Alexis y Barack

Publicado por El Mercurio, 14 de octubre de 2012

Todos hemos oído hablar del «sueño americano». Este mantra se basa en la idea de que la libertad individual, asegurada por el Estado, incluye la oportunidad de ser próspero, exitoso, feliz, y de que la movilidad social se alcanza a través del trabajo duro. Así, alcanzar este sueño no es gratuito, no cae del cielo, pero la sociedad opera bajo el supuesto de que el esfuerzo y la dedicación conducen al desarrollo pleno. Éste es el secreto de la prosperidad que ha caracterizado a EE.UU., y el ciudadano promedio lo sabe perfectamente.

El Presidente Barack Obama es el más reciente y reconocido «resultado» del sueño americano. Nacido en Hawai, de madre americana y padre keniata -que se separaron cuando el hoy Presidente tenía sólo tres años-, fue criado por sus abuelos y no pisó el continente hasta los 18 años, cuando ingresó a la universidad. A los ojos del chileno, el resto de la historia del chico de Hawai es simplemente increíble: título de la U. de Columbia, posgrado en Harvard, profesor en la U. de Chicago, gobernador de Illinois y Presidente de los Estados Unidos. Para el americano común, esto simplemente refleja cómo debe funcionar una sociedad, asegurando la movilidad social a quienes busquen y trabajen duro para obtener el sueño americano.

¿Cuál es el sueño que define nuestra identidad? ¿Existe el sueño chileno? No lo tengo claro. Ésta es mi visión: el chileno promedio tiene un objetivo bien definido -expresa el éxito y la prosperidad en términos monetarios y marcadores sociales-, pero no sabe cómo alcanzarlo. No conoce suficientes casos de personas que con trabajo duro y esfuerzo, y utilizando las oportunidades que se le brinden, hayan alcanzado el éxito y la prosperidad. El ser humano aprende imitando, y si no hay a quien imitar, la consecuencia es obvia. Por eso, el chileno no está convencido de que Chile sea la tierra de las oportunidades. Se le ha dicho que existen, pero es incrédulo y muchas veces el desaliento lo lleva al conformismo.

Quizás esto explique la fascinación de nuestra sociedad por deportistas que han triunfado «doblándole la mano al destino». Alexis Sánchez es el último caso. El muchacho de Tocopilla, contra todas las apuestas, hoy juega en el mejor equipo del mundo. Alexis es nuestro Barack: posee una habilidad innata, que, sumada a la dedicación y al trabajo duro, le ha permitido volar alto. Pero seguramente el futbolista encontró más dificultades rumbo al Barcelona que las que el Presidente enfrentó en su periplo hacia la Casa Blanca. No se le debe haber hecho fácil llegar a Santiago. Seguro fue discriminado por su origen. No hay nada en el sistema que lo evitase. En este sentido, Sánchez no es el resultado de un sueño, sino un sueño en sí. Es un error estadístico, un outlier.

¿Cuántos Alexis y Barack se pierden por las trabas que imponemos como sociedad al desarrollo individual? Es un deber de la sociedad asegurar la libertad brindando oportunidad, con cargo al esfuerzo personal. Hemos avanzado, pero aún existen trabas económicas, sociológicas e idiosincráticas -si no, pregúntenle al honorable diputado Sr. Urrutia.