Crecimiento e inversión: algunas observaciones en base a datos globales de la región

Introducción

Comprender los motivos del fuerte crecimiento argentino post-crisis del 2001-2002 sin dudas es importante en la discusión política coyuntural y en la formulación de futuras políticas públicas. La naturaleza del debate actual reconoce a grandes rasgos dos posiciones antagónicas: la “visión oficialista”, según la cual el mérito corresponde a la política económica de promoción del consumo bajo la “gestión K” (presidencias de Néstor y Cristina Kirchner), y la “visión crítica” (o “neoliberal” según quién la califique) que atribuye dicho crecimiento (principalmente) al “viento de cola” (condiciones externas favorables en materia de precios de las commodities, tasa de interés y crecimiento en dólares de Brasil –nuestro principal socio comercial) y a la recuperación de la crisis 1999-2002.

Para examinar estas posiciones, y al mismo tiempo reflexionar sobre las perspectivas de mediano plazo de la economía argentina bajo el actual régimen económico, es útil revisar cómo evolucionó la inversión durante los últimos años, y considerar qué lecciones pueden extraerse al respecto.

En esta nota, sin pretender realizar un análisis exhaustivo de las distintas dimensiones de la inversión (en cuanto a su composición sectorial, origen –público vs. privado, o doméstica vs. foránea– ni productividad), se propone un examen de los datos agregados disponibles de inversión y actividad durante las últimas dos décadas, no sólo en la Argentina sino también en otros países de Sudamérica. Los mismos permiten obtener (o reafirmar) algunas lecciones sobre la relación entre crecimiento e inversión, así como alertar sobre la difícil perspectiva de mantener un crecimiento sostenido como el de la última década en ausencia de un fuerte aumento de la inversión en la Argentina.

Evolución del PBI y la inversión desde 1990

Considerando la Figura 1, no caben dudas de que el PBI ha crecido fuertemente en la Argentina desde 2003. Tomando los datos oficiales, el período 2003-2011 muestra una aceleración del crecimiento vis-à-vis el período 1991-1998: 7,6% oficial (ó 6,7% corregido) vs. 5% promedio anual, respectivamente.[1]

Sin embargo, la Figura 1 también permite observar que el fuerte crecimiento en 2003-2011 sólo alcanzó para “recuperar” la abrupta caída en 1999-2002 (–5,5% promedio anual), de manera tal que los crecimientos agregados de Argentina y del resto de Sudamérica (computando el promedio lineal de Bolivia, Brasil, Chile, Colombia, Ecuador, Paraguay, Perú, Uruguay y Venezuela) desde 1998 son similares.

En lo que respecta a la inversión (interna bruta fija, IBIF), la Figura 2 también muestra una fuerte recuperación entre 2003-2011, superando la del período 1991-1998 medida en US$ o como % del PBI: pasó de US$ 46,3 mil millones a US$ 56,8 mil millones, y del 18,9% al 20,8% del PBI, de 1991-1998 a 2003-2011, respectivamente.

Aunque también aquí, vale notar, el esfuerzo de inversión (en términos del porcentaje del PBI) no ha sido destacable si se lo compara con el del resto de los países de Sudamérica: como se observa en la Figura 3, el porcentaje del PBI invertido aquí fue menor en el período 1991-1998 (18,9% vs. 20,2%) y similar en el período 2003-2011 (20,8% vs. 20,6%).


Relación entre esfuerzo de inversión y crecimiento del PBI

Considerando en conjunto la evidencia anterior, el nivel de inversión (% del PBI) en Argentina luce relativamente bajo: entre 1991 y 1998 el PBI creció lo mismo que en el resto de Sudamérica (en promedio) pese a haber invertido un menor porcentaje del PBI, al tiempo que entre 2003 y 2011 el PBI creció más que en el resto de Sudamérica pese a haber invertido igual porcentaje del PBI.

