Brasil: Para entender el gobierno de Dilma

En las últimas semanas se acumularon evidencias que prueban que el gobierno está en una encrucijada, obligado a establecer nuevas direcciones, que no se limitan solo a la revisión de su trayectoria económica. Lo que llama la atención son otros despliegues que, sumados a la situación económica, indican una reconfiguración de las fuerzas que componen los escenarios nacionales e internacionales.

No es el crecimiento insignificante del PIB, la resistencia de la inflación y la caída del superávit comercial, que a partir de mayo 2012 a 2013 disminuyó en un 72%, pasando de 27 mil millones dólares a 7,8 millones de dólares. Lo que sorprende son otros dos aspectos, minimizados por los asesores del gobierno. Por un lado, la cantidad de temas sobre los que la revisión del rumbo se presenta como una orden de comando del estilo «¡Media vuelta, retroceder!».  Por otro, se multiplican los frentes económicos y políticos en los que el gobierno tiene el reto de ejecutar nuevas formas de autoridad política.

Vale la pena reflexionar sobre esto, porque, en conjunto, se crearon condiciones quasi-experimentales para observar la capacidad del gobierno de Dilma para reinventarse en respuesta a los nuevos retos. Las encrucijadas son, por definición, coyunturas excepcionales, en las que no se aplica el término «punto fuera de la curva», pues denotan una confluencia de vectores. Ponen a prueba la habilidad de los gobernantes para dirigir la nave del Estado en condiciones donde el uso del piloto automático es de poca ayuda- sea cual fuere la ideología o la retórica populista y/o autocrática. Con razón los británicos, cuya experiencia naval es indiscutible, definen este atributo como “statemanship”, refiriéndose a un tipo de autoridad que las condiciones variables, impredecibles y contingentes de la navegación política exigen.

Las “media-vueltas” del trimestre incluyen algunas medidas importantes. Como el uso de la privatización en el área de infraestructura, antes tratada como un anatema; la recuperación de las tasas impuestas a los concesionarios de autopistas, la prioridad dada a la inflación por parte del Banco Central y el enfoque en la tasa de inversión como motor del crecimiento y la demanda. Todo esto, sumado a las exenciones fiscales y la reanudación (tardía) de las licitaciones para la exploración pre-sal, apunta a un nuevo tipo de activismo estatal, más completo y más amigable con el capital privado. Puntos para el gobierno, pero había otros signos de exacerbamiento de las prácticas pasadas, fundado por el alto grado de intervencionismo destinado a reducir la confianza de los inversores. Entre ellos: las maniobras creativas de Hacienda para inflar ficticiamente el superávit primario, la indisciplina fiscal del gobierno, y el hecho de que las exenciones fiscales responden en mayor medida a los grupos de presión en Brasilia que a una política fiscal sostenible y coherente con la nueva política monetaria. También está el hecho de que el gobierno, frente al deber deber de rendir cuentas ante la opinión pública y ante los beneficiarios del plan Bolsa Família por la inseguridad causada por un organismo subestatal, se apoya en su retórica conspirativa de siempre.

La repentina multiplicación de los frentes en los que se cuestiona el accionar del gobierno es lo que preocupa: se están exigiendo nuevas formas de autoridad política, y no un poco más de la misma receta. El desafío al poder de agenda del Ejecutivo por el Congreso, cuyo poder de veto se moviliza por el principal socio del gobierno, el PMDB, es uno de ellos. Hay un segundo frente que torna inevitable la profunda revisión de una de las  dimensiones geo-económicos de mayor peso de la política exterior: la política comercial. La señal más clara es la súbita reversión de las expectativas de una parte del empresariado nacional, ahora en favor de una mayor liberalización del comercio, es decir, la exposición a los vientos de la competencia internacional, ya que se enfrentan a un doble choque de realidad.

Por un lado, la pérdida de los mercados de la región, los EE.UU. y Europa expone el déficit de competitividad y la precariedad del tipo de protección estatal que practicamos frente a una economía internacional más competitiva. En segundo lugar, el desempeño de México, Chile, Colombia y Perú muestra las ventajas de la liberalización, de las políticas que apoyan la proliferación de acuerdos bilaterales y de las alianzas regionales como alternativas al autarquismo de  nuestro principal socio del Mercosur y del eje bolivariano. La reconfiguración del contexto internacional se completa con los factores que dinamizan la fuerza gravitacional de los EE.UU.: la recuperación de la economía, la apreciación del dólar, los avances tecnológicos en materia de energía, y la prioridad dada a los acuerdos regionales y bilaterales. Estos desarrollos obligan a repensar nuestra política industrial, así como también, la apuesta exclusiva al multilateralismo.

Las correcciones de rumbos coherentes y sostenibles demuestran una de las virtudes de la democracia descubierta por los clásicos: su capacidad de auto-corrección. Los procedimientos democráticos precipitan cambios que fortalecen la autoridad pública y la calidad de las respuestas frente a desafíos económicos. Bajo la condición de que sus motores principales – la competencia política y la participación – no son inhibidas como en la Venezuela de Chávez o la Argentina de los Kirchner.

A juzgar por el desarrollo de los acontecimientos recientes, tengo pocas dudas sobre la eficacia políticamente persuasiva de los retos económicos. Mi interrogante se refiere a la forma en la cual el gobierno se posiciona frente a una encrucijada. Los buenos vientos sólo son útiles si sus responsables proceden como en La vuelta al mundo en 80 días, de Julio Verne, en su versión cinematográfica. En él, Passepartout, el ayudante francés del aristócrata inglés Fogg, está representado por Cantinflas. Para llegar a tiempo para cumplir con el plazo de la apuesta del jefe, arrojará uno por uno los objetos que se encontraban acumulados en el globo, aprovechando de los buenos vientos sin comprometer la ligereza del vehículo – y el éxito de la apuesta. Porque, como señaló Montesquieu, «no hay viento favorable para las naves sin rumbo.»

Publicado originalmente en Estadao, 12/06/2013.