El baúl de Manuel

Durante varios años y hasta hace muy poco tiempo, las palabras que encabezan esta nota conformaron el título de una sección del suplemento económico “Cash” del diario Página 12. Su autor era Manuel Fernández López, un economista cuya trayectoria profesional probablemente era desconocida por muchos de los lectores de dicho periódico. Todos los domingos, con erudición, ironía e irreverencia inusuales, Manuel abordaba una amplia variedad de cuestiones actuales, cuyo desarrollo inevitablemente vinculaba con otros campos del conocimiento económico, a los que había dedicado su extensa vida académica: la historia del pensamiento y de las doctrinas económicas,

la enseñanza de la economía en Argentina y la vida de los grandes economistas.

Por motivos muy diversos, como suele suceder con casi todos los economistas, también Manuel tuvo una admiración especial, tanto por colegas profesionales, como por algunos hombres de Estado. En el primer grupo, habría que incluir a José Barral Souto (recomiendo la memorable nota biográfica que, al cumplirse 100 años del nacimiento del ilustre economista hispano-argentino, publicó Manuel en 2003 en El Economista), Luis Roque Gondra, Elías De Cesare (de quien fue alumno, y a quien dedicó su libro “Modelos Económicos Lineales”), Vicente Vázquez Presedo y a Julio Olivera. Entre los últimos, inevitablemente Manuel hubiera incluido al economista Manuel Belgrano y a Bernardino Rivadavia.

El ámbito en el que Manuel Fernández López desarrolló su prolongada vida académica fue la Facultad de Ciencias Económicas de la Universidad de Buenos Aires, institución por la cual tuvo un afecto irrenunciable, y cuyo Centro de Estudiantes en la década del ´60 fue testigo de la temprana inclinación académica del joven economista, al contar con su participación en la traducción y en la edición en español de un volumen de teoría monetaria que incluía los conocidos trabajos de Pigou y de Patinkin, entre otros economistas de habla inglesa.

Quien esto escribe tuvo oportunidad de conocer a Manuel mientras cursaba las asignaturas correspondientes al desaparecido curso de ingreso de dicha Facultad y concurrió a una reunión, junto con un par de compañeros, en la búsqueda de una orientación que nos facilitara la elección de cursos y de profesores (Manuel estaba a cargo de una función administrativa en la Facultad). Para aquellos tres jóvenes estudiantes fue altamente estimulante recibir las sensatas sugerencias que nos dio para iniciarnos con empeño y con entusiasmo en la vida universitaria.

Posteriormente, asistí a su curso de Historia del Pensamiento Económico, una experiencia casi imposible de describir con palabras, en términos de la amplitud de temas presentados y de la heterodoxia pedagógica desplegada por Manuel. Son innumerables las anécdotas que han relatado quienes fueron sus alumnos. En mi caso, he elegido dos: la primera, cuando presentó las ecuaciones del sistema de Ricardo en una de sus clases, se quedó sin espacio físico en el pizarrón y, acto seguido, tomó una silla, se subió a ella y siguió escribiendo con naturalidad, mientras toda la clase estallaba en aplausos. La segunda, cuando llegó con una evidente tardanza a una clase, y se disculpó con el grupo de alumnos que estaba en la entrada del aula, con una timidez indisimulable, diciendo que “…había tenido que llevar a su hijo al jardín de infantes”, lo cual era, naturalmente, cierto.

Manuel complementó la actividad docente con la presentación de investigaciones sobre temas de su especialidad, en particular en las reuniones de la AAEP, en las cuales, como me recordó en una oportunidad un colega tucumano, sólo unos pocos economistas (Severo Cáceres Cano, entre ellos) podían involucrarse en una temática tan árida y específica, como la estudiada por Manuel. En la misma dirección, en varias oportunidades Juan Carlos de Pablo ha mencionado a Manuel como la fuente de algún dato histórico inhallable para algún artículo de su autoría.

Pocos años después de la pérdida de Alfredo Canavese, la reciente desaparición física de Manuel Fernández López constituye para la Facultad de Ciencias Económicas de la Universidad de Buenos Aires la pérdida de otro de sus hijos más dilectos. Sólo me queda repetir las palabras que recientemente Sebastián Galiani escribió en este blog ante la muerte de Alfredo Canitrot: que en paz descanses, Manolo.