Esta nota fue publicada originalmente el 25/07/2015 en el periódico Perfil.
Son quienes definen las elecciones en casi todos los países, sobre todo los que tienen sistemas presidencialistas, y obligan a los candidatos a tener mensajes amplios y diversos para atraer a un gran número de votantes (en un sistema parlamentario pueden elaborarse mensajes más precisos, pues los partidos apuntan sobre todo a sus electorados tradicionales y luego forman coaliciones de gobierno con otras fuerzas). No se sienten identificados de manera nítida con ninguna fuerza política en particular, aunque no necesariamente esto significa que sean apolíticos: simplemente tienen diferencias o ciertos prejuicios con las ofertas electorales existentes, por haber confiado en ellas en el pasado y haberse sentido luego defraudados. Algunos demuestran simpatías parciales por las diversas propuestas existentes.
En cualquier caso, este votante complejo, elusivo, exigente, cambiante, crítico y difícil de satisfacer es el objeto del deseo de todo candidato presidencial que aspira a ganar estas elecciones. Se trata de los votantes medios (el término correcto debería ser “mediano”, pues surge del concepto estadístico sajón “median voter”). Son ciudadanos bastante moderados, que pertenecen a la clase media, o se ven y consideran a sí mismos como parte de ese abigarrado y esencial segmento de nuestra sociedad. Algunos lo fueron y ya no lo son, en general porque muy a su pesar decayeron en la escala social, algunos pocos porque ascendieron como fruto del esfuerzo individual y del trabajo duro, lo que les permitió tener un pasar un poco mejor.
El votante medio, el gran protagonista de este momento de tanto giro pragmático de cara a las PASO, piensa mucho en cuestiones económicas: el trabajo, su patrimonio, el consumo. Está preocupado por la inflación y sabe que en este país sólo se puede ahorrar (tenga o no capacidad de hacerlo) en dólares o en ladrillos. El votante medio, como es obvio, es una mera abstracción conceptual que trata de facilitar la definición de diagnósticos y estrategias electorales. Pero su uso se volvió tan habitual que, como los fantasmas, en realidad no existen, pero que los hay, los hay.
Ocurre sin embargo, que las sociedades son muy complejas. Siempre lo fueron, pero en esta etapa post moderna las identidades y las preferencias de los ciudadanos se han vuelto más enrevesadas, cambiantes y hasta volátiles de los que nuestros rígidos marcos analíticos nos permiten registrar. Por formación, influencias teóricas, costumbre o mero capricho nos empeñamos a menudo en simplificar exageradamente escenarios confusos, a los que para peor intentamos comprender a partir de información por lo menos insuficiente, cuando no cuestionable o inadecuada. De este modo, puede afirmarse que ninguna elección o situación real puede explicarse a partir de una sola variable o en función de un conflicto o clivaje fundamental.
Muchos recuerdan la famosa frase “Es la economía, estúpido”, inmortalizada en la campaña que Clinton le ganó a Bush padre en 1992. ¿Fue acaso ese hincapié en cuestiones económicas lo que explica ese triunfo demócrata? ¿No fue en todo caso igual de importante la presencia de un tercer candidato competitivo, el texano Ross Perot, que erosionó sobre todo la base del electorado republicano? Algo parecido ocurrió con Ralph Nader en detrimento de los demócratas en las elecciones de los años 2000 y 2004.
Hay una gran cantidad de atributos adicionales que no se pueden soslayar: suelen variar de acuerdo a la elección, al contexto en que se produce y al proceso electoral en sí mismo. Muchas tienen que ver específicamente con la personalidad del candidato o sus características como líder. Otros temas se imponen como resultado de experiencias históricas traumáticas, como la gobernabilidad o conflictos religiosos, culturales o territoriales. Curiosamente, algunas preocupaciones prioritarias en las preferencias ciudadanas (como la cuestión de la seguridad y el narcotráfico) no han adquirido, al menos hasta ahora, un lugar destacado en esta campaña electoral.
Doña Rosa. Hay una máxima en la cultura deportiva y política norteamericana que aplica a este contexto argentino: “You gotta do what you gotta do” (tenés que hacer lo que tenés que hacer). Para ganar, los candidatos necesitan convencer a sus potenciales votantes sin descuidar a sus bases más fieles y estables. Luego vendrá el desafío de gobernar, pero eso es otro asunto que no debería en principio distraer la atención del objetivo fundamental: si no ganás, no gobernás. Primero lo primero. Y que no te pase lo de Vargas Llosa, o Aécio Neves, que fueron más explícitos en sus planes de gobierno, pero perdieron y Fujimori y Dilma luego implementaron, respectivamente, lo que habían descartado durante la puja electoral.
Con recursos por lo general limitados (aunque muy desiguales entre los participantes, con el aparato estatal jugando un papel escandaloso a favor de los candidatos oficialistas, tanto a nivel nacional, como provincial y local), los estrategas de campaña definen mensajes que apuntan precisamente a seducir al votante medio. Podrán acusarlos de pragmatismo extremo, de incoherencia, de falsedad. Lo único que vale es el triunfo y eso amerita los mensajes híbridos, hasta algún golpe bajo. Pero nada muy jugado porque en un entorno polarizado, si perdés un voto en realidad terminan siendo dos.
Con las fechas encima, la temporada de caza de votantes medios está abierta. Da la sensación de que por ahora los principales candidatos están disparando al bulto para ver qué cae (si es que cae algo). La lógica indica que tras las PASO, y ya con mucha más y mejor información sobre la naturaleza del proceso electoral, puedan afinar su puntería y apuntar a determinados nichos de votantes a partir de un plan de operaciones un poquito más sofisticado.
Lo que aprendimos hasta ahora es que de nada sirve caer en reduccionismos analíticos extremos, tipo “esta elección se trata de cambio o continuidad”. Y que, en todo caso, hay que diferenciar claramente entre el marco conceptual a partir del cual elaboramos diagnósticos respecto de un proceso electoral determinado, las eventuales conclusiones o recomendaciones que pueden surgir de esos análisis y los argumentos discursivos que pueden utilizarse en el calor del debate electoral y/o en los esfuerzos de construcción de coaliciones.No confundamos slogans con hechos, ni supuestos principios éticos con tácticas de construcción electoral.