Por estos días de vacaciones universitarias tienen lugar muchas de las conferencias de la academia económica. Como muchas son en el norte, los economistas tropicales nos damos una repasadita de las preocupaciones de taxistas, restauranteros y cuanto habitante del mundo desarrollado quiere contarnos de los fantasmas que le rondan durante la ya bien prolongada recesión. Todos tienen sus esperanzas puestas en un fin cercano de la crisis, pero pocos parecen creer que podrán recuperarse completamente en un futuro cercano o siquiera mediano. Tales angustias sobre daños económicos permanentes chocan contra visiones teóricas que, o bien enfocan el estudio de las recesiones en su dimensión de fenómeno meramente transitorio (y por tanto se preocupan de cómo salir de la coyuntura misma), o incluso apuntan a potenciales ganancias de largo plazo que se pueden derivar de estos malos tiempos. Tal es el caso, por ejemplo, de varias teorías dentro de la tradición schumpeteriana. Unas resaltan las posibilidades de crecimiento futuro derivadas de que trabajadores y empresarios encuentren más valioso dedicar recursos a prepararse para ser más productivos en el futuro que producir en la actualidad, como sucede durante las recesiones (por ejemplo, Aghion and Saint Paul, 1998). Otras las ventajas de que las crisis obliguen a los negocios poco productivos a cerrar, de manera tal que puedan ser reemplazados por otros con mejores posibilidades de contribuir al crecimiento futuro de la economía (Caballero y Hammour, 1994).
Seguramente una parte de esas ganancias potenciales de las crisis se materializa, aunque quienes tienen que lidiar con el día a día de la crisis lo encuentren difícil de creer. Pero también empieza a surgir evidencia de que sus temores de que la recesión dejará cicatrices permanentes sobre la capacidad productiva de la economía no son infundados. Un ejemplo está en las proyecciones de las instituciones multilaterales, que desde hace ya varios meses vienen proyectando que el producto en el mundo desarrollado no recuperará su nivel pre-crisis por VARIOS AÑOS. Otro se puede encontrar en las pérdidas permanentes de productividad que la recesión colombiana de finales de los noventa parece haber dejado como resultado de la desaparición de negocios productivos, como encontramos en un estudio reciente con Arturo Galindo, Marc Hofstetter y Alejandro Izquierdo (Eslava et al. 2010).
La idea de las “recesiones que limpian” (Caballero y Hamour, 1994) es que el incremento en la desaparición de negocios que se observa durante las crisis trae consigo ganancias de productividad. Esto porque se espera que, en una economía de mercado, las empresas menos productivas sean las que cierren sus puertas. En esa medida, el efecto de una crisis sería aumentar la velocidad con que las unidades menos productivas en una economía desaparecen, liberando recursos productivos que son luego absorbidos por mejores proyectos.
El problema es que las economías son presa de distorsiones que hacen que no siempre sea cierto que los que sobreviven son mejores (“más productivos”) que los que cierran. Nuestro estudio enfoca una de esas distorsiones: restricciones diferenciales en el acceso a crédito. Cuando la coyuntura es tan mala que no permite a un negocio pagar los costos fijos de operación, éste sólo puede sobrevivir financiando esos costos con crédito. Esto quiere decir que un negocio potencialmente muy rentable, pero que pasa por una mala racha, puede verse forzado a cerrar si no puede acceder a crédito a un costo razonable. Mientras tanto, otros menos productivos pero con amplio acceso a crédito pueden sobrevivir.
La evidencia que encontramos en este estudio apunta a que este mecanismo en efecto opera. Utilizamos datos sobre las firmas manufactureras colombianas, a las que dividimos entre más y menos restringidas en su acceso a crédito, dependiendo de si los datos indican que han tenido que restringir sus inversiones a momentos en que tienen recursos propios. Siguiendo estudios anteriores, interpretamos esta restricción como evidencia de que usar crédito para sus mejoras les resulta o bien imposible o bien excesivamente costoso, lo que identificamos como restricciones crediticias. Los datos cubren el periodo comprendido entre 1995-2004, que incluye la más profunda recesión vivida en el país desde la década de 1930: la ocurrida entre 1998 y 2001.
Nuestro análisis apunta a que enfrentar restricciones de liquidez sí incrementa la probabilidad de que una firma tenga que salir del mercado durante una recesión. Este hecho distorsiona los mecanismos que en teoría explican la salida de firmas, con la implicación de que no son necesariamente las menos productivas las que terminan cerrando sus puertas. En efecto, encontramos que una firma con mayores restricciones de liquidez puede verse empujada a cerrar con mayor probabilidad que otra firma mucho menos productiva, pero con mayor acceso a crédito. La diferencia cuantitativa es grande, aún entre las firmas más grandes (para las que tenemos mejores medidas de restricciones crediticias): una firma con productividad en el percentil 39 que se ubica en el grupo de las más restringidas tiene la misma probabilidad de salida que una con productividad en el percentil 10 pero con menos restricciones crediticias. Desde el punto de vista de la productividad de la economía, se pierden 29 peldaños!
