Pobreza, injusticia y Las Uvas de la Ira

Este primero de año me levante más temprano que el resto de mi familia a terminar de leer el libro Las Uvas de la Ira, de John Steinbeck, un clásico de la literatura norteamericana. Lo quería terminar de leer el año pasado, pero entre una cosa y otra, se me atrasó un poco la agenda.

Es un libro duro. Cuenta la historia de una familia de chacareros pobres que pierden su fuente de trabajo y deciden mudarse a otro lugar en busca de mejores oportunidades. El libro cuenta las tremendas dificultades y frustraciones asociadas a la pobreza extrema y el desarraigo. Cosas realmente terribles le suceden a esta familia que por sobre todas las cosas se “empeña” en mantener una inclaudicable dignidad.

Claro, esto de leer como pasatiempo un libro sobre semejante tema parece bastante cercano a un acto de masoquismo. Todo empezó con mi interés natural por aprender algo más sobre de la Gran Depresión del treinta en los Estados Unidos. Supuestamente, el libro de Steinbeck es uno de los exponentes principales de la literatura norteamericana dedicada a explorar las realidades sociales de aquella crisis económica extrema.

Al principio del libro, los Joads, la familia protagonista, se dedican a la agricultura en uno de los estados del centro de los Estados Unidos. Antes de que uno realmente alcance a conocerlos, la crisis y las fuerzas de concentración económica (la mecanización, parece) los dejan sin tierras y sin trabajo. Basados en panfletos de promoción de dudoso origen y un admirable deseo por progresar, los Joads deciden emprender un largo viaje a California, donde supuestamente han de encontrar buenos trabajos y otras varias oportunidades económicas. El viaje resulta ser una verdadera odisea y, California, no el paraíso de los panfletos de promoción. Al parecer, en esas épocas, las malaventuras económicas en la región central se volvieron un común denominador para mucha gente y, junto con los panfletos algo exagerados, provocaron un éxodo masivo a la supuestamente más próspera California. Ya en su destino, los Joads no encuentran respiro; viven en la precariedad, pasan hambre y frío, se enferman, los persigue la policía y otros grupos de habitantes locales que se sienten, tal vez, amenazados por la invasión de inmigrantes carenciados…

En general, debo decir que no aprendí mucho sobre las particularidades (históricas) de la Gran Depresion norteamericana. El libro, sin embargo, me llevo a reflexionar profundamente sobre la naturaleza humana y sobre las maneras de pensar la pobreza. Como bien sabemos los argentinos, la vida en condiciones de carencia extrema no es monopolio de la depresión del treinta. De hecho, muchas de las situaciones descriptas en el libro no parecen muy lejanas de las que leemos los argentinos en las páginas de los diarios de cada día. En ese sentido, tal vez, el libro provea una pequeña ventana, algo más íntima y personal, a la vida en la pobreza que se ha vuelto un aspecto tan cotidiano de la realidad argentina.

Los Joads, ante todo, son gente de bien. Dignos hasta las últimas consecuencias. Generosos. Trabajadores. Esto hace que el libro se haga especialmente duro de leer si nos tienta pensar que la justicia tarde o temprano acude a sus citas. Yo creo que si no fuera por esta inclinación optimista al momento de interpretar la balanza de lo que nos pasa, no hubiera podido pasar de la mitad del libro (si no por otra razón, como resultado de un acto inconsciente de defensa personal). Pero, de hecho, leí más rápido la segunda mitad del libro que la primera, pensando, cada vez, que en las próximas páginas la suerte de los Joads empezaría a cambiar, tal como claramente se lo merecían.

Al final, la justicia no llegó. Los Joads siguieron hundiéndose en el infortunio hasta el último párrafo del extenso libro. Vaya forma de empezar el año, me dirán. Debo decir que el desenlace desolador del libro me tomó un poco por sorpresa. Mi vapuleado optimismo me había tendido una sutil trampa (o fue Steinbeck?). Pero, a su vez el libro me dejó pensando algo importante que es bueno siempre tener presente. Esta idea de que si uno se lo merece, tarde o temprano, la justicia le llega, resulta un tanto delicada. El otro lado de la moneda en esta forma algo optimista de pensar pareciera ser que cuando uno ve a alguien a quien, por alguna razón desconocida, no le va nada bien, una candidata natural sea la falta de mérito. Esta lógica es claramente inapropiada, especialmente en situaciones de crisis y desarreglos económicos como los que se vivieron en los Estados Unidos en la decada del treinta, y en la Argentina más recientemente. El libro de Steinbeck deja bien claro que los Joads, gente digna y de bien como es difícil encontrar en cualquier lado, se merecen lo mejor, y lo mejor nunca les llega. Es, en efecto, un recordatorio convincente de las enormes injusticias que conllevan los períodos de crisis extrema.

Los participantes de este blog han demostrado un interés especial por las causas económicas y las consecuencias sociales de los incrementos en la pobreza. Me pareció, entonces, interesante compartir con ustedes este pensamiento que, aunque un tanto filosófico y seguramente bien entendido por muchos de los lectores, parece útil siempre enfatizar.