La Reforma Tributaria desde el lente de Adam Smith

Publicado en La Silla Vacía el 24 de octubre de 2016.

Pagar impuestos es un deber ciudadano, es un mecanismo que construye estado, y el uso apropiado de los recaudos es una de las formas más robustas de redistribuir recursos para construir sociedades justas y economías eficientes que provean los bienes públicos necesarios para la sostener la iniciativa privada y comunitaria.

Quienes justifican el evadir o eludir los impuestos bajo el argumento de que “igual se los roban” es como quienes justifican linchar a un ladrón capturado o no hacer el esfuerzo de denunciar o servir de testigos bajo el argumento de que “igual mañana lo van a soltar”. Estos argumentos son salidas fáciles, utilitaristas, que solo perpetúan círculos viciosos que debilitan la institucionalidad del estado y del contrato social.

El problema es que como un buen dilema de acción colectiva, hay incentivos privados sustanciales para no pagar impuestos a pesar de que todos ganaríamos si todos contribuyéramos mas, y sobre todo si fuese proporcional a nuestras posibilidades y proporcional también a los beneficios que recibimos de lo recaudado e invertido.

Buena parte del problema, sin embargo es que no siempre contribuyen los que más debieran ni se benefician necesariamente los que más necesitan los beneficios de esos bienes públicos. Nuestro sistema tributario no es la excepción. Aparece entonces la y comienzan las reacciones de los líderes de opinión (, , , , , y ) o resúmenes como .

¿Qué diría Adam Smith?

Adam Smith es de lejos , y aun hoy sigue siendo uno de los mejores. Su intuición acerca del comportamiento humano sentó las bases de la economía moderna, y sus dos grandes obras siguen dando de qué hablar cuando seguimos avanzando en entender las decisiones humanas asociadas al consumo o a la tributación.

Comencemos con la economía convencional y después nos podemos meter en la nueva economía del comportamiento. Decía Smith en la Riqueza de las Naciones: “Azucar, ron, y tabaco son bienes que para nada son necesidades de la vida, y que se han vuelto objetos de casi consumo universal, y que por lo tanto son extremadamente apropiados para ser sujetos de un impuesto”.

El Impuesto a las Bebidas Azucaradas.

Esto a raíz del IMPUESTO NACIONAL AL CONSUMO DE BEBIDAS AZUCARADAS (ARTÍCULO 196) que ya comienza a generar debate y anuncios pagados por quienes se oponen al mismo, como éste en la prensa nacional hace pocos días:

Mas adelante en el mismo libro V, continúa Smith: “Mientras tanto la gente podría recibir un alivio de algunos de los impuestos mas gravosos; de aquellos que les son impuestos bien sobre sus necesidades de la vida, o sobre los materiales para la manufactura. Los trabajadores mas pobres podrían permitirse una mejor vida, trabajar a menor costo, y enviar sus bienes de forma mas barata al mercado. Lo barato de sus bienes incrementaría su demanda, y consecuentemente la demanda de trabajo para producirlos. Este incremento en la demanda de trabajo aumentaría tanto los números y mejoraría las circunstancias de los trabajadores mas pobres. Su consumo aumentaría, y al mismo tiempo los ingresos generados de los artículos de consumo sobre los cuales los impuestos se permitieron permanecer”.

Smith estaba claramente pensando en la elasticidad de la demanda de estos bienes que no son “necesidades de la vida” pero que curiosamente generan cierta adicción. Doscientos cuarenta años después, contamos con evidencia que permite evaluar a intuición económica de uno de los padres de la economía. La demanda de bebidas azucaradas no pareciera ser muy elástica como sugieren estos estudios (, y ), lo cual sugiere que cada punto porcentual adicional en el precio se traducirá en una reducción porcentual equivalente o incluso menor en la cantidad demandada. Esto tiene implicaciones interesantes para ver el efecto que podría tener este impuesto. Por un lado, dada esta baja elasticidad es probable que se generen recaudos importantes, que como bien dice el Artículo 201 del proyecto de reforma tributaria, “[e]l recaudo del impuesto nacional al consumo de bebidas azucaradas se destinará a la financiación del aseguramiento en el marco del Sistema General de Seguridad Social en Salud”. en Estados Unidos estima que con un incremento entre el 20-25% en los precios y por ende una reducción entre un 15-20% en el consumo se podrían prevenir mas de 37,000 casos de diabetes con un ahorro de $1.2 billones de dólares en costos médicos, prevenir 145,000 casos de obesidad en adultos con un ahorro de $2.1 billones de dólares en gastos médicos asociados a la obesidad, y un aumento en recaudos tributarios de $1 billon de dólares para el estado. El debate en el Reino Unidos ha generado también algunos escépticos que no debemos ignorar en la discusión, como lo refleja en The Guardian. De cualquier manera, el consenso (, y ) es que el excesivo consumo de azúcar tiene consecuencias sociales y económicas por el daño a la salud humana y por ello la importancia de usar todos los medios disponibles para cambiar el patrón de consumo actual. El Ministerio de Salud resume sus argumentos médicos y económicos para apoyar esta iniciativa de la reforma tributaria.

