El rasgo más interesante del actual proceso electoral es que nadie duda del resultado de los comicios del 27 de octubre, sino que los interrogantes radican en qué hará la Presidenta cuando quede claramente establecido que alrededor del 70% de la Argentina vota en contra de sus candidatos.
¿Seguirá insistiendo el Gobierno en la idea de que, a pesar de todo, continúa siendo la primera minoría? ¿Habrá un giro hacia una radicalización, antes o después de que Cristina retome oficialmente el comando de su gobierno? Por el contrario, ¿profundizará la Presidenta el aparente rumbo hacia la moderación, expresado, por ejemplo, en el acuerdo con el Ciadi, la propuesta de un nuevo IPC al FMI o las negociaciones con Repsol por la compensación requerida, dada la confiscación de las acciones de YPF en manos de esa compañía? Asimismo, ¿retomará la liga de gobernadores mayor protagonismo, interrumpiendo el largo letargo en el que se sumergió durante el predominio de la familia Kirchner?
Estas preguntas surgen de la certidumbre de que el ciclo kirchnerista está entrando en su etapa final, por lo menos en su configuración actual. Y expresan, también, una gran incertidumbre sobre las características y atributos de la larga transición de más de veinticinco meses que se iniciará a partir del lunes 28.
Es que, en efecto, las preferencias políticas del electorado de los dos principales distritos del país no han variado significativamente desde el 11 de agosto, y esto representa en conjunto al 50% del total.
Ésta es la principal conclusión que se desprende de los datos relevados por Poliarquía Consultores y publicados en LA NACION. A pesar del vertiginoso devenir de la realidad argentina (por ejemplo, el aumento en el piso del impuesto a las ganancias, el inesperado problema de salud de la Presidenta o el escandaloso video de Juan Cabandié), las variaciones electorales en relación con las primarias de hace dos meses son casi marginales.
Así, Sergio Massa encabeza cómodamente las preferencias electorales en la provincia de Buenos Aires y, seguramente, estirará en algunos puntos la ventaja conseguida en las PASO.
En la ciudad de Buenos Aires, Pro logrará imponerse nuevamente para confirmar y extender el predominio indiscutido que viene ejerciendo desde 2007.
Como ocurrió en el caso de las elecciones presidenciales de 2011, entre las primarias y los comicios acentúan las tendencias oportunamente definidas. No habrá sorpresas. Para los principales protagonistas de la política, la suerte ya está echada.
Por eso la atención está puesta en lo que está por comenzar, más que en lo que está finalizando. Descontado el resultado de estas elecciones de mitad de mandato, la Argentina y quienes la miran en el mundo se preguntan cómo serán estos últimos dos años del gobierno K.
¿Volverá Cristina en toda su plenitud? ¿Pensará acaso en preparar su futuro cuando deje, finalmente, el poder? Si ése es el caso, ¿trabajará para que gane un candidato peronista o preferirá, por el contrario, a algún opositor, intentando de este modo seguir influyendo en el desarrollo político del país como líder activa?
Es cierto que a lo largo de esta transición a la democracia, ningún ex presidente siguió siendo una figura realmente influyente luego de finalizar su mandato, con la parcial excepción de Néstor Kirchner (que, de todas formas, sufrió una durísima derrota electoral en 2009 y murió al año siguiente).
También es cierto que quienes demostraron mayor flexibilidad y vocación negociadora (Raúl Alfonsín, Eduardo Duhalde) tuvieron una pospresidencia menos complicada y taciturna que aquellos menos flexibles y versátiles, fundamentalmente para aceptar e intentar por lo menos corregir los desajustes económicos heredados o generados (Carlos Menem, Fernando De la Rúa).
¿Tendrá Cristina la capacidad para evaluar el destino de sus predecesores, aprender de sus experiencias y diagramar un esquema de salida que incremente sus posibilidades de un futuro sin sobresaltos?