La salida de firmas relativamente productivas resulta preocupante desde el punto de vista de la capacidad productiva de la economía, y por tanto de sus perspectivas de más largo plazo. Aunque no tenemos aún una cuantificación del costo que la distorsión identificada por el estudio representa sobre la productividad agregada en el mediano plazo, de estudios previos sabemos que perturbaciones del mecanismo de salida de firmas pueden en efecto tener altos costos. Para el caso colombiano, por ejemplo, en un estudio con otros coautores encontramos que la eliminación parcial de distorsiones sobre este proceso que se derivó de la reforma comercial de los 90s generó ganancias de entre 2 y 3 puntos porcentuales en la productividad agregada en un espacio de cinco años (Eslava et al. 2009): casi una cuarta parte de todo el crecimiento de la productividad en ese periodo, sólo explicado por un mecanismo de salida más eficiente.
Que las dificultades para acceder a crédito son un obstáculo para el crecimiento es algo bien reconocido. Pero la lógica desde la que se ha abordado estas limitaciones enfatiza las barreras a las inversiones productivas y los costos que éstas generan al evitar la adopción de proyectos productivos. Los hallazgos que reseñé arriba, sin embargo, apuntan a que aún la dificultad para acceder a crédito para capital de trabajo puede imponer costos de largo plazo sobre la economía, al obligar al cierre de negocios cuya capacidad productiva no justificaría su desaparición.
Referencias
Aghion, P. and G. Saint Paul, (1998). Virtues of bad times: interaction between productivity growth and economic fluctuations. Macroeconomic Dynamics 2, 322–344.
Caballero, Ricardo and Mohamad Hammour (1994). “The cleansing effect of recessions”, American Economic Review, 84, 5, 1350-1368.
Eslava, M., John Haltiwanger, Adriana Kugler y Maurice Kugler. (2009) “Trade Reforms and Market Selection: Evidence from Manufacturing Plants in Colombia,” NBER WP #14935.
Eslava, M., Arturo Galindo, Marc Hofstetter, Alejandro Izquierdo. (2010) “Scarring Recessions and Credit Constraints: Evidence from Colombian Firm Dynamics,” Documentos CEDE, 28, 2010.
Buenas tardes, Marcela.
En primer lugar, mi felicitación por su forma de escribir, limpia y fresca. Con palabras que a uno le resuenan lejanas pero muy familiares.
En segundo lugar, un comentario desde el borde del paradigma. Casi al otro lado de la valla y sin llegar a la yerba más verde. De hecho todos hablamos con taxistas y «restauranteros» y no tanto sobre lo que se alarga esta mal llamada recesión sino sobre su ángulo de inflexión y si algún día veremos la luz porque tal parece que lo que no vemos es porque está más allá del horizonte de eventos.
Los taxistas con los que hablo no especulan, ya saben que nada será igual al menos en eso que llamamos occidente y usted el norte. Y lo dicen.
Resulta fácil dejarse enredar en la ortodoxia y calmarse. Javier Andrés, al otro lado del charco lo ha hecho en un estupendo artículo en «Nada es Gratis» que, sin embargo, todos sabemos que es otra excelente pieza de la retórica al uso sobre los equilibrios que se producen entre vasos comunicados. Otra llamada a la paciencia, al estoicismo más austero y a la resignación que no cuestiona nada del paradigma vigente.
Ni David Ricardo, ni el consenso de Washington, ni el free trade, ni los mercados eficientes, ni la vaporosa condición del crédito circular, ni los multiplicadores circenses ni las titulizaciones que soportan nuestros planes de pensiones privados convertidos en alcantarillas socializadoras del gran timo universal.
De alguna forma esto no da más de si porque todas las arrugas, todos los remiendos y todas las miserias están al aire y es imposible ocultarlas.
¿Free trade cuando el 90% de nuestro consumo son precios regulados bien por el estado bien por sus oligopolios simbióticos?
¿Capitalismo cuando la economía privada soporta una fiscalidad explícita superior al 65% de cada factura que emite?
¿Banca privada cuando todas sus funciones son una franquicia del estado que las supervisa cada minuto?
¿Falta de control y de supervisión cuando para cada desmadre y cada estafa ha hecho falta legislación providencial y específica que lo hiciera posible?
No se, estimada Marcela, no sé. No sé qué diría Schumpeter si nos viese llamar a esto una crisis cíclica en el sentido que él daba a la palabra. Esto tiene todo el aspecto de un colapso inevitable tras el delirium tremens de ver de pronto el efecto de tantas décadas sirviendo globos de estímulo al ciclo electoral.
Buenas tardes y un saludo.
Marcela, muy interesante la evidencia. Gracias por compartirla con nosostros.