De acuerdo con la Organización Mundial de la Salud, la obesidad infantil ha crecido a paso sostenido en los países de ingresos bajos y medios en las últimas décadas hasta alcanzar niveles alarmantes. Muchos países en América Latina y el Caribe pasan de un sendero de desnutrición a uno de obesidad. Además de los problemas de salud que la obesidad trae aparejada en la niñez, la misma es un fuerte predictor de la obesidad en la vida adulta.
La causa principal del sobrepeso y la obesidad es el desbalance entre las calorías ingeridas y las utilizadas. La recomendación de política pública para reducir la obesidad se centra en el monitoreo del peso, la capacitación para padres sobre una dieta apropiada para sus hijos y el incremento de la actividad física.
¿Saben los padres que sus hijos no tienen un peso saludable? ¿Cuándo lo saben hacen algo respecto? Un experimento realizado recientemente en México por Prina y Royer muestra claramente las dificultades que la política de salud enfrenta en su lucha contra la obesidad infantil. Participaron del mismo 2,746 niños con un promedio de diez años de edad que asistían a siete escuelas del estado de Puebla. Los investigadores estudiaron el impacto de distribuir libretas con información del peso de los niños sobre la toma de conciencia de sus padres respecto al peso de sus hijos, su comportamiento frente a la obesidad y el índice de masa corporal (IMC) de los niños.
Todos los niños que participaron del experimento fueron medidos y pesados por nutricionistas al comenzar el mismo. Los niños fueron asignados en forma aleatoria a cuatro grupos. En los primeros tres grupos los padres recibieron una libreta personalizada que contenía la altura del niño y su peso que además estaba clasificado en una de cuatro categorías: debajo del peso saludable, en un peso saludable, con sobrepeso u obeso. Las libretas se enviaban en sobres cerrados, acompañadas por una carta del distrito escolar con información de un nutricionista al que podían acudir en forma gratuita. Los padres de los niños asignados al cuarto grupo no recibieron información sobre el peso de sus hijos.
De los tres grupos donde los padres recibieron información sobre sus niños, dos de ellos recibieron información adicional. Con el objetivo de destacar el impacto del peso sobre la salud de los niños, un grupo recibió información al respecto adaptada a la clasificación de peso en la que se encontraba su hijo. Con el objetivo de estudiar como el contexto afecta las creencias y las reacciones de los padres, otro grupo recibió información sobre la cantidad de niños en la clase de la escuela a la que pertenecía el niño que se encontraba en cada una de las cuatro categorías de peso.
Los cuatro grupos recibieron una invitación para asistir a una jornada de “Estrategias prácticas para mejorar los hábitos alimenticios y la actividad física de sus niños». Esta jornada gratuita tuvo lugar dos semanas después del envío de las libretas.
El experimento encontró en la muestra de niños obesos y con sobrepeso que muchos padres tenían una percepción errada sobre el peso de sus hijos que cambió al recibir las libretas. Antes del envío de las libretas el 33% de los padres reportaba correctamente que sus hijos tenían sobrepeso y el 6% que eran obesos. Tras el envío estos porcentajes pasaron al 59% y el 20%, respectivamente.
Desafortunadamente, la toma de conciencia no aumentó la preocupación de los padres por el peso de sus hijos y por ende no condujo a cambios en el comportamiento (por ejemplo, mayor asistencia a la jornada informativa, más visitas al médico o al nutricionista o cambios en los patrones de actividad física) ni en el índice de masa corporal de los niños (cinco meses después de la primera medición). La información adicional que recibieron los padres sobre el impacto de la obesidad o la cantidad de niños obesos en la clase no tuvo ningún efecto adicional en términos de conocimiento o comportamiento que la intervención más simple.
¿Qué implicancias de política sanitaria tienen estos resultados? En primera medida, las escuelas deberían cumplir un rol importante informando a los padres no solo sobre el desempeño académico de sus hijos sino también sobre su salud. De la misma forma que los padres reciben libretas con calificaciones pueden recibir con cierta periodicidad libretas con información básica sobre la salud de sus hijos. A juzgar por los resultados de este experimento de esta forma podríamos mejorar el conocimiento de los padres sobre la salud de sus hijos.
¿Por qué que el saber no alcanza para modificar el comportamiento? Por un lado, es posible que los padres no entiendan las consecuencias de la obesidad al ser una enfermedad relativamente nueva en los países en desarrollo. Por otro lado, puede ser que las familias carezcan de recursos económicos o no entiendan las medidas que pueden tomarse para reducir el peso de los niños. Una dieta más saludable puede ser más costosa ya sea en términos de alimentos o en tiempo de preparación que una menos saludable. La actividad física organizada fuera del horario escolar también puede ser costosa para las familias ya sea en términos de dinero o tiempo ¿Hay un lugar seguro cerca de donde viven las familias donde los niños puedan hacer ejercicio luego de la escuela? Obviamente las escuelas a través de la alimentación que proveen y la actividad física programada pueden cumplir un rol importante en la lucha contra la obesidad infantil. Sin embargo, al final del día la clave pasa por encontrar políticas que permitan modificar el comportamiento tanto de los padres como de los niños. Aquí nos queda mucho terreno por andar.
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