La semana pasada sucedió algo excepcional: Bill Cosby fue encontrado culpable de tres cargos de abuso sexual, básicamente porque se le creyó más a la acusadora Andrea Constand que al abusador. Los hechos sucedieron hace 14 años, y no había demasiadas pruebas físicas, era realmente una cuestión de si el sexo había sido consensual o no.
Que Cosby era un abusador serial era claro: decenas de mujeres lo habían acusado en los últimos tiempos. Pero en muchos casos los delitos habían prescripto aunque se hubiera demostrado violación o falta de consentimiento. Entre los casos que podían ir a juicio, era clave encontrar a alguien creíble, alguien “intachable”, para que los “trucos” típicos de descalificar a la víctima fueran menos creíbles, o imposibles de llevar a cabo. En ese sentido, Constand era ideal.
El juicio no fue fácil, obviamente: el defensor de Cosby era Tom Mesereau que había defendido exitosamente a varias celebridades (incluido Michael Jackson) en casos similares. Sin ir más lejos, el juicio anterior fue nulo, pues el jurado no llegó a un veredicto unánime. Pero en este segundo juicio el fiscal incluyó los testimonios de otras cuatro víctimas de Cosby para establecer un patrón de comportamiento.
En ese sentido, el movimiento #MeToo puede ser clave en los casos que sigan, pues ha cambiado la perspectiva de cuán común es el abuso, y eso ha llevado a que más víctimas contaran sus experiencias. Antes de #MeToo era más probable que al airear un abuso se pensara que la mujer buscaba prensa, y que en realidad había buscado ganar provecho de una relación con algún personaje famoso del espectáculo (sea Weinstein, Cosby, o algún otro); básicamente que estaban enchastrando injustamente al pobre hombre; en esta visión, la mujer estaba despechada por algo que el personaje poderoso no habría querido hacer por ella. Por eso, era poco común que las mujeres abusadas dieran un paso al frente. Al cambiar la perspectiva sobre cuán común es el abuso por parte de hombres poderosos en distintos ámbitos (en Hollywood en particular), el costo de denunciar un abuso ha caído para las víctimas.
Pero otro aspecto interesante del cambio de perspectiva (de “probabilidad a priori de que sea cierto que hay mucho abuso”) es lo que ha causado en el comportamiento de otras celebridades cuando se les pregunta si sabían de estas conductas del abusador. Una respuesta tradicional era “no tengo conocimiento”, o “no me consta” o negativas varias. Era muy mal visto por “el establishment” que alguien endosara las acusaciones de abuso sexual.
Luego de la andanada de denuncias contra Weinstein, la situación ha cambiado. Varios personajes importantes de la industria dijeron saber de abusos o historias oscuras de Weinstein (George Clooney y Matt Damon en particular).
¿Qué ha cambiado? ¿Es sólo que el caso de Weinstein es “demasiado obvio” como para no decir nada, o podemos pensar que a partir de ahora, cuando se acuse a alguien, la gente aportará su información, en lugar de negar o callar?
Hace un tiempo estudié, con mi coautor Jean-Pierre Benoît en “Why do good cops defend bad cops?” (International Economic Review, 2004), un problema parecido que puede ayudar a entender un poco el cambio de actitud de los que ahora ventilan lo que sabían: ¿por qué los policías buenos defienden a los policías malos? Entre oficiales de la ley hay un código no oficial, pero severamente aplicado, según el cual ningún policía puede declarar contra otro.
La respuesta rápida de la gente cuando se le plantea esta pregunta es “por espíritu de cuerpo”; pertenecés al grupo, y defendés a los miembros.
Sin embargo, esta respuesta es muy incompleta. Me imagino que los policías en principio quieren hacer cumplir la ley, y si alguien la violó, deberían querer que se hiciera lo correcto. Por otro lado, tener ese código también acarrea costos: manteniendo a los miembros “malos” de la fuerza policial, cae el prestigio de la policía, y eso posiblemente tenga consecuencias monetarias (es políticamente más fácil subirle los sueldos a la policía si la gente piensa que es buena).
En nuestro trabajo analizamos la siguiente hipótesis: mantener un muro de silencio es beneficioso para el conjunto de los policías, aun si la mayoría son buenos. La idea es sencilla. El “gremio” de los policías debe decidir si, consultados por un juez, siempre brindarán la información que tengan sobre un oficial, o siempre se callarán (debe ser una regla sencilla para que sea fácil de aplicar, y de detectar si alguien se desvía del “código de honor”). El comportamiento del gremio se decidirá por mayoría simple. En principio, uno puede pensar que si uno es bueno, la información que se revele sobre él tenderá a ser buena, y que por eso uno preferiría que la información se revelara, y de esa manera todos los buenos votarían por una política de transparencia; si los buenos son mayoría la transparencia prevalerá.
