Argentina: Un país de bloqueos y oportunidades (segunda parte)

51DeQqNLipL._SY344_BO1,204,203,200_Este artículo es parte de un trabajo extenso que irá siendo publicado en notas semanales (leer primera parte). 

La Inflación Crónica y la desmonetización de la economía

La segunda hipótesis que trata de explicar el proceso de involución económica enfatiza razones de “errores” de economía política que se agudizaron a partir de la Gran Depresión de 1930. El viraje del escenario internacional hacia un esquema proteccionista implicaba la necesidad de repensar la estructura de la economía para mantener su ritmo de expansión con el manejo de políticas económicas mucho más pro-activas. Aquí no nos detendremos a explicar por qué fueron adoptadas ciertas políticas económicas muchas veces encontradas para enfocarnos en un legado pegajoso y recurrente que tuvo y tiene, a nuestro entender, efectos devastadores sobre el desarrollo económico: la inflación.

Mucho se ha dicho acerca del impacto de la inflación sobre la economía y los niveles de equidad: (a) Que el impuesto inflacionario es el más regresivo que existe; (b) Que la inflación es en todo momento un fenómeno monetario para algunos, estructural para otros; (c) Que la inflación perfectamente anticipada no tiene ningún tipo de efecto sobre la economía real; (d) O bien que existe una relación positiva entre inflaciones moderadas y el crecimiento económico. La evidencia empírica en la historia argentina indica que la correlación entre la inflación y el crecimiento económico ha sido decididamente negativa. En el período 1900-1940, la Argentina siguió un sendero de inflación al compás de las naciones desarrolladas con un aumento promedio en el nivel de precios del 2 por ciento anual y con una tasa de expansión del 5 por ciento.

El desacople monetario y fiscal del mundo se produce a partir de 1945 y hasta 1991 se experimenta una inflación anual promedio del 90 por ciento, con picos hiperinflacionarios que demolieron a una sociedad ya alcanzada por un profundo proceso de pauperización.

La importancia del valor de la moneda como prerrequisito para lograr el desarrollo económico no es una prescripción exclusiva de la tan vilipendiada Escuela de Chicago o de algunos lunáticos monetaristas, sino que ha sido también el foco central de análisis de John Maynard Keynes en su excepcional obra A Tract to Monetary Reform. El valor de la moneda, la estabilidad macroeconómica y la previsibilidad para los contratos a futuro son pre-condiciones mínimas necesarias para asegurar un proceso de inversión de largo plazo.

Exactamente en 1944 la economía argentina era la más monetizada en América Latina, con un cociente de los activos monetarios domésticos con respecto al Producto Bruto Doméstico equivalente al 50 por ciento. En 1990, con la hiperinflación, esta proporción colapsó situándose por debajo del 20 por ciento. En la década del 90 se produce una importante re-monetización de la economía, pero ya en un sistema bi-monetario; es decir, permitiendo que el ahorro de los ciudadanos en dólares pudiese fondear inversiones domésticas a través del sistema financiero debido a la desconfianza en la moneda local.

Pero este nuevo equilibrio fue fugaz y terminó en el desastre de 2001-2002 con una devaluación del 200 por ciento, el default de la deuda externa, la licuación de los ahorros domésticos cautivos en los bancos locales y la caída en el nivel de actividad económica más importante de la historia.

Sin embargo, y a pesar de un contexto internacional excepcional, nuestro país no pudo, o no quiso, domar la inflación. Entre 2003 y 2014 tuvimos una inflación acumulada del 700 por ciento, comparada con un 38 por ciento acumulado en la economía mundial. El impuesto inflacionario se utilizó para financiar un déficit fiscal inmanejable, a pesar de que la presión impositiva a través de los impuestos directos e indirectos es hoy equivalente a países europeos que a diferencia de lo que pasa en nuestro país proveen a sus ciudadanos bienes públicos de alta calidad. El problema estructural sin vistas de solución de un financiamiento insostenible del Gasto Público ha generado expectativas de que todos los esfuerzos por estabilizar la economía finalmente habrán de fracasar. La inflación es endógena a la situación fiscal y ésta, a su vez, depende de la matriz político-institucional que distorsiona un pacto fiscal endeble impidiendo liberar las fuerzas productivas del país al sesgar los proyectos de inversión hacia el corto plazo. Tal vez la nueva configuración de la economía internacional, que alarga de manera notable el horizonte económico, ha “anestesiado” la percepción de urgencia sobre un encuadre institucional que no es proclive al desarrollo de una economía capitalista inclusiva.