Nota publicada originalmente el jueves 9 de julio de 2016 en Ámbito Financiero.
Se cumplen seis meses del Gobierno de Cambiemos y la sensación es que en materia económica éste fue un semestre para el recuerdo y para el olvido al mismo tiempo. Porque combinó acciones muy buenas -como la salida del cepo con una flotación administrada y el acuerdo con los holdouts-, con errores de diagnóstico serios como empecinarse en creer y decirle a la gente que la inflación iba a caer en medio de un fenomenal ajuste de precios relativos («porque éstos no son inflación o porque son sólo para la Capital»). La verdad es que, como era de esperar, los efectos -impacto en precios y actividad y precios.
Mi primera inquietud al final de este semestre se vincula con el nivel de actividad y va más allá de la lectura de los indicadores anticipados -que para mí todavía no dicen nada- o del comportamiento expansivo esperable con apreciación y entrada de capitales. Mi punto es más estructural y se basa en el argumento de que ésta era una economía con expectativas de empleo y consumo altos (nos guste o no, artificialmente mantenidos o no, pero así tomados por los agentes económicos). El cambio de «modelo»: ¿estamos seguros que cambia favorablemente las expectativas de la gente respecto de su ingreso permanente? La lectura optimista de la «lluvia de inversiones» dice que sí. Mi lectura es diferente (aun con lluvia de inversiones). El punto es que las expectativas pueden haber cambiado, no sólo o tanto por el shock del primer semestre (en donde el manejo de los ajustes tarifarios sectoriales se lleva el premio a la crítica), sino por algo más reminiscente (en la cabeza de la gente) que el efecto del «eficientismo» de la primera parte de los 90 tuvo sobre la productividad, el empleo y los salarios. ¿Y si vamos camino a una hibernación del empleo y el consumo alentados por este cambio de expectativas sobre el verdadero «modelo»?
Contra esto juega la magia del blanqueo y el ingreso de capitales. Ahora, contrario a lo que se dice y repite, yo tengo problemas conceptuales o analíticos para predecir el éxito del blanqueo. El primero y principal es que existe un fenomenal problema de inconsistencia temporal de las políticas anunciadas. Para mí no resulta creíble que se anuncie que se va a eliminar el Impuesto a los Bienes Personales cuando la tendencia en el mundo (post libro de Thomas Piketty, nos guste o no) es que esas tasas van a tener que aumentar. Además esto ocurre en un país en donde hay demasiada evidencia histórica de reversiones de política. Hay que suponer que los agentes económicos tienen mucho descuento hiperbólico (es decir miopía) o que el miedo a que los detecten después de 2017 es muy grande. Además del problema de inconsistencia temporal, el blanqueo tiene, desde el punto de vista de los agentes, un problema de «castigo moral». El ahora tan discutido artículo 85 de la ley establece, de facto, que no hay secreto fiscal o bancario en la Argentina. La construcción de la lista de los «aquí están, estos son» es inevitable. ¿Cuánta gente va a querer exponerse frente a la sociedad, la familia y los amigos? El último problema del blanqueo es un problema de coordinación, dada la necesidad de que se junte una masa crítica para que sea exitoso, no sólo para la macro sino para los que van a entrar. Esto hace pensar que tal vez al comienzo vamos a ver bastante poco movimiento (es decir un «wait and see»).
Por último, la gran preocupación que dejó este semestre es el problema de la apreciación cambiaria y la imposibilidad de poder manejarla. Mi sensación es que habiendo enfrentado, desde diciembre de 2015, un inevitable cambio de la cuenta capital del balance de pagos (la diferencia neta desde la salida a la entrada de capitales va a ser muy grande) la elección del esquema cambiario no deja de ser un problema aun habiendo sido exitoso en la primera etapa. Porque si bien es cierto que frente a un ajuste devaluatorio podía ser mejor salir del cepo flotando (éste es el punto a favor de lo elegido y el gran logro del equipo), el problema aparece si vas de cabeza a una apreciación, como ahora, y no hay instrumentos. El argumento de que «no hay que preocuparse porque el tipo de cambio ahora es flexible» ayuda poco. Más bien es al revés: justamente hay que preocuparse porque el tipo de cambio es flexible. Y los paliativos que te sugiere la ortodoxia se parecen a usar una pistola para sacarte el dolor de cabeza, como lo es abrir la economía con atraso cambiario. Dicho esto, luce que en este contexto sería mejor tener tipo de cambio fijo o, para poner un nombre criollo, meterle una «tranquera» a la apreciación. Pensar esto debería ser parte de la agenda del próximo semestre. La tasa de interés va a bajar mucho más yendo a una fijación transitoria que por la vía que estamos transitando. Si bien es cierto que esta vía es consistente con la reconstrucción de un esquema monetario que no puede cambiar cada semestre, porque la única institución económica que yo he visto reemerger con un esquema explícito a largo plazo este semestre es el BCRA. Al contrario, las instituciones fiscales brillan por su ausencia, por no decir que asustan. Y las regulatorias, salvo Defensa de la Competencia, tampoco han mostrado ideas claras de largo plazo.