El camino de la paz. Reinserción y reparación: ¿de qué depende una justicia redistributiva?

Una versión de esta entrada fue publicada en Razón Publica, 5 de noviembre de 2012

La neurociencia y la economía experimental tienen mucho que enseñarnos sobre la disposición a compensar a las víctimas -y a ayudar a los victimarios-. Una mirada distinta a los obstáculos que todavía habremos de abordar en el camino hacia la paz.

Emociones y cálculos

La redistribución constituye un reto insoslayable en caso de que el proceso de paz avance hacia caminos de reconciliación y de justicia. Redistribuir significa quitar a unos para dar a otros.

Los procesos de reconciliación requieren reasignar recursos, a veces públicos, a veces privados, para proteger o apoyar a grupos particulares que hayan sido víctimas, y paradójicamente en ocasiones también a quienes hicieron parte de las organizaciones de victimarios. Estas decisiones revisten obvias dimensiones políticas y económicas, pero también humanas de gran complejidad.

Quiero destacar aquí un punto central: esto no va a ser fácil, porque las decisiones involucradas en procesos de redistribución están mediadas por factores sicológicos asociados con las emociones, y gústenos o no, estos elementos deben hacer parte del análisis político, económico y fiscal del reto que se viene.

El proceso de perdón y justicia tendrá que pasar por el filtro de lo emotivo en el momento de tomar decisiones sobre la compensación a las víctimas y más aún sobre el apoyo a los procesos de reinserción de los excombatientes a la vida civil.

Preferencias frente a la redistribución

Las preferencias en procesos de redistribución tienen bases cognitivas, incluso neuronales, y también tienen bases políticas y culturales. Es a la vez “nature” and “nurture”, como dicen los angloparlantes.

Comienzo por explorar las bases neuro–económicas de la justicia. Aunque la colaboración entre las ciencias neurológicas y las ciencias sociales apenas esté en su infancia, los primeros resultados ofrecen argumentos bastante convincentes sobre el papel que juegan los diferentes sistemas decisores en los seres humanos.

Tomemos, por ejemplo, el Juego del Ultimatum, un famoso juego experimental: se le entregan cien billetes de 1.000 pesos a dos personas que no se conocen entre sí, y se les asignan roles diferentes: la primera persona debe decidir cómo repartir esos 100.000 pesos entre ambas. La segunda debe decidir si rechaza o acepta la propuesta de repartición:

  • si acepta, recibe su parte de acuerdo con la propuesta del primero.
  • si rechaza, se pierden los 100.000 pesos y cada cual regresa a casa sin nada.

Una teoría ingenua de la economía convencional plantearía como solución óptima que el primero ofrezca un solo billete de mil al segundo y que el segundo debería aceptar, pues de todos modos esos 1.000 pesos ya son algo y peor es nada. Al tratar de maximizar su ingreso, el primero prefiere quedarse con 99.000 pesos, asumiendo que el segundo aceptará 1.000 pesos.

En esa teoría ingenua cada uno supone que el otro está interesado apenas en su propio bienestar y que por eso poco le importará la forma como se repartió el dinero, solamente cuánto puede obtener en este curioso negocio. Desde esa teoría, el primero tiene la sartén por el mango y como supone que el otro también solo se interesa por su propio bienestar, también se imagina que aceptará semejante chichigua[1].

Este experimento se ha realizado miles de veces en una gran diversidad de culturas, contextos, niveles de ingresos y cantidades de dinero involucradas. No es éste el lugar para detallar cómo cada uno de los posibles factores afecta los resultados en este juego, pero sí quiero destacar un par de patrones de comportamiento observados en estos experimentos.

En primer lugar, en muy pocas ocasiones las personas que deben decidir cómo repartir el dinero ofrecen una mínima cantidad y se quedan con la mayoría del mismo.

En segundo lugar, la tasa de rechazo por parte de los segundos se dispara sustancialmente cuando las ofertas propuestas son menores de un 30 por ciento (menos de 30 mil pesos, en el ejemplo de antes).

Estos dos patrones confluyen en un resultado socialmente eficiente y más igualitario que el propuesto por el modelo ingenuo: los primeros hacen ofertas justas y los segundos las aceptan.

Este juego también pasó por el laboratorio de los neurólogos y los hallazgos explican en buena parte los patrones observados en miles de repeticiones de este juego. Un ejemplo es el estudio de Sanfey y otros investigadores que observaron la actividad neuronal de individuos en Estados Unidos que participaban en este juego del Ultimatum.

Al usar imágenes de resonancia magnética funcional para evaluar el flujo de oxígeno por las regiones del cerebro asociadas con diferentes funciones, encontraron que las ofertas injustas activaban a la vez las regiones asociadas con las emociones (la ínsula anterior) y las regiones asociadas con tareas cognitivas (la corteza prefrontal dorsolateral).

