Economía en acción

En una entrada previa (ver acá) expliqué cuál era el campo de la economía. En esta entrada pretendo exponer con mayor detalle el proceso por el cual llegamos a explicar el comportamiento humano mediante el análisis económico. Debemos tener en cuenta que, como disciplina científica, la economía busca explicar fenómenos sociales observados. Esto implica que el razonamiento que sigamos debe eventualmente generar alguna hipótesis contrastable, que luego será evaluada en base a la evidencia disponible sobre el fenómeno en cuestión.

Los economistas arribamos a dichas hipótesis contrastables mediante el uso de modelos. Los modelos son meros instrumentos analíticos lógicamente válidos. Por sí solos, sin embargo, no generan hipótesis contrastables. Para ello, primero debemos mapear el modelo a objetos reales. Solo entonces arribaremos a nuestras hipótesis contrastables. Es en ese punto que habremos desarrollado una teoría económica.

Para mostrar cómo funciona un modelo económico, estudiaremos un problema canónico: la determinación del precio de un bien determinado. Los economistas explicamos los precios a través de la interacción entre la oferta y la demanda de un bien determinado. Sin embargo, y esto quizás no sea obvio para los no economistas, no tomamos a la oferta y la demanda como dadas, sino que, por el contrario, ambas funciones son derivadas a partir de supuestos sobre el comportamiento de los agentes económicos en su rol de consumidores y productores respectivamente.

La curva de demanda

Empecemos considerando la motivación detrás de la compra de un bien, que, a modo ilustrativo, asumiremos es consumido por las familias. La economía asume que, en vez de tomar decisiones de manera arbitraria, las familias tienen preferencias bien definidas por las distintas canastas de consumo. Dado un conjunto de canastas posibles, las familias optarán por la canasta que sea preferida y asequible. Este criterio de decisión es justamente el elemento de racionalidad al cual hacíamos referencia en esta entrada previa. Las preferencias representan el bienestar de la familia, entendiendo que si una canasta es preferida a otra es porque la canasta preferida le provee mayor bienestar.

Los economistas también hacemos varios supuestos respecto de las preferencias. Primero, suponemos que, para cualquier par de canastas disponibles, existe alguna relación de preferencias entre ellas: la primera es preferida a la segunda, la segunda es preferida a la primera o la familia esta indiferente entre ambas. Segundo, asumimos que las preferencias son transitivas, es decir que si una primera canasta es preferida a una segunda y la tercera es preferida a la primera, entonces la tercera también es preferida a la segunda. Esta condición asegura que las preferencias posean coherencia interna.

Por otro lado, otros supuestos sobre las preferencias nos ayudan a acotar las opciones que son factibles de ser elegidas. Asumimos que si una canasta posee igual o más de todos los bienes que otra canasta y tiene mayor cantidad para al menos uno de esos bienes, entonces la primera es preferida a la segunda. Adicionalmente, asumimos que mientras menos se consume de algún bien, hacen falta mayores cantidades de los demás bienes para compensar a la familia. El primer supuesto impide que la familia alcance una canasta de completa saciedad, donde básicamente sería muy difícil generar predicciones respecto de las decisiones de consumo. El segundo supuesto es un elemento importante en la derivación de la ley de la demanda, e implícitamente asume que el bienestar derivado del consumo de un bien está sujeto a rendimientos decrecientes. Este último también es consistente con la observación de que los consumidores tienen preferencia por consumir una amplia variedad de bienes.

Como señalamos en esta entrada previa, otro elemento esencial del análisis económico es que las decisiones posibles están acotadas. Existe escasez. En el caso de las familias, suponemos que las posibilidades de consumo están limitadas por la restricción presupuestaria del hogar. Esto implica que el gasto en bienes de consumo no puede exceder algún presupuesto que supondremos que viene dado. Adicionalmente, por el momento, asumimos que los precios también están dados para el consumidor.

