenta localizarse en una zona en que haya muchas otras empresas, generado por los derrames de conocimiento. En palabras de Alfred Marshall: “(Con la aglomeración) se develan los misterios del comercio y la producción, se aprecia el buen trabajo, se discuten y ensayan inventos y mejoras en la maquinaria, en los procesos de producción y en la organización general de los negocios: si un hombre descubre una idea, esa idea es rápidamente tomada por otros y combinada con modificaciones y mejoras propias, lo que resulta en una fuente de nuevas ideas.”

Finalmente, otra fuerza de atracción que generan las ciudades para las firmas está motivada por los grandes mercados de trabajo disponibles, especialmente para las tareas que requieren alta calificación. En zonas donde hay una gran concentración de población, resulta más barato para las empresas encontrar candidatos adecuados para puestos específicos: mientras que en una localidad remota posiblemente haga falta instalar anuncios en otras regiones y motivar al candidato a que se mude ofreciéndole un salario adicionalmente alto, en una zona urbana densamente poblada es más probable que haya candidatos adecuados para el puesto viviendo cerca de la empresa.

Vistas desde otro ángulo, todas estas razones que motivan a las empresas a localizarse en ciudades también motivan a las personas a hacer lo mismo: allí donde haya una gran concentración de empresas es más probable conseguir un empleador que demande las habilidades específicas que cada individuo tiene para ofrecer, al mismo tiempo que es más probable volver a conseguir empleo en caso de que el empleador para el que se encuentran trabajando deje de requerir sus servicios.

Las razones para que los agentes decidan localizarse en una ciudad son muchas. Pero si las ciudades son tan atractivas porque permiten aprovechar la división del trabajo, porque cuentan con densos mercados de consumo y de empleo y porque fluyen por ellas conocimientos de los que las empresas pueden beneficiarse, ¿qué motivos existen para explicar que no todas las empresas y las personas se localicen en una sola gran ciudad? La respuesta es sencilla: así como las ciudades generan fuerzas de aglomeración, también están sometidas a fuerzas de dispersión. Estas fuerzas de dispersión son esencialmente de dos tipos: externalidades negativas por congestión y altos precios de los factores inmóviles.

A medida que una ciudad se agranda y se vuelve más poblada, puede ocurrir que su infraestructura no crezca lo suficiente y sus redes empiecen a congestionarse. De hecho, en las ciudades, hay muchos ámbitos en los que las elecciones individuales divergen de las socialmente óptimas. Pensemos, por ejemplo, en el transito: los conductores no pagan ningún precio para compensar su contribución a los embotellamientos y la contaminación, lo cual conduce a que haya más transito del deseable. En cierto punto, esto puede empezar a representar un costo importante para las empresas, que prefieren -a igualdad de otros factores- instalarse en áreas menos pobladas en las que la cogestión sea menor.

Por otra parte, a medida que una ciudad se vuelve más rica y más personas y empresas quieren habitarla, sus factores fijos empiezan a subir de precio: pensemos, por ejemplo, en la tierra. Para establecer un negocio casi siempre se necesita alguna extensión territorial. Cuanto más intensiva en tierra sea la actividad que tengamos en mente, más incentivos tendrá el productor a alejarse de las zonas urbanas para ahorrar costos.

En el balance de las fuerzas de aglomeración y dispersión aparecen los resultados de localización geográfica. Sin embargo, queda una cuestión importante por resaltar. En su libro Planet of Cities, Shlomo Angel muestra que las ciudades grandes crecen a la misma tasa que las chicas en cada país o región. De esta forma, parece confirmarse que las ciudades siguen la ley de Gibrat: su tasa de crecimiento futuro es aleatoria e independiente de su tamaño. Este fenómeno se debe en parte a que las ciudades grandes se complementan con las chicas. A medida que la productividad de las grandes crece, aumenta la demanda en las más chicas, lo cual las conduce también a crecer más.

A modo de conclusión, vale la pena resaltar que las políticas públicas para las ciudades deben estar enfocadas de forma directa en la calidad de vida y las oportunidades de sus ciudadanos. La clave pasa por mejorar el uso de la tierra, la educación, la salud, el transporte y el espacio público en general.

 

Referencias:

  1. Angel (2012): Planet of Cities, Linconl Institute of Land Policy.
  2. Brueckner (2011): Lectures on Public Economics, MIT Press.