La historia económica es un campo de investigación atípico. No depende de un marco teórico propio, sino que se nutre de esquemas que proceden de otras ramas de la economía, y a su vez contribuye a mejorarlos. Su característica distintiva es que utiliza datos procedentes de la investigación histórica, algo que a primera vista no justificaría su clasificación como un campo de investigación distinto al resto. Y, sin embargo, la historia económica nunca ha gozado de mejor salud, medida por la presencia de investigadores en los mejores departamentos de economía, y por el impacto de sus publicaciones. Los grupos de historiadores en Harvard, Stanford, Yale, UCLA, Berkeley, Northwestern, Davis y Oxford tienen al menos tantos miembros como en cualquier otra época; su promedio de edad, en varios casos, se acerca a sus mínimos históricos. Cada año, un nutrido contingente de nuevos investigadores se gradúa de estos (y otros) departamentos, y no encuentra dificultades en acceder a empleos en las mejores instituciones académicas. Las razones de este éxito son simples; los mejores historiadores económicos son, ante todo, economistas de primera línea, con un profundo conocimiento de escenarios empíricos sobre los que es posible construir nuevas teorías económicas o poner a prueba las existentes. Este modelo de investigador debe mucho a un grupo de académicos de los años 60 y 70, entre los cuales quizá nadie ha sido más importante que Robert Fogel.
Hijo de inmigrantes rusos y criado en la Nueva York de la Gran Depresión, Robert William Fogel obtuvo su doctorado en la universidad Johns Hopkins, realizando su tesis bajo la supervisión de Simon Kuznets. Allí desarrollaría la metodología de trabajo que luego permearía toda su obra. Esta metodología consistía, fundamentalmente, en tres elementos interrelacionados: la creación de paneles de datos con extensiones temporales y de corte transversal sin precedentes para la época (no sería erróneo considerarlo un precursor del big data); un profundo conocimiento del contexto histórico e institucional en el que se generaron los datos; y una rigurosa aplicación de la teoría económica. Tras su graduación, Fogel desarrolló casi toda su carrera en la Universidad de Chicago, con un intervalo de seis años en Harvard.
Fogel es recordado por tres contribuciones fundamentales a la historia económica: su análisis del rol de los ferrocarriles en el desarrollo de los Estados Unidos; su trabajo con Stanley Engerman sobre los aspectos económicos de la esclavitud en Norteamérica; y su investigación sobre la relación entre nutrición y estándares de vida, que desarrolló hasta su muerte, como director del Center for Population Economics en Chicago.
Los ferrocarriles y el nacimiento de la cliometría
En los inicios de los años 60 sonaba con mucha fuerza el paradigma de los cinco estadios del crecimiento económico, desarrollado por W. W. Rostow. En él se postulaba que, previamente al “take off” – es decir, al inicio del crecimiento sostenido de una economía – debía producirse una revolución en los medios de transporte, permitiendo la integración de los mercados internos y la conexión de las áreas productivas con los puertos de exportación. En el caso de los Estados Unidos, la revolución de transporte se identificaba con la expansión de los ferrocarriles durante el siglo XIX. En 1964 Fogel publicó Railroads and American Economic Growth, un detallado análisis contrafáctico de las trayectorias que hubiera podido seguir la economía norteamericana en caso que el ferrocarril no se hubiera inventado nunca. Fogel comenzó estudiando en detalle los costos unitarios de transporte para cada localidad a través del ferrocarril. Luego realizó un relevamiento increíblemente detallado del territorio norteamericano (décadas antes de la introducción de GIS), considerando cuál hubiera sido la forma de transporte más eficiente en caso de no existir los ferrocarriles. Para esto, debió estudiar en profundidad las características y costos de capital tanto de canales como de carreteras en cada tipo de terreno, analizando sus costos de construcción, perfil de mantenimiento y depreciación, y estimando los costos unitarios de transporte que hubieran implicado en caso de haberse construido. Comparando estos resultados con los costos bajo los que efectivamente había operado el ferrocarril, Fogel concluyó que esta tecnología contribuyó, como máximo, un 5% del PIB de los Estados Unidos en el siglo XIX. La hipótesis de la indispensabilidad de los ferrocarriles quedaba así destronada. Mucho más importante aún, una nueva forma de hacer historia económica – que pronto sería bautizada cliometría (por Clio, la musa de la historia) – veía la luz.