En esta última se localizan funciones complejas asociadas con resolver tareas complejas de cálculo y planeación, así como de anticipación de situaciones futuras, y es la región que al parecer nos diferencia sustancialmente de otros homínidos, pues apareció mucho más recientemente en nuestro camino evolutivo.

La primera región — la de las emociones fuertes — la compartimos con muchos otros homínidos y otros animales: nos permite actuar rápidamente ante riesgos y amenazas. Es allí donde se manifiestan el dolor y el asco, por ejemplo.

Preferencias por lo justo

Este primer punto sugiere que nuestra capacidad para decidir sobre lo justo y lo injusto en el momento de compensar a las víctimas o de asignar recursos para reincorporar excombatientes a la vida civil pasará por un proceso donde tendremos que lidiar con nuestras emociones y apelar a nuestro cálculo racional para poder actuar.

De hecho, no necesitaríamos un resonador magnético funcional para verificar el nivel de reacciones intestinales que generan estas discusiones en los foros de las redes sociales, algunos con argumentos más elaborados que los observados en los comentarios a noticias o columnas de opinión en los medios masivos, ahora electrónicos.

Un segundo punto esclarecedor del estudio de Sanfey y sus colegas: cuando el experimento se realiza entre dos seres humanos, la activación de estas zonas en conflicto (la emocional y la calculadora) era mucho más alta que cuando se enfrentaba el individuo a un computador que tomaba las decisiones en lugar de otro jugador.

Más aún: los participantes del experimento estuvieron más dispuestos a aceptar ofertas injustas del computador —quedarse con las chichiguas— que cuando la oferta injusta venía de otro ser humano.

Este carácter relacional de las preferencias por lo justo será también un factor de la ecuación en el momento de evaluar y debatir sobre las acciones de reparación y redistribución hacia víctimas y victimarios.

Volveré a este punto mas adelante para cerrar el argumento con los resultados obtenidos al realizar este experimento precisamente en Colombia y con personas que hacen parte de estos grupos.

¿Quienes quieren redistribuir?

La otra dimensión, que podemos llamar cultural, tiene relación con el apoyo del público a acciones redistributivas. Basados en datos de la encuesta Gallup, un grupo de investigadores liderados por Christina Fong exploraron en 2005 las preferencias con respecto a la redistribución en Estados Unidos.

Se preguntaba a los encuestados acerca de sus preferencias entre redistribuir mediante impuestos altos a los más ricos o mediante acciones directas del Estado para ayudar a los más pobres.

Entre los resultados más interesantes, quisiera destacar los que se muestran en la gráfica 1. La altura de la barra representa el peso que tenía cada variable de opinión o identidad del encuestado para explicar la preferencia en favor de (barras positivas) o en contra de acciones redistributivas (barras negativas).

 

 Fuente: Fong, Bowles  & Gintis (2005)

Por ejemplo, entre más estuviera de acuerdo el encuestado con que la suerte explica la pobreza y la riqueza, más estaría en favor de acciones redistributivas. Si el encuestado pensaba que la suerte y el esfuerzo explican la riqueza o pobreza, el efecto en apoyar estas acciones del Estado para redistribuir era algo menor.

Entre las barras negativas se observa que los hombres, blancos, de mayores ingresos y que opinan que Estados Unidos es la tierra de las oportunidades y del “sueño americano” (¡que de paso no lo es si se analizan los datos de movilidad intergeneracional!), muestran menores apoyos a la redistribución que sus contrapartes.

Desafortunadamente no encontré datos de este estilo para nuestro contexto. Sería interesante aplicar este instrumento a la población colombiana. Se podría contribuir a la discusión sobre quiénes y qué tanto deberían recibir los grupos que quieren hacer parte de la nueva sociedad que surgirá en el post-conflicto.

Justicia redistributiva: un experimento en Colombia.

Volvamos al juego del Ultimatum. En el año 2006, gracias a una coyuntura afortunada y en medio de un clima polarizado por la guerra y el proceso de desmovilización de grupos armados ilegales, tuvimos la fortuna de realizar una serie de experimentos económicos con cerca de 500 habitantes de Bogotá dedicados a múltiples oficios y de diferentes características demográficas [http://ideas.repec.org/p/idb/wpaper/3247.html].

Todos ellos participaron en estos ejercicios y —dependiendo de sus decisiones— pudieron recibir algún dinero real. Por ejemplo, para conformar nuestra muestra logramos convocar a un grupo de cerca de 170 funcionarios públicos de entidades de salud, educación, nutrición y bienestar familiar a participar en una serie de juegos económicos, donde debían decidir sobre la repartición de una cantidad de dinero (20.000 pesos, para ser exactos) entre ellos y una persona en condiciones de vulnerabilidad debido a su situación socio–económica.