Sin embargo, el asunto no es tan sencillo. Imaginemos que para que un juez nos mande presos, debe estar seguro “más allá de la duda razonable”. Si la información a la que tiene acceso el juez en general no es de muy buena calidad (cuando no es ayudado por policías), será difícil que un policía vaya preso. Por ejemplo, pensemos en un caso en que un policía le da 10 balazos a un sospechoso. ¿Es eso excesivo? ¿Era normal en la situación en la que se dio? Para un juez puede ser difícil de determinar, y nunca estará del todo seguro (por ejemplo, puede ser lo normal con un pico de adrenalina). Entonces, en casos de ese tipo, “nadie” estará en riesgo de ir preso.
Sin embargo, si la información con la que el gremio de policías podría ayudar en la investigación es en general de buena calidad (aunque no sea siempre exacta), el juez con su información, más la que proporciona el gremio, podría estar suficientemente seguro como para condenar.
Pensemos ahora sobre un agente que es bueno. Ya sabemos que si el gremio no colabora, no irá preso. También, en principio, la información sobre su accionar será en promedio favorable. Pero podría suceder que si algún día lo juzgan, la información que proporcione el gremio no sea exacta, y termine preso. Eso será cierto especialmente para agentes que no son excepcionales (aun siendo buenos). Resulta que, por este mecanismo, en muchos casos a agentes de este tipo les conviene votar por un código de silencio, y entre los malos, y los que no son muy buenos, podrán imponer una política de no colaboración.
Notemos que para que esto suceda, se necesita que para el juez sea difícil condenar sin la ayuda del gremio. Si cambia la situación de tal manera que el cuerpo de policía se vuelve “peor” en promedio, el juez condenará más a menudo aun sin la colaboración del gremio. Este cambio de actitud del juez hará que resulte atractivo para muchos policías buenos cambiar su voto de “silencio” a “colaboración”.
En este sentido, el movimiento #MeToo también ha cambiado la perspectiva sobre cuán comunes son los abusos y, de acuerdo a la predicción de nuestra teoría, varios personajes que otrora se hubieran callado, han compartido su información sobre el abusador. Y no sólo no se los ve con malos ojos (como hubiera sucedido otrora), sino que sus acciones están bien vistas. Por supuesto, este es un tema delicado, y hay muchos factores en juego, pero este cambio de perspectiva, y el consecuente cambio de actitud de aquellos que poseen información es muy positivo. Si la causa es la que describo arriba o no, no lo sé; pero es un cambio interesante, y no obvio, que predice nuestra teoría.
Addendum técnico: el tema de #metoo me recuerda a otro paper que me encanta (Caplin y Leahy, “Business as usual, market crashes and wisdom after the fact”, AER 1994). En su modelo, muchos desarrolladores están construyendo edificios, recibiendo señales sobre el estado de la naturaleza, que puede ser bueno o malo. A todos les interesa saber el estado de la economía, pero como hay un costo de parar la construcción, no se revela información en los primeros períodos. En el equilibrio, todo el mundo construye por los primeros T períodos (a ser determinados por los parámetros del modelo), y en ese momento dejan de construir aquellos que sólo recibieron malas señales en esos períodos. Todo el mundo observa quien paró; como son muchos desarrolladores, el número de empresas que detuvo su construcción revela completamente el estado de la naturaleza. Si son pocas, el estado es bueno, y todos siguen construyendo (aun los que pararon); si son muchas, el estado es malo, y todo el mundo detiene la construcción.
La idea es sencilla: durante T períodos es “business as usual” y no pasa nada; una vez que se revela que el estado es malo, todos paran y desearían haber parado antes, y se quejan que la información estaba disponible todo el tiempo, sólo que nadie la revelaba (porque era costoso).
El fenómeno de #metoo tiene un poco ese sinsabor: ahora que hay cientos de acusaciones, todo el mundo sabe que el estado era malo, y que de alguna manera la información estaba desperdigada, pero “estaba ahí”.
Una versión de esta nota se publicó en El Observador en Uruguay. Agradezco a sus editores la posibilidad de compartirla con FocoEconómico.
Los cuidadanos José Manuel Alves Martin, Ana María Morales Requena y su hijo Adrián Alves Morales, de Asturias se valen de hacer estafas y timos involucrando a un menor de edad, por favor difundan este mensaje