Es difícil exagerar el impacto de Raliroads and American Economic Growth. Se trataba del primer estudio que aplicaba rigurosamente la teoría de costo-beneficio a una situación histórica de larga duración y escala nacional, y lo hacía con un nivel de detalle microeconómico impensado. También demostraba como la técnica del contrafáctico podía aplicarse a la evaluación de proyectos o políticas. Echaba por tierra el paradigma dominante sobre crecimiento económico. Desde el punto de vista metodológico, también introdujo la práctica de sesgar las estimaciones en contra de la propia hipótesis – el ahorro social del 5% del PIB estimado por Fogel es, en efecto, una cota superior a la contribución de los ferrocarriles al desarrollo de los Estados Unidos. Finalmente, la obra incluía una detallada lista de todos los supuestos, parámetros, y estimaciones utilizados en sus cálculos, motivando a un gran número de investigadores a replicar sus resultados y realizar incontables análisis de sensitividad. Para utilizar una conocida expresión inglesa, la cliometría entraba en escena with a bang, not a whimper.
La esclavitud y la política de la investigación histórica
Tras completar Railroads, Fogel se dedicó de lleno a su colaboración con Stanley Engerman sobre la naturaleza de la esclavitud como una institución económica. En el medio del Civil Rights Movement prevalecía la visión de que la esclavitud había sido una institución económicamente ineficiente: las plantaciones que utilizaban esclavos habrían generado beneficios inferiores a los que hubieran sido posibles con una fuerza de trabajo libre. Su persistencia hasta la Guerra Civil, entonces, sólo podría explicarse recurriendo a las actitudes racistas de los terratenientes sureños, y la opresión histórica de la raza negra. En 1974, Fogel y Engerman publicaron Time on the Cross: The Economics of American Negro Slavery, una obra en dos volúmenes. Su principal innovación era considerar a los esclavos como un bien económico – parte del capital de una plantación – y calcular su retorno. Time on the Cross demostró que los esclavos eran altamente rentables, y que la productividad de las plantaciones sureñas se encontraba en su máximo histórico en vísperas de la Guerra Civil. Fogel y Engerman también aportaron evidencia mostrando que los dueños de las plantaciones, conscientes de la rentabilidad de sus esclavos, los trataban relativamente bien, proveyéndoles dietas adecuadas, cuidados médicos, y limitando los castigos corporales. Los cálculos de TFP y las reconstrucciones del PIB que apuntalaban la obra mostraban como el sur esclavista, entre 1840 y 1860, había crecido al menos a la misma tasa que el norte industrial. Lejos de colapsar bajo su propio peso, la esclavitud había sido eliminada sólo tras una decisión política, cristalizada en la Guerra Civil.
Time on the Cross puso a Fogel y a Engerman en el ojo de un huracán mediático. Distintas entidades de derechos civiles criticaron su decisión de tratar a los esclavos como capital no humano; historiadores y sociólogos destacaron que nutrición y cuidados médicos no compensaban la pérdida de la libertad; desde todos lados llovieron acusaciones de racismo. Estas últimas eran particularmente dolorosas para Fogel; su esposa, Enid, era negra, y para casarse habían debido superar los innumerables obstáculos interpuestos por las leyes raciales de antes de 1964. Personalmente, siempre encontré estos ataques un tanto extraños. Time on the Cross mostraba que la esclavitud no podía llegar a un fin natural por motivos puramente económicos. Su abolición había resultado de profundos cambios en la conciencia social y política del siglo XIX. Esta conclusión presenta una visión de las relaciones sociales de la época mucho más rica y compleja que si la esclavitud hubiera desaparecido simplemente por una cuestión contable.
El trabajo de Fogel y Engerman desató una enorme literatura que expandió y reevaluó sus conclusiones. Peter Temin y Paul David objetaron las comparaciones entre trabajo libre y esclavo, argumentando que la elección entre ocio y trabajo está fundamentalmente distorsionada bajo este último. Gavin Wright revisó a la baja los cálculos de TFP del sur. Fogel mismo revisó algunos de sus cálculos en los cuatro volúmenes de Without Consent or Contract, publicado en 1989, obra de la que dedicó más de la mitad a consideraciones morales y evidencia cualitativa. Independientemente de los matices que se hayan acumulado a través del tiempo, la enorme literatura a la que dio origen Time on the Cross es el mejor testimonio de su importancia como obra fundacional de la historia económica norteamericana.