En este punto, el problema queda bien definido. De todas las canastas asequibles para la familia, ésta debe elegir aquella que sea preferida a todas las demás sin violar su restricción presupuestaria. Los supuestos que hemos invocado nos permiten establecer que el problema del consumidor tiene una única solución. Aun así, el lector atento debe notar que todavía no hemos derivado ninguna hipótesis contrastable, dado que nuestro único resultado hasta el momento es que la familia elegirá una de todas las canastas posibles.

Supongamos ahora que el precio del bien sube. Si la familia optara por mantener el mismo nivel de consumo de ese bien, entonces, al menos la cantidad de alguno de los otros bienes consumidos debe disminuir. Sin embargo, previamente supusimos que el bienestar derivado del consumo está sujeto a rendimientos decrecientes, por lo cual el resto de los bienes a los cuales se resigna se vuelven cada vez más valiosos a medida que se reduce su consumo. Por este motivo, mantener el mismo nivel del consumo del bien que se encareció será demasiado costoso en términos del bienestar resignado y entonces esperamos que se resigne al menos un poco del consumo del bien que se encareció a modo de no sacrificar tanto del resto de los bienes. Por lo tanto, cuando el precio de un bien aumenta, esperamos que el consumo deseado de dicho bien disminuya.

Por otro lado, cuando el precio de un bien cae, esto implica que ese bien se vuelve una fuente de bienestar más económica en relación al resto de los bienes. Por eso, esperamos que el consumidor aproveche esta oportunidad aumentado su consumo. Por lo tanto, identificamos una relación negativa entre el precio y el consumo deseado de un bien: cuando el precio aumenta, el consumo cae; cuando el precio cae, el consumo aumenta.

El razonamiento anterior ha obviado que los cambios en los precios también impactan sobre el poder de compra de la familia. Cuando los precios bajan, el poder de compra aumenta y la familia tiene la posibilidad de alcanzar mejores canastas de bienes, mientras que lo inverso sucede cuando los precios aumentan. Generalmente consideramos que el patrón de consumo puede cambiar con el poder de compra de la familia, aumentando el consumo de algunos bienes y disminuyendo el de otros. Aquellos bienes que se consumen más conforme aumenta el poder de compra los llamamos bienes “normales”, mientras que los bienes que se consumen menos cuando aumenta el ingreso los llamamos bienes “inferiores”, debido a que asociamos este fenómeno a la calidad de los bienes.

Tomando el caso de los bienes normales, el efecto de los cambios en el precio del bien sobre el poder de compra de la familia no hace más que reforzar la relación negativa descripta anteriormente. Cuando un precio sube, este bien se vuelve una fuente relativamente cara de bienestar, por lo que disminuye su consumo; adicionalmente, el aumento de precio le resta poder de compra al consumidor, que hará una disminución adicional de su consumo si el bien es normal. Si un precio baja, el consumidor aumenta el consumo de ese bien porque es una fuente barata de bienestar y porque aumento su poder adquisitivo.

Por el contrario, el caso de los bienes inferiores puede llegar a cambiar esta relación negativa entre el precio y la demanda de un bien. Cuando un precio sube, el empobrecimiento puede ser significativo, incrementando sustancialmente la demanda de bienes inferiores. Eventualmente, esto podría llegar a invertir la relación entre precio y nivel de consumo, haciéndola positiva. Sin embargo, para que esto sea factible, el bien en cuestión debería ser inferior y absorber una proporción muy alta del presupuesto, algo que se contradice con la observación de que los consumidores optan por canastas considerablemente diversificadas de bienes. De hecho, la evidencia empírica sobre la existencia de este tipo de bienes es notablemente escasa. Dicho esto, entonces, el modelo de elección racional aplicado al consumo de bienes tiende a predecir una relación negativa entre el precio de un bien y la cantidad demandada del mismo.

La curva de oferta

Ahora, nuestro objetivo, es derivar la curva de oferta, que relaciona el precio de un bien con la cantidad de ese bien que un productor está dispuesto a vender. El modelo canónico es el de una empresa productora que busca maximizar beneficios.

