Los precios relativos entre los bienes primarios y los bienes manufactureros han cambiado apreciablemente en los últimos años. Es probable, aunque obviamente no seguro, que esta tendencia se mantenga en los próximos años. Distintos países han procesado esta situación de forma diferente. En particular, el gobierno argentino no lo hizo de la mejor forma posible. Creo que si bien el conflicto distributivo tiene un rol importante en el caso argentino, es posible manejar esta buena noticia de mejor forma.
Para entender el conflicto distributivo al que hago referencia, haremos un análisis de equilibrio general (ver Galiani, Heymann y Magud, 2008). En este caso, los análisis de equilibrio parcial resultan incompletos y no permiten considerar el conjunto de temas abiertos por cambios de la naturaleza del tipo que han venido ocurriendo.
Resulta útil, primero, considerar una economía donde existen solo dos sectores productivos (aunque se consumen tres bienes). El sector (A) es el productor de exportables; supóngase que produce bienes primarios utilizando tierra y trabajo. Estos bienes se consumen domésticamente y se venden al exterior. El sector (N) produce bienes no transables utilizando trabajo calificado (para el caso, sería equivalente consolidar a este factor con otro recurso de uso específico como el capital) y trabajo. La producción de A es intensiva en el uso de tierra mientras que, supongamos, la producción de N es intensiva en el uso de trabajo calificado. Además, se importa para su consumo un bien manufacturero (M). Esta se trata de un tipo de economía donde el sector competitivo de importaciones no tiene un peso importante; tal vez Uruguay podría ser un ejemplo cercano.
Dada esta configuración, un aumento del precio internacional del bien A mejora los ingresos de los productores de A y eleva la demanda del bien N, de manera que también se benefician los recursos empleados en la actividad no transable. Si el gasto en todos los bienes es proporcional al ingreso, el incremento de la demanda sería tal que, en el nuevo equilibrio, las remuneraciones reales de todos los factores productivos se incrementaran en la misma proporción que el precio de A. En esta economía, una mejora en los términos de intercambio, no genera conflicto distributivo y por tanto, el aumento de precios de los bienes exportables no generaría incentivos para que ningún sector reclame medidas (como retenciones) que friccionen el traslado del cambio de los precios internacionales a la economía interna.
Consideremos ahora una economía que además tiene un sector competitivo de importaciones, que produce el bien M utilizando intensivamente el factor trabajo junto con trabajo calificado (capital). En este caso, un aumento en el precio del bien A beneficia en términos absolutos a los productores de A y perjudica al factor de uso intensivo en M (los trabajadores). Los trabajadores calificados ganarían con respecto a su poder adquisitivo del bien M y N, aunque perderían con respecto a su poder de compra del bien A. Si estos agentes tuvieran una canasta de consumo donde no se pondera mucho el bien A, recibirían entonces una ganancia neta a raíz de la mejora de términos del intercambio. En esta economía, que tiene rasgos asimilables a los de la Argentina actual, una suba considerable de los precios de exportación generaría un conflicto distributivo y de incentivos que requeriría aplicar mecanismos compensatorios.
¿Por qué la economía con tres sectores productivos ajusta distinto a la de dos sectores en respuesta a una mejora en los términos de intercambio? Porque el precio del bien M esta fijo mientras que el precio de N aumenta con su demanda. Esto es equivalente a una caída del tipo de cambio real relevante (para ser precisos, cae el precio del bien M relativo al precio del bien N).
El análisis anterior contempla los efectos esperables una vez que tuvieron lugar las repercusiones del shock sobre el gasto interno y los desplazamientos de factores entre sectores. En realidad, podría haber impactos de corto plazo distintos de aquellos que resultarían una vez completada la secuencia de ajustes. Así, en particular, el efecto de una suba del precio del bien A sobre los ingresos de los distintos grupos dependería de la velocidad de ajuste de la demanda agregada a la variación de términos del intercambio. Una respuesta más lenta, o una política fiscal que modere los movimientos del gasto interno, implicarían, por un lado, una menor suba de las remuneraciones de los factores utilizados intensivamente en el sector no transable y, por otro, una atenuación de la caída del tipo de cambio real, y del impacto consecuente sobre el sector competitivo de importaciones. Es precisamente por este motivo que resultaba (y aún resulta) deseable mantener un superávit fiscal elevado en la Argentina actual. A su vez, al no haber, al menos en el corto plazo, movilidad perfecta de los factores de producción, los efectos serían más heterogéneos que los descriptos anteriormente, con mayores subas de ingresos de los factores que se encuentran inicialmente ocupados en el sector A.