Ahora bien, ¿cómo explorar e interpretar esta relación? ¿En qué sentido es correcto comparar niveles de inversión (como % del PBI) entre países, o asignar a la inversión un rol central en el crecimiento de cada economía? El examen de la base de datos disponible muestra claramente que la inversión (como % del PBI) es mucho más estable que tasa de crecimiento del PBI, lo cual resulta lógico debido a que a lo largo del tiempo varía la utilización de la capacidad instalada, la economía sufre diversos shocks, y también puede variar la composición y la eficiencia de la inversión (por lo cual tendría distinta incidencia sobre la productividad y el crecimiento), etc. Por ello, no existe una relación nítida entre crecimiento e inversión en los datos anuales del conjunto de países de la región: en el corto plazo, una misma tasa de crecimiento es compatible con participaciones de la inversión muy diferentes según sean tales condiciones particulares en ese momento. En ese sentido, la comparación entre tasas de inversión (% del PBI) y tasas de crecimiento del PBI entre países tiene un poder informativo limitado si no se controlan los shocks, las diferencias de eficiencia de la inversión, etc.

Una alternativa que permite resolver parcialmente el problema, en particular aislando eventuales diferencias estructurales de intensidad de inversión entre países, consiste en examinar el vínculo entre el crecimiento del PBI y el aumento del esfuerzo de inversión (medido como puntos del PBI invertidos adicionales en ese año respecto del año anterior). En efecto, según se observa en las Figuras 4a y 4b a continuación para los casos de Argentina y Sudamérica respectivamente, existe una fuerte correlación positiva entre crecimiento del PBI y aumento del esfuerzo de inversión en cada año (0,96 para Argentina y 0,73 para Sudamérica).

El Cuadro 1 muestra la correspondencia estadística entre ambas variables en cada país y en el conjunto, en base a regresiones simples donde se intenta explicar el crecimiento del PBI de cada año por la variación de la inversión (en puntos del PBI) en el mismo período. Según los datos disponibles, entonces, al aumentar 1 punto del PBI la inversión, la tasa de crecimiento anual del PBI aumenta entre 1,5 puntos (coeficiente del conjunto de países) y 2,6 puntos (coeficiente de Argentina solamente). A su vez, los estadísticos t muestran que tanto en Argentina como en el conjunto de Sudamérica (aunque en menor medida en el resto de los países individualmente), estos resultados son suficientemente confiables.

Al respecto, resulta interesante notar que no hay tal tipo de relación entre la participación del consumo en el PBI y el crecimiento, lo cual claramente representa un rechazo a la “teoría K” según la cual la forma de promover el crecimiento económico es incentivar por todos los medios un aumento en el consumo. En efecto, según los resultados obtenidos en el Cuadro 2, en el caso de la Argentina, aunque es uno de los pocos casos donde el coeficiente es positivo (1,4), la regresión no es en absoluto significativa en términos estadísticos (el estadístico t es sólo 1,2 y el R2 corregido por los grados de libertad es sólo 2%).

 

Del mismo modo, también se verifica (para todos los países individualmente –incluida Argentina– y para el conjunto) que un aumento en la inversión real (vis-à-vis el año anterior) está fuertemente asociado (correlaciones de 0,96 y 0,86 respectivamente) con una mayor tasa de crecimiento del PBI; ver Figuras 6a y 6b. El Cuadro 3 a su vez muestra los resultados de las regresiones lineales correspondientes: al aumentar 10% la inversión (real), la tasa de crecimiento del PBI aumenta entre 2,5 puntos (datos del conjunto de países) y 3 puntos (datos de Argentina solamente).

 

Perspectivas domésticas

Si bien los datos agregados de las últimas dos décadas examinados previamente sugieren que la Argentina no requiere aumentar su nivel de inversión debido a que sus “condiciones naturales” le permiten crecer con menor esfuerzo que el (promedio del) resto de los países de la región, tal conclusión sería un grave error. En efecto, aunque en la Argentina durante las últimas dos décadas se requirió un aumento relativamente bajo de la inversión para crecer, sólo Uruguay y Argentina han podido crecer más del 5% promedio entre 2003-2011 sin haber invertido más del 20% del PBI desde 1991. Perú, por ejemplo, creció lo mismo en ese período pero debió invertir 2 puntos más de su PBI.