Tal como en el caso del consumidor, el productor no puede elegir la cantidad que ofrecerá arbitrariamente. Por el contrario, para ofrecer bienes primero debe producirlos utilizando insumos productivos. En este caso, el productor enfrenta una restricción que es tecnológica: las combinaciones posibles entre insumos y productos vienen dadas, y el productor sólo puede elegir dentro de este conjunto de posibilidades.

Adicionalmente, suponemos que la empresa contrata los servicios de los insumos productivos en el mercado a un precio que le es dado. Esto implica que cada combinación de insumos productivos tiene un costo asociado, y un productor que busca maximizar sus beneficios solo elegirá la combinación que minimice el costo de cada nivel de producción. Es así como obtenemos la función de costos de la firma, la cual nos indica cuál es el costo mínimo al cual se puede obtener cada nivel de producción.

Ahora bien, cabe preguntarse cuál será el nivel de producción que elegirá el productor. Un incremento en la producción implicará un cambio en los costos y también un cambio en el ingreso percibido por el productor. Siempre y cuando los aumentos en los ingresos más que compensen el aumento del costo, el productor estará dispuesto a producir más unidades del bien en cuestión. Concluimos, entonces, que el productor decidirá llevar la producción hasta el nivel en el cual dicha condición deje de cumplirse.

El siguiente paso es identificar la relación de oferta, es decir, la relación existente entre el precio de un bien y la cantidad que el productor está dispuesto a vender. Suponiendo que el precio está dado, las variaciones en los ingresos percibidos por el productor son ocasionadas por cambios en el precio del bien. Partiendo del punto donde la variación en los costos se compensa con la variación en los ingresos, pensemos qué es lo que pasa si el precio que recibe el productor sube. Un mayor precio indica que el ingreso de una unidad adicional es mayor al incremento de costos incurrido para producir dicha unidad, por lo cual el productor está dispuesto a producir y vender más unidades hasta el punto en que la igualdad entre el costo adicional o marginal y el precio se restablezca. Ello ocurrirá con un mayor nivel de producción. Por el contrario, si el precio del bien cae, el productor decidirá entonces reducir su producción hasta que el costo marginal de producción vuelva a igualarse a precio del bien. En ambos casos verificamos la existencia de una relación positiva entre el precio del bien y la cantidad ofrecida.

La determinación de los precios

Hemos analizado el comportamiento tanto de los consumidores como de los productores. La pregunta es ahora cómo estos agentes interactúan en el mercado para determinar el precio del bien. En este punto, debemos asumir en qué marco se da dicha interacción. En un caso polar, un gran número de consumidores se enfrenta a un solo productor, llamado monopolista. En otro extremo, muchos productores venden sus productos a un único comprador, llamado monopsonista. El modelo canónico en la literatura económica es aquel en el cual muchos productores venden a muchos consumidores, y donde se asume que ningún productor ni ningún consumidor, por sí solo, a través de su comportamiento puede afectar el precio de mercado. A este caso se lo denomina competencia perfecta, que al igual que los anteriores, también es un caso extremo.

El caso de competencia es quizás el más fácil de analizar. Las demandas individuales de las distintas familias se suman para generar la demanda de mercado. Análogamente, las ofertas individuales de cada uno de los productores se suman para generar la oferta de mercado. Dado que las cantidades ofrecidas aumentan con el precio y las cantidades demandadas caen con el precio, solo puede haber un precio que deja tanto a los consumidores como a los productores en una situación tal que estos no deseen cambiar su comportamiento, la cual llamamos equilibrio. En tal situación, a ese precio, los consumidores desean consumir la cantidad producida, y los productores desean producir la cantidad demandada. Ningún agente desea cambiar su comportamiento.

Imaginemos que el precio está por encima de ese nivel. En ese caso, la cantidad demandada es menor a la cantidad que los productores quieren vender a ese precio. Este exceso de oferta llevaría a que los precios bajen, reduciendo las cantidades ofrecidas y aumentado las cantidades demandadas hasta alcanzar el equilibrio (ver Figura I). Análogamente, si el precio está por debajo del equilibrio, las cantidades demandadas exceden a las ofrecidas, generando un exceso de demanda. Esto impulsa un aumento del precio, reduciendo la cantidad demandada y aumentando la cantidad ofrecida hasta que se alcance una situación de equilibrio.