Nutrición, estándar de vida, y los orígenes de la antropometría histórica
A partir de mediados de los 80, la investigación de Fogel se centró en construir medidas del estándar de vida utilizando mediciones biológicas, tales como la nutrición, la longevidad, y las dimensiones corporales de los individuos. La literatura médica había establecido una clara relación entre la calidad de la nutrición y varias características antropométricas de un ser humano. Algunas de ellas, como la altura, la edad del deceso, la densidad ósea, y el padecimiento de ciertas enfermedades, pueden establecerse a partir de restos óseos de cualquier antigüedad. Otras aparecen descriptas en fuentes históricas, tales como registros de conscripción. La nutrición y la salud general están claramente relacionadas con el estándar de vida, y resultan de suma utilidad en períodos históricos para los que no existen registros de ingreso o producto. Desde el Center for Population Economics en la Universidad de Chicago, Fogel y sus estudiantes crearon enormes bases de datos recogiendo información sobre la dieta y las características antropométricas de cientos de miles de individuos en varios períodos históricos. La literatura resultante ha contribuido a resolver numerosos enigmas. En un caso puntual, era conocido que la esperanza de vida en el medioevo era prácticamente independiente de niveles de ingreso o clase social. Esto contrasta fuertemente con otros períodos, en los cuales mayores ingresos están invariablemente correlacionados con mayor longevidad. Los estudios de Fogel dieron con la clave. Las clases medievales más acomodadas basaban su dieta en el consumo de carne salada y bebían exclusivamente cerveza, ya que su contenido alcohólico eliminaba a los gérmenes que solían infestar el agua. Este patrón de consumo generaba elevados índices de disfunción renal, gota, y cirrosis hepática. Mientras tanto, los pobres debían conformarse bebiendo agua y consumiendo una dieta mayoritariamente vegetariana, reduciendo así sus problemas de salud. La ventaja conferida por los altos ingresos era así eliminada por una dieta poco saludable. En otro resultado notable, Fogel estableció que las características antropométricas de los esclavos del sur de los Estados Unidos se asemejaban a aquellas de los aristócratas europeos de la época, reforzando así sus conclusiones en Time on the Cross.
La antropometría histórica ha experimentado un crecimiento espectacular en las últimas dos décadas. Hoy existen bases de datos con características antropométricas de individuos que han vivido hace milenios, y es posible reconstruir el estándar de vida de prácticamente cualquier sociedad de la que se conserven restos humanos. Estos avances fueron llevados a cabo mayoritariamente por alumnos de Fogel, tales como Rick Steckel o John Komlos, cuyas trayectorias profesionales son testimonio de la enorme importancia de esta línea de investigación.
En 1993, Fogel compartió el premio Nobel de economía con Douglass North, en la primera – y hasta hoy única – oportunidad en que el galardón se otorgó por contribuciones en el campo de la historia económica. En la citación, el comité Nobel remarcó que los trabajos de Fogel fueron sujetos al escrutinio crítico de sus colegas como pocos, examen del cual emergieron airosos gracias al uso de todas las fuentes posibles, al testeo cuidadoso de varias hipótesis alternativas, y a su novedoso enfoque metodológico. En otras palabras, la obra de Fogel ha sobrevivido al paso del tiempo, y continúa hoy siendo de referencia obligada para quien trabaje en cualquier área de historia económica. Sin embargo, su legado más importante son tal vez las docenas de estudiantes que formó en Chicago y Harvard, entre los cuales destacan nombres como Claudia Goldin, Ken Sokoloff, Robert Margo, Dora Costa, Deirdre McCloskey, Hugh Rockoff, y los ya mencionados Richard Steckel y John Komlos. A través de sus trabajos y sus estudiantes, la impronta de Fogel sobre la historia económica es hoy mayor que nunca.
Esta entrada está basada en parte en Eichengreen, B. 1994. “The Contributions of Robert Fogel to Economics and Economic History”. Scandinavian Journal of Economics 96 (2): 167-179.
Gran obituario, estaba justo leyendo de Fogel después de la última clase con Mokyr sobre ferrocarriles en África y di con él, solo para encontrar que fuiste su estudiante.
Saludos.