Más generalmente, hay que evitar una interpretación simplista de tales “condiciones naturales” por varios motivos: como los datos incluyen sólo 2 décadas, no reflejan causalidad (entre crecimiento e inversión) ni controlan otras variables explicativas (en particular, la magnitud y dirección de los shocks externos que afectan a cada país en distintos momentos del tiempo), debe contemplarse la posibilidad de que la baja intensidad de inversión en Argentina (respecto del PBI y su crecimiento) pudiera reflejar:

  • la ocurrencia de shocks externos más positivos para la Argentina que para el resto de la región (aumentando el crecimiento del PBI para igual stock de capital),
  • una mayor eficiencia de la inversión (vis-à-vis el resto de los países de Sudamérica en conjunto), y/o
  • una mayor reticencia del sector privado a confiar en la estabilidad o perdurabilidad del crecimiento actual (e invertir en consecuencia), reduciendo la tasa de crecimiento potencial del PBI en los próximos años.

En cualquiera de estas hipótesis, el elevado coeficiente entre crecimiento e inversión observado durante la última década en la Argentina, difícilmente explicado por una mayor productividad, podría describirse como un “milagro”, y precisamente por ello no debe darse por sentado su repetición a futuro. De hecho, como se observa en la Figura 7, desde 2003 se ha requerido mayor esfuerzo de inversión para igual tasa de crecimiento anual del PBI.

Conclusiones

El fuerte crecimiento del PBI durante la gestión K (2003-2011) no difiere significativamente del crecimiento del resto de la región ni se explica por un boom de esfuerzo de inversión (“el milagro argentino durante la gestión K” se explica mejor entonces por el viento de cola y la capacidad ociosa inicial).

Si bien es razonable que existan distintas intensidades o relaciones entre porcentaje del PBI invertido y crecimiento anual del PBI en distintos países, los datos de diez países de Sudamérica (incluyendo a la Argentina) permiten verificar que sí existe una fuerte correlación entre crecimiento del PBI y variación del esfuerzo de inversión:

  • cuando la inversión aumenta 1 punto del PBI, la tasa de crecimiento del PBI aumenta entre 1,5 puntos y 2,6 puntos, y
  • cuando la inversión (en moneda real) aumenta 10%, el PBI crece entre 2,5% y 3%.

Por otro lado, la misma muestra de países no ofrece ninguna correlación entre el crecimiento del PBI y una mayor participación del consumo total en él, lo cual representa un claro rechazo a las “nuevas teorías” que atribuyen el crecimiento económico al mayor consumo sin reflexionar sobre el origen de este último.

Con respecto a las perspectivas domésticas, la evidencia de Sudamérica durante las últimas dos décadas sugiere que en Argentina se requiere un menor aumento de la inversión para crecer tanto o más que el resto, pero cuidado:

  • la evidencia no soporta (con la excepción de Uruguay y en menor medida de Argentina) que se sostenga un crecimiento promedio anual superior al 5% durante 8 años sin que haya habido una inversión superior al 20% del PBI durante los 21 años previos,
  • y aunque la menor intensidad de la inversión puede deberse a una mayor calidad histórica de la inversión, ésta no está garantizada en los años siguientes, además de haber otros motivos (shocks más positivos o mayor riesgo percibido por el sector privado) que tampoco son halagüeños respecto de las perspectivas de crecimiento bajo la política económica vigente.

Así, si la inversión (en cantidad o eficiencia) no crece significativamente (más allá incluso de su crecimiento entre 2003 y 2011), la tasa de crecimiento del PBI difícilmente podrá sostenerse por encima del 6% anual como lo hizo en el período 2003-2011. O más dramáticamente, ello sería un nuevo “milagro”.


[1] Aún tomando en cuenta que los datos oficiales entre 2008 y 2011 sobre-estiman el PBI, la aceleración del crecimiento entre décadas es indubitable.