Publicado en La Segunda, 22 de mayo de 2012
Qué sensación extraña deja el discurso del Presidente. En una visión global, dadas la posición política del gobierno y el programa con el que fue electo, es difícil decir en qué uno está en desacuerdo. Dentro de dicha lógica política, la lista de logros y objetivos loables es larga. Parecía que se habían acabado los proyectos y volvían a aparecer desde todos lados, algunos razonables y pensados con tiempo, otros de corte populista. En definitiva, un discurso político que le dio a todos una razón para sentirse considerado.
Sin embargo, son demasiados los anuncios, demasiados los adjetivos calificativos de la grandeza de la obra, como para que no haya ninguna mención de los costos que haya que pagar. Y cuando la grandilocuencia es excesiva y aparecen inconsistencias, anuncios que solo son ideas o simplemente se omite a quienes pagan el costo de las medidas, el discurso pierde credibilidad y por extensión también su emisor, el Presidente.
La grandilocuencia es excesiva. El Presidente señala que Chile volvió a situarse en el grupo de los países de alto crecimiento gracias “a la Agenda de Impulso Competitivo (AIC), la política fiscal, los incentivos tributarios a las PYME y las mejoras en la gestión en el Estado”. El crecimiento de 2010 tiene que ver mucho con el impulso de la política fiscal de 2009, porque de ahí en adelante el impulso fiscal ha sido mínimo. Y respecto de las otras menciones, todas son más recientes como para tener algo que ver con el crecimiento de 2011 y de 2012 en particular. Ha habido mejoras en la gestión, es posible. Sin embargo, es difícil cuantificar su impacto y cálculos simples señalan que se exagera su influencia. Por ejemplo, si la productividad de todos los empleados públicos hubiera crecido al 2%, su impacto sobre el PIB sería del orden del 0,05% (igual a 19,7% del gasto en personal sobre el gasto público total multiplicado por el 11,9% del peso del gasto público sobre el PIB).
Es difícil explicar, con los elementos que señala el Presidente, el crecimiento de 2010-2012. Mi hipótesis es que es una combinación de favorables términos de intercambio (en 2010 y 2011 crecieron un promedio de 11,2% anual) y un evidente efecto del nuevo gobierno en las expectativas de los empresarios que hizo subir la tasa de inversión del 21,9% al 26,2%, incremento que solo puede deberse a las grandes empresas en particular a las mineras, no a las PYME. Hay un incremento en el consumo en bienes durables (29,5% al año en 2010 y 2011) que es relevante también, pero que se asocia posiblemente además al proceso de reconstrucción. Es decir, Chile crece pero no por las razones que dice el Presidente: los términos de intercambio no los controla el gobierno y el proceso de reconstrucción, según el propio discurso, terminará durante la actual gestión. Lo que queda entonces como fuente de crecimiento de largo plazo son las expectativas pero, ¿puede esa ser una fuente permanente de crecimiento?
Hay una preocupación adicional sobre la sustentabilidad el crecimiento actual. La cuenta corriente de la balanza de pagos pasó de un superávit de USD 3.269 millones en 2010 a un déficit de USD 3.220 millones en 2011, a pesar de la mejoría en términos de intercambio. Si el precio del cobre cayera un 20%, un poco sobre el promedio de los últimos 5 años, el déficit en cuenta corriente subiría a casi un 5% del PIB. El actual nivel de crecimiento no es sustentable a precios más razonables del cobre. No hubo mención a esta vulnerabilidad del crecimiento chileno y que podría afectar al próximo gobierno.
Hay además contradicciones. La más clara, que ha sido mencionada varias veces, se refiere a la reforma educacional. Según el Presidente, el compromiso del gobierno es garantizar que todos los niños y jóvenes tengan acceso a educación de calidad. Para ello, se dispone un sistema más justo y eficaz de becas y crédito, que no discrimine a nadie por falta de recursos. A la hora de los números, sin embargo, la reforma tributaria planteada solo recaudará como máximo un 0,4% del PIB. La pregunta es, ¿si ese es el verdadero costo de hacer una reforma tan ambiciosa como a la que aspira el gobierno, por qué no se hizo antes? La respuesta es simple: una reforma tan ambiciosa como lo proclama el gobierno requiere muchos más recursos. Economistas de la Universidad de Chile han estimado que solo para educación superior, una reforma ambiciosa requiere en torno al 2% del PIB, o sea, cinco veces más que lo provisto en la reforma tributaria.
No se mencionan además los costos. No hubo ninguna mención de los costos de todo este caudal de medidas y de su sustentabilidad fiscal. Como todo el país pudo apreciar, de las medidas de las que se dio cuenta y de las que se anunciaron, no se tuvo una idea de cuánto cuestan. Esto es importante en virtud de un informe del economista Jorge Rodríguez en el cual da cuenta de que la suma de las medidas que ha adoptado este gobierno no deja ningún espacio para gasto discrecional del próximo gobierno, cualquiera este sea. Desde 2006 la Dirección de Presupuesto publica una proyección de las holguras presupuestarias para los próximos años. Hasta 2009, la proyección de gasto disponible acumulado promediaba un 4,3% del PIB. La última proyección de Rodríguez es de solo 0,8% del PIB, y eso antes de los anuncios de ayer como el bono de $7.500 por niño más $40.000 para 1.677.000 familias. Este anuncio equivale al 12% de la holgura que, hasta antes del discurso, tenía el próximo gobierno.
Para terminar con un tono constructivo, vale la pena señalar que si el Presidente logra creíblemente convencer a la Alianza de que es imperativo mejorar las desigualdades, mejorar nuestra democracia –aunque no hiciera mención al binominal como causa principal de los problemas que nos afectan– y que una sociedad moderna requiere mayores grados de seguridad –y no solo de seguridad ciudadana– le habrá hecho al país un aporte importante y de largo plazo.