La tasa de crecimiento del PIB en México va a la baja. No es nada nuevo, ya venía sucediendo desde mediados del 2012. La productividad está estancada y aunque se han llevado a cabo reformas estructurales (financieras, energéticas y educativas) no se han manifestado todavía. Todo el mundo apuesta a que generaran un cambio en el largo plazo, pero al menos en este momento no se aprecia ningún efecto.
Las finanzas públicas también están pasando por un momento amargo: el desplome del precio del petróleo, así como la caída en la producción, han mermado los ingresos públicos. Para compensarlo se ha echado mano de otros impuestos que han cubierto en parte la caída de los ingresos petroleros, pero han perjudicado la actividad económica privada a través de las ineficiencias que generan. El endeudamiento público aumentó y se percibe una preocupación relacionada con uno de los pilares que más hemos presumido en los últimos años: la estabilidad macreconómica. Ya no podemos argumentar que estamos blindados, porque se nos está escapando la deuda (de un 45% respecto al PIB a en el 2015 un 48.4% proyectado para el 2017, sin contar los efectos de la elección de Trump).
Aunque se ha intentado controlar el gasto público, la inercia de este ante de la actividad política no deja mucho margen de maniobra. Digamos que para los políticos mexicanos el gasto público, en su peor momento, puede dejar de crecer, pero de ninguna manera disminuir. Tampoco podemos presumir que dicho gasto vaya a promover la productividad, ya que no hay ninguna evaluación seria de su impacto. Como consuelo podemos afirmar que es un gasto social y que estamos obligados a ello, pero de ninguna manera nos hará más productivos.
Sin embargo, tenemos frente a nosotros un conjunto de nuevas condiciones que nos han puesto ante una situación crítica: el cambio de rumbo en la política económica de USA. Aunque no debería de extrañarnos, ya que con el BREXIT y el empoderamiento del populismo en Europa deberíamos de estar pensando en un movimiento anti-globalizador a nivel mundial.
La incertidumbre que ha generado la elección de D. Trump (junto con sus discursos, escaramuzas, insultos, difamaciones y gimoteos) ha propiciado una depreciación del peso sin precedentes, así como una caída en los principales indicadores bursátiles. Esta incertidumbre en los mercados también se está manifestando en las expectativas sobre el crecimiento: Bank of America así como distintas asociaciones pronostican menos del 2% de crecimiento para este año. ¡Y Trump toma posesión como Presidente hasta el 20 de enero de 2017!
La depreciación del peso también está alentando una subida en la inflación. Los efectos de primer orden deben estar por manifestarse. Por mucha competencia que haya, parece inminente que un buen grupo de bienes del INPC tendrá que aumentar. Lo cual ya ha obligado a que el Banco Central aumente las tasa de interés (de 4.75 a 5.25) y que avise desde hoy una política monetaria más dura, por lo que habrá más aumentos antes de que acabe el año. Incluso hay voces airadas que solicitaban una alza mayor en la tasa de interés.
La tasa de crecimiento del PIB en México, depende fuertemente de las exportaciones, es por ello que el reflector más grande está dirigido a la política comercial y migratoria de Donald Trump. Sin lugar a dudas que “echar para atrás” de cualquier manera el NAFTA hará estragos en la competencia en USA, Canadá y a México. Todos perderemos. Lo dijo David Ricardo y lo seguimos diciendo en los cursos básicos de comercio: no hay forma de que alguno gane. Lo mismo sucederá con la migración. Ya sean legales o ilegales, deportar a trabajadores (¡no son delincuentes!) nos hará a todos menos eficientes. Los costos laborales aumentarán allá donde falte mano de obra y en nuestro caso, la pobreza y la frustración aumentará. No tenemos en donde darles empleo, ya que nunca lo hicimos, ahora también perderemos las remesas. También profundizaremos los problemas de delincuencia y crimen en nuestro país, con los posibles efectos negativos sobre USA.
Aunque México tiene 15 tratados de libre comercio, ninguno es tan importante como el que se firmó con Canadá y USA. Más del 80% de nuestras exportaciones van a USA y más del 60% viene de allí. ¿Con qué país lo vamos a compensar? ¿China? De ninguna manera podemos compensar perder el mercado que tenemos al lado.
Este escenario nos deja tremendamente frágiles: depreciación del peso, altas tasas de interés, bajo crecimiento (y mucha desazón social). Por otra parte no tenemos herramientas para enfrentarnos a esta situación. El gasto público no puede aumentar, los impuestos no pueden bajar y ni hablar de una mayor deuda, ya que justo es lo que se está intentando controlar.
Así que a menos de una semana de que se aprobó el gasto público para el año 2017, deberíamos pensar ya en un recorte. Con una tasa de crecimiento del PIB menor al 2%, mayores tasas de interés y una deliberada contracción en el comercio mundial, lo único que podemos hacer en el corto plazo es darle al país un margen para poder crecer y solo se pude hacer a través de unas finanzas públicas más sólidas. ¿Y porqué no un impulso a la actividad económica reduciendo las tasas impositivas? ¿Cómo puede contribuir el estado a que crescamos si no es mediante el impulso a la eficiencia?
Una reducción en el gasto público permitiría un margen de maniobra para las finanzas públicas. No solo como medida preventiva por las caídas en ingresos y por el aumento en los gastos financieros, sino también para poder incentivar la actividad económica y poder crecer de manera sostenida, más allá de las bravuconadas y tonterías del vecino presidente.
Fuente: INEGI.