Los griegos inventaron la palabra “Europa”. A pesar de eso, hoy en día se habla de su posible salida de la Unión Europea. De acuerdo con muchos analistas, incluyendo los del Financial Times, el resultado del referendo de la semana pasada significa que, explícitamente, el pueblo griego decidió marginarse de la unión política y económica que tanto costó formar.
Si bien esto no es necesariamente correcto, el futuro es incierto y nadie sabe qué pueda pasar. Durante meses los mercados apostaron a que, finalmente, el gobierno de Tsipras y los acreedores de la llamada troika iban a llegar a acuerdo y evitarían la cesación de pagos. Pero no fue así; el referendo fue una sorpresa, como fue su resultado, y el que no le pagarán al FMI.
Un mundo sin bancos
Los bancos llevan 10 días cerrados, y no está claro cuándo podrán ser reabiertos. Sin banca, la economía se paraliza. No hay cómo realizar transacciones, pagar a empleados, acreedores o proveedores. Sin bancos la gente entra en un terrible estado de ansiedad, teme por su futuro. Los jubilados no saben cómo pagarán el arriendo y los enfermos no saben cómo pagarán sus medicinas.
Cualquier intento por escudriñar el futuro requiere contestar tres preguntas: (1) cuándo se reabrirán los bancos; (2) bajo qué condiciones lo harán, y (3) qué pasará si los bancos no pueden ser reabiertos en los próximos tres o cuatro días.
Las dos primeras preguntas son más políticas que económicas y su respuesta depende de la voluntad de las partes negociadoras, y en particular del gobierno alemán y del Banco Central Europeo (BCE).
La tercera pregunta -qué pasará si los bancos no se abren de inmediato- es económica, y es posiblemente la más importante. Y resulta que la historia americana -tanto la del norte como la del sur- tiene mucho que enseñarles a los griegos sobre lo que sucede en este tipo de crisis.
Grecia y Argentina
Si los bancos siguen cerrados por falta de fondos -lo que sucederá si el BCE no amplía su ayuda de emergencia-, el gobierno no podrá pagar en la moneda de curso legal (euro) ni las pensiones ni los salarios de los funcionarios públicos. El sector privado tampoco podrá hacer pagos.
Históricamente, la solución a este problema es que el gobierno emite vales o cuasi dinero, con los que paga sueldos, salarios y jubilaciones. Estos vales tienen el tamaño y apariencia de billetes normales, y se emiten en las mismas denominaciones que la moneda de curso legal (5, 10, 20, 50 euros, por ejemplo). Parecen billetes, pero no lo son. Son deuda pública al portador, una moneda paralela que rápidamente pierde valor, que en forma casi instantánea se deprecia respecto de la moneda dura.
Esto es precisamente lo que sucedió en el año 2001 en Argentina, cuando el gobierno de la provincia de Buenos Aires emitió los llamados “patacones” para pagarles a empleados y proveedores. Además, y esto les daba algún valor, podían ser usados para cancelar deudas con el gobierno provincial. Pero, desde luego, nadie quería recibirlos, y quienes los recibieron en forma obligada, trataron de deshacerse de ellos lo más rápido posible. Y como nadie los quería, su valor se desplomó con rapidez en relación a los pesos verdaderos, pesos emitidos en forma limitada, y que en esos momentos tenían un valor fijos de uno-a-uno en relación al dólar.
Volvamos a Grecia: si se llega a emitir cuasi dinero -llamémoslos greuros-, éste perderá valor respecto del euro verdadero. Habrá un tipo de cambio entre ambas monedas, tipo de cambio que de inmediato será mayor a uno. Supongamos que en el mercado libre se requieren dos greuros para comprar un euro, mientras que el precio oficial está fijo a un euro igual a un greuro.
Tomemos el caso de un pensionado que tiene una jubilación de 1.000 euros. Bajo el nuevo sistema recibirá la misma cantidad, pero en la nueva moneda. Vale decir que en términos de moneda dura su jubilación habrá caído a la mitad (esto, porque el tipo de cambio es dos-por-uno). Supongamos que ese jubilado va a pagar su arriendo y que, de acuerdo al contrato, éste es de 300 euros. Sin embargo, como recibió la pensión en greuros, no tendrá otra alternativa que pagarlo en esa moneda.
El dueño del departamento mirará los vales y dirá que a pesar de su apariencia, esos no son euros. Nuestro jubilado lo reconocerá y dirá que lo lamenta, pero que le pagaron la pensión en la nueva moneda. El propietario dudará durante unos segundos y responderá que está bien, pero que si usa greuros tiene que pagar 600. El jubilado preguntará por qué. Y la respuesta será simple: al tipo de cambio de dos-por-uno, los 300 euros del contrato de arriendo son 600 greuros. Así de simple. El jubilado dirá que no, que el gobierno insiste en que el greuro es lo mismo que el euro, y mostrará lo que el papelito dice: 50 greuros valen 50 euros.
El problema es que esta discusión no tiene salida simple. Inevitablemente, terminará en juicios, en miles de acciones legales sobre contratos de todos los tamaños, juicios que inundarán las cortes locales, trabándolas hasta su virtual paralización. Pero eso no es todo, habrá juicios en Bruselas y en las cortes internacionales, juicios interminables, litigios surrealistas que frenarán la actividad económica.
Esto es exactamente lo que pasó en Argentina después de la devaluación del 2002. El gobierno trató de pagar los contratos internacionales, firmados en dólares (o en pesos duros), con nuevos pesos depreciados. Los acreedores protestaron y presentaron escritos en las cortes arbitrales, alegando que Argentina había violado los tratados de inversiones bilaterales (BIT). Hasta la fecha, más de 30 juicios arbitrales se han adjudicado en el tribunal del Ciadi, y en la gran mayoría de ellos los acreedores han prevalecido. Una y otra vez el tribunal falló en contra de Argentina. El año pasado, el gobierno transandino finalmente aceptó estas decisiones del tribunal y decidió compensar a las partes afectadas por la devaluación.
Quienes fomentan una salida de Grecia de la zona del euro ignoran este aspecto de la historia. Un cambio de monedas arrasa con los contratos y gatilla una erupción de litigios. Esto también sucedió en EE.UU. en 1933, cuando Roosevelt desacopló al dólar del oro. Los juicios se prolongaron por años, hasta que en febrero de 1935 la Corte Suprema falló sobre la constitucionalidad de la medida. Costos escondidos de una crisis terrible y abierta