Nuestros funcionarios públicos harían el papel del primer jugador en el experimento del Ultimatum, y el papel del segundo jugador sería asignado a personas en condiciones de vulnerabilidad que hicimos explícitas a los primeros (ser desempleado, ser un vendedor ambulante, un reciclador).

Para este segundo grupo logramos convocar a más de 30 excombatientes recién reinsertados y a más de 40 desplazados, que en ese momento se encontraban en Bogotá participando en diferentes programas de atención por parte de fundaciones y de entidades estatales.

Las personas que actuaban como primer jugador debían hacer la propuesta sobre cómo repartirse los 20.000 pesos y observaban algunas características de esa segunda persona, aunque nunca se revelaron las identidades de ninguno de ellos por razones de privacidad.

En nuestro estudio realizamos variaciones del mismo juego de repartición de los 20.000 pesos. En una primera instancia, los oferentes decidían cómo dividir el dinero y los segundos simplemente recibían cualquier cantidad que el primero decidiera enviarle, sin tener la posibilidad de aceptar o rechazar (este se ha denominado el “Juego del Dictador” y con él se mide el altruismo puro y mide también las preferencias hacia la igualdad).

A continuación, le entregábamos otros 20,000 pesos al primer jugador —nuestro funcionario público— quien debía de nuevo hacer una propuesta de repartición, pero que ahora el segundo jugador debía aceptar o rechazar. En la gráfica siguiente [5] se resume el argumento central con el que quiero cerrar este análisis: la ejecución de una política redistributiva en una sociedad post-conflicto tendrá que pasar por estos elementos emotivos de nuestras preferencias hacia lo que consideramos justo desde nuestra perspectiva personal.

En la siguiente gráfica se muestran las ofertas promedio enviadas por los oferentes (funcionarios públicos) hacia dos grupos de interés particular en nuestra discusión: Excombatientes y Desplazados. De los 20,000 pesos iniciales, las ofertas hacia el primer grupo fueron inferiores a las ofrecidas al segundo grupo, tanto en el juego del Dictador (DG) como en el juego del Ultimatum (UG).

 

Fuente: Cardenas, Casas & Mendez (2012)

Es más, las ofertas hacia el grupo de desplazados fueron sustancialmente superiores a la repartición de 50/50 comúnmente observada en los juegos de Ultimátum, mientras que las ofertas a los excombatientes fueron levemente inferiores al 50 por ciento.

Un dato adicional interesante: en el momento de realizar el experimento, preguntamos a los participantes qué cantidad de dinero esperaban de los 20,000 posibles. Estas cantidades esperadas están también en la gráfica e ilustran claramente la consistencia entre las expectativas y las acciones.

Así se construyen las normas sociales, cuando unos y otros actúan en “armonía” con lo que los demás esperan de ellos. Este tipo de expresiones de justicia distributiva tendrán que armonizarse con las decisiones de política pública que se tomen.

A lo largo de estos años se han asignado recursos públicos y privados para las víctimas y para los programas de reinserción. Por el tamaño del grupo de víctimas, la asignación per capita de recursos es inmensamente desproporcional, en favor de los segundos.

Esto contrasta claramente con las preferencias por la justicia distributiva que estamos observando en estos estudios. Por eso será grande el reto hacia adelante.

 

Fuentes:

Cardenas, J.C. & Natalia Candelo & Alejandro Gaviria & Sandra Polania & Rajiv Sethi, 2008. «Discrimination in the Provision of Social Services to the Poor: A Field Experimental Study,» Research Department Publications 3247, Inter-American Development Bank, Research Department  http://ideas.repec.org/p/col/000089/003885.html

Cardenas, J.C., Andres Casas y Nathalie Mendez (2012) “La cara oculta de la justicia: Justicia, discriminación, y distribución en procesos de justicia transicional”. Mimeo.

Fong, Christina, Samuel Bowles, and Herbert Gintis, “Strong Reciprocity and the Welfare State.” in: Serge-Christophe Kolm and Jean Mercier Ythier, eds. Handbook on the Economics of Giving, Reciprocity, and Altruism. (North-Holland/Elsevier, 2006)

Sanfey, Alan; Rilling, Aronson, Nystrom, Cohen (13). «The Neural Basis of Economic Decision-Making in the Ultimatum Game». Science 300 (5626): 1755–1758.

 


[1] Real Academia Española: 3. f. Col. y Ec. Cosa o cantidad pequeña, insignificante.