Nuevamente, debemos notar que hasta aquí hemos definido un concepto de equilibrio y asumimos que existen mecanismos de mercado que nos llevan hacia él, pero no hemos generado hipótesis contrastables sobre el mismo.
Figura I

Hipótesis contrastables

Supongamos que se da un aumento de costos generalizado el cual alcanza a todos los productores. Esto implica que el costo marginal de todos los productores ahora supera el precio que estos reciben al vender el bien. Nuestro modelo predice que en tal caso las firmas responderán disminuyendo la producción. Como esperamos que este comportamiento sea compartido por todos los productores, la oferta del mercado se contrae, en el sentido de que para el mismo precio se ofrecerá una menor cantidad. También es posible que algunos productores se vean forzados a salir del mercado. En todo caso, esto no cambia cualitativamente el análisis.

Entonces, si partimos de una situación de equilibrio y se da un aumento de costos, este último desplaza la curva de oferta de mercado, reduciendo la misma. Ahora, al precio prevaleciente, las cantidades demandadas exceden a las ofrecidas, y esto genera un impulso hacia el alza del precio del bien. Esperamos que se alcance un nuevo equilibrio en el cual el precio sea mayor y la cantidad transada sea menor (ver Figura II).

Figura II

Si ahora definimos cómo medir el aumento de costos, entonces tendremos una hipótesis refutable. Si observamos un aumento en los costos de producción, predecimos que, manteniendo todo lo demás constante, el precio de mercado aumentará y la cantidad transada disminuirá. Esta predicción surge de comparar dos equilibrios de mercado. Por ello, a este tipo de ejercicio se lo denomina estática comparativa: se comparan dos equilibrios estáticos y que se diferencian a partir del cambio en alguna variable exógena o parámetro.

¿Qué pasaría si estudiamos el efecto de un aumento de costos cuando hay un monopolio o un monopsonio? Se puede demostrar que en ambos casos el resultado de estática comparativa es similar al caso de competencia perfecta: El aumento de costos genera una baja en la cantidad transada y un aumento en el precio del bien. En este sentido, los tres modelos son equivalentes en cuanto a las predicciones que generan respecto a un aumento en los costos de producción.

Medición del bienestar

Hasta este punto, el valor de los supuestos que utilizamos parecería estar íntimamente ligado a la capacidad de generar predicciones a partir de los mismos. Sin embargo, los elementos que nos permiten calificar un análisis como económico, esto es, individuos racionales que tienen un objetivo definido el cual, sujeto a restricciones, guía sus acciones, poseen una propiedad adicional. Tomemos como ejemplo el caso de un consumidor que maximiza su bienestar sujeto a su restricción de presupuesto. Su bienestar dependerá del presupuesto que disponga y de los precios de los bienes. Un cambio en alguno de los precios, por ejemplo, generará un cambio en el bienestar del consumidor. Alternativamente, el cambio en el bienestar del consumidor generado por el cambio en el precio del bien puede ser compensado mediante algún cambio en su presupuesto. Esto implica que podemos medir cambios en el bienestar a partir de cambios en el presupuesto que generen efectos sobre el bienestar del consumidor semejantes a otros cambios exógenos. Esta medida además está valuada en términos monetarios. Análogamente, también podemos medir el impacto en el bienestar de los productores a partir de cambios exógenos en las variables y parámetros que afectan el comportamiento de estos.

La capacidad de medir cambios en el bienestar de los distintos agentes económicos es valiosísima para los economistas. Por ejemplo, podemos generar predicciones sobre el impacto de distintos cambios exógenos en los consumidores y productores en un mercado (quién gana y quién pierde). También podemos afirmar si las ganancias de unos más que compensan las pérdidas de otros. Esto nos permite evaluar el beneficio y el costo de distintas políticas.