Aunque bastante abstracta, la discusión hasta aquí ilustra sobre la dirección general de los efectos productivos y distributivos del cambio de precios internacionales. En resumen, además de los impactos de los movimientos de precios relativos según las composiciones de las canastas de consumo de diferentes segmentos de la población, en una economía como la descrita, una suba en el precio del bien A implica una reasignación de recursos del sector productor del bien importable M al resto de la economía, lo que afectaría negativamente los ingresos de los recursos intensivos en ese sector. Esto es, no todos los agentes económicos ganan cuando mejoran nuestros términos de intercambio.
El problema que enfrenta la economía Argentina ante las buenas señales de precios relativos recibidas en los últimos años es, por tanto, cómo compensar eficientemente a los agentes económicos perdedores, y eventualmente, cómo contrarrestar los efectos negativos de los desplazamientos en el tipo de cambio real de equilibrio sobre de los sectores industriales potencialmente dinámicos y competitivos.
En todo caso, en mi opinión, en nuestra sociedad ya no existe un conflicto distributivo campo versus ciudad como el que fue un determinante importante de la política económica en los orígenes del peronismo, y por tanto, es un error pensar en esos términos. El conflicto distributivo actual es entre agentes económicos con intereses específicos, y su distribución geográfica es variada. Los productores de A y N, cuya demanda directa esta ligada a los ingresos de los productores del bien A, claramente, se benefician con una mejora en los precios del bien A. Los productores de los bienes importables se perjudican (al igual que los trabajadores utilizados intensivamente en estas industrias). Aun sin retenciones, seria fácil concebir una situación de bonanza dados los precios actuales de los commodities en la mayoría de las grandes ciudades del país. Resulta más difícil ver la misma situación, por ejemplo, en el conurbano bonaerense. No obstante, el sector productor de M es hoy un sector pequeño comparado con lo que era 50 años atrás.
En resumen, la mayor demanda de nuestros productos exportables nos plantea una cuestión distributiva y otra asignativa. El impuesto a las ganancias, la imposición a la riqueza y a la tenencia de tierras libre de mejoras son instrumentos idóneos para enfrentar la cuestión distributiva. También es necesario contar con un programa eficiente de transferencia de ingresos a los ciudadanos más pobres. Sin embargo, es importante entender que la política económica debe priorizar la oportunidad que enfrentamos: aumentar la producción agropecuaria es imprescindible para que Argentina siga creciendo en los próximos años.
Sebastian, del post y paper de referencia permitime sacar recomendaciones ante salto en los términos de intercambio: 1) sí a política de tipo de cambio real «alto» que compensa al secto M afectado, 2) sí a retenciones a expo que compensa ingresos extras de sector A y probable exceso de gasto, y sustituye a impuesto a ganancias o tierra (el mejor impuesto es el que se cobra), 3) sí a política fiscal anticíclica con fondo anticíclico que modera exceso de gasto público y reduce apreciación cambiaria real, 4) sí a políticas sociales que reducen pobreza y evitan exacerbación redistributiva del ingreso de la mejora de términos de intercambio. Sintético, casulaidad o no, esto fue lo que se hizo mayoritariamente entre 2002 y 2005. Por qué se revirtió casi todo luego. El planteamiento será más relevante más adelante, pero su validez histórica, estimo, desde 2006. Saludos mas que cordiales.
Por un lado, en el paper analizamos el efecto redistributivo de las retenciones. Claramente, no son el mejor impuesto posible. Por ello no me animo a ser tan enfático como vos. No las descarto totalmente en el corto plazo, pero deberíamos aspirar a un mejor sistema tributario.
En cualquier caso, es cierto que esta el tema redistributivo. Como decía Paul Samuelson, “Advocates of feer trade –and I consider myself in this class- must not overstate their case. Protection can help special groups; it can even help special large groups” .
Si debemos notar que lo peor que le podría pasar al país es que el ímpetu proteccionista interrumpa el crecimiento. Esto ya nos paso en el pasado, y por ello elegí enfatizar este punto. En el fondo, lo que creo, es que ciertas retenciones, con precios altos, son tolerables –aunque no optimas. Pero cuidado con pasarse de rosca.
Estoy, obviamente, de acuerdo con 3 y 4!
[…] el bienestar agregado. Obviamente, están las cuestiones distributivas, discutidas acá y […]