El Impuesto al Carbono

Quién sabe si Adam Smith habría agregado la gasolina a su lista de tabaco, azúcar y ron, al igual que otras formas de combustibles fósiles que consumen los humanos en cantidades que son socialmente perjudiciales a pesar de ser individualmente apetitosas. La reforma presentada incluye en su artículo 207 un impuesto al carbono basado en el estimativo de contribuciones de cada tipo de combustible a las emisiones de dióxido de carbono (CO2) y equivalente a $15,000 por cada tonelada emitida. Aquí de nuevo tendremos que tener en cuenta las elasticidades de la demanda de gasolina para comprender que tan sensible sería la caída del consumo si se generan aumentos en los precios al consumidor final. sugieren una elasticidad incluso menor a la de las bebidas azucaradas lo cual de nuevo puede implicar recaudos importantes aunque reducciones en el consumo y por tanto en emisiones , lo cual implicaría que un impuesto como el descrito en la tabla de $135 pesos por galón, si se transfiere en parte a los consumidores generaría un aumento minúsculo en el precio actual y por tanto poco contribuiría a reducir las emisiones en las cantidades que los economistas ambientales quisiéramos. Pero se generarían recaudos importantes para financiar, aunque no lo dice el proyecto de reforma tributaria, estrategias de reducción de las emisiones del país, sabiendo que el Presidente Santos se comprometió a reducciones ambiciosas del 20% para el 2030. Por este lado probablemente no será, pero es una señal interesante para medirle el aceite a la economía en este sentido.

Los impuestos a los mas ricos.

Aquí Adam Smith tenía observaciones interesantes. Si bien su argumento de la simpatía por los más pobres tiene todo el sentido del mundo en esta reforma, si se considera aumentar los recaudos para atender las necesidades sociales del postconflicto, también él observaba esa especial admiración de las sociedades por los más ricos y privilegiados que impedía que se les impusieran impuestos más altos. que esa “disposición a admirar, y casi adorar, a los ricos poderosos, y a despreciar, o al menos ignorar, a personas pobres y en situaciones desafortunadas…es…la más grande y universal causa de corrupción de nuestros sentimientos morales”.

Y este será un punto central para explorar esa otra parte fundamental del éxito o fracaso de una reforma tributaria bien intencionada y bien diseñada en el papel, y es su implementación en la práctica. Finalmente estará en ese ciudadano de la calle el exigir o no que se le cobre el debido IVA que en esta reforma se propone subir del 16% al 19%. Estará en las manos de quienes llenan esos formularios de la DIAN, sean asesores o contadores, que por instrucciones de los declarantes decidirán si quieren aportar de manera proporcional a sus capacidades y recibir de manera proporcional a sus necesidades.

Poco se ha discutido la dimensión de los sentimientos morales de una reforma tributaria y del papel que podrán jugar las normas sociales, esas que perpetúan o sancionan o premian los comportamientos tributarios que erosionan o sostienen el bien público. Esas normas sociales tributarias se construyen a través del espejo de la sociedad del que hablaba Adam Smith: “Del mismo modo, nuestros primeros juicios morales se refieren a la índole y conducta de los otros, y con gran desenvoltura observamos la manera cómo la una y la otra nos afectan. Pero pronto aprendemos que las demás gentes se toman iguales libertades respecto de nosotros. Ansiamos saber hasta qué punto merecemos su censura o bien su aplauso, y si ante ellas necesariamente aparecemos tan agradables o desagradables como ellas ante nosotros…..Tal es el único espejo con el que, en cierta medida, podemos a través de los ojos ajenos escudriñar la conveniencia de nuestra conducta.”