Por Juan Esteban Carranza, Icesi y Banco de la República[1]
Una preocupación resultante de la aparente bonanza de recursos naturales es la posible pérdida de “competitividad” de la industria de bienes transables. Los efectos de esta pérdida de “competitividad” (que son la llamada “enfermedad holandesa”) ocurren a través de la disminución tasa de cambio real que enfrentan los sectores que producen bienes que compiten con bienes importados y los sectores que producen bienes que se exportan y que no hacen parte de esta bonanza (i.e. los exportadores no tradicionales).
En el caso colombiano y a pesar de la apreciación sostenida del peso frente al dólar durante los últimos diez años, un análisis de la tasa de cambio real de los exportadores no tradicionales no revela ningún indicio de que esté ocurriendo una revaluación real de la tasa de cambio, una vez se tiene en cuenta los destinos a los cuales se hacen estas exportaciones. En otras palabras, dado que el grueso de las exportaciones colombianas no tradicionales es a países que también han experimentado un proceso similar de apreciación de la moneda frente al dólar, no hay evidencia de que en términos reales los exportadores colombianos de sectores ajenos a la bonanza hayan perdido competitividad.
El siguiente gráfico ilustra tres distintos índices de la tasa de cambio que enfrentan los exportadores colombianos. Primero, un índice de tasa de cambio neta de inflación que yo llamo tasa de cambio “neta”, que varía de acuerdo a la devaluación nominal menos la inflación doméstica. En el gráfico, la evolución del índice de tasa de cambio “neta” es un reflejo de la fuerte apreciación nominal del peso frente al dólar desde el año 2003, más el efecto de la inflación.
Segundo, muestro un índice de tasa de cambio real de las “exportaciones totales” que varía de acuerdo al promedio de la variación en las tasas de cambio real bilateral con los socios comerciales, ponderadas por su participación en el total de las exportaciones. Este índice ha caído desde el año 2003 y a finales del 2011 estaba 7% por debajo de su valor en el año 2000. El problema de este índice es que está sesgado por la participación creciente de “commodities” en la canasta de exportaciones colombianas, especialmente recursos mineros que se exportan primordialmente a EE.UU. y cuya producción no responde a las variaciones de la tasa de cambio. Por lo tanto, este índice sobreestima el efecto negativo de la tasa de cambio nominal sobre los términos de intercambio que enfrentan los exportadores.
Muestro entonces en tercer lugar un índice de tasa de cambio ponderada por destinos de exportaciones no tradicionales, que excluye de las exportaciones totales recursos naturales, café y flores. El café y las flores merecerían un análisis por separado porque se trata de industrias en las que Colombia no es precio-aceptante y que tienen situaciones particulares de mercado. En el caso del café, la principal competencia del país son países vecinos que también han experimentado procesos similares de apreciación real de la moneda. En el caso de las flores, la única competencia verdadera de Colombia en el mercado de EE.UU. son las flores ecuatorianas. En ambos casos, la ponderación debería entonces ser por el origen de la competencia, que en este caso son países que pasan por procesos similares de apreciación real y que por lo tanto no creo que cambien el fondo de mi argumento.
Este índice ponderado de la tasa de cambio de las exportaciones no tradicionales varía de acuerdo al promedio de la variación en las tasas de cambio real bilateral con los socios comerciales, ponderadas por su participación en el total de estas exportaciones no tradicionales[2]. Esta tasa de cambio ponderada es una medida más precisa de los términos de intercambio que enfrentan los sectores de la economía colombiana que exportan hacia otros países y que no se benefician directamente de la bonanza de precios y producción en mercados de “commodities”.
En el gráfico, la evolución del índice de tasa de cambio de las exportaciones no tradicionales muestra que la tasa de cambio que enfrentan los exportadores (ponderada por los destinos de las exportaciones no tradicionales) experimentó una depreciación a principios de la década de algo menos que 30% y desde entonces se ha apreciado. Sin embargo, a finales del 2011 seguía siendo 10% superior al valor que tenía en el 2000.
Este resultado grueso es robusto al uso de distintas ponderaciones. Por ejemplo, los resultados son similares si se fijan las ponderaciones correspondientes a las participaciones de las exportaciones no tradicionales en el año 2000, para controlar los efectos endógenos de recomposición del comercio por cambios en precios relativos. De igual forma, los resultados son similares si se excluye de las ponderaciones a Venezuela, cuyos datos pueden ser considerados poco confiables.
La razón de esta diferencia entre la tasa de cambio real neta y la ponderada es que el grueso de las exportaciones no tradicionales es hacia países que también han experimentado apreciaciones similares de sus monedas (e.g. países latinoamericanos). Por lo tanto, firmas que exportan hacia estos países no han experimentado ninguna pérdida de competitividad por cuenta de la apreciación del peso.
Este resultado es conservador porque descuenta el aumento de costos nacionales usando la tasa de inflación de precios al consumidor. Por lo tanto, el índice ignora el efecto desproporcionado de la reducción en los precios de los insumos y bienes de capital importados desde países como China y EE.UU. que con seguridad ha tenido un efecto positivo sobre la tasa de cambio real de ciertos sectores exportadores no tradicionales, sobre todo de la industria manufacturera. Un índice de tasa de cambio real más preciso debería usar la inflación de los costos de cada sector, lo cual requiere de información difícil de obtener y agregar sobre el origen y la composición de insumos y la tecnología de producción de los sectores exportadores.
En el gráfico siguiente muestro índices de cantidades de exportaciones no tradicionales. De nuevo, los datos no revelan ningún indicio de que las exportaciones no tradicionales reales hayan disminuido significativamente durante los últimos años. La línea correspondiente a las “exportaciones” es un índice normalizado de las exportaciones nominales, que crece de manera más o menos sostenida desde el año 2000.
La línea correspondiente a las exportaciones “reales” es un índice que le suma/resta a la variación de las exportaciones nominales la depreciación/apreciación del peso y le resta la inflación doméstica: es decir, es el valor en pesos del 2000 del valor nominal de las exportaciones cada año. El índice indica que el valor en pesos reales de las exportaciones no tradicionales se ha incrementado más o menos 50%.
De nuevo, este aumento del índice es una medida conservadora del aumento de las cantidades exportadas, porque supone que los precios en pesos de los bienes exportados han cambiado exactamente al ritmo de la tasa de inflación doméstica. En realidad, si las firmas han tenido disminuciones reales de costos (gracias, por ejemplo, a la disminución del precio en pesos de los insumos importados o a la incorporación de nuevas tecnologías), parte de estos ahorros significaron menores precios en pesos y, por lo tanto, el índice “verdadero” de cantidades debió aumentar más.
El análisis presentado ignora la competencia que enfrentan los productos transables colombianos en Colombia y en sus destinos de exportación con productos originados en terceros países, particularmente China. Sin embargo, el hecho es que a pesar de esta competencia las cantidades exportadas de bienes transables han aumentado. Esto pone en duda que haya habido pérdidas de competitividad, aun teniendo en cuenta este efecto[3].
La conclusión de este documento es negativa: del análisis cuidadoso de los datos no se puede concluir que la economía colombiana esté enfrentando problemas de competitividad por cuenta de la apreciación de la moneda. Esto, por cierto, debe ser cierto para otras economías latinoamericanas, que están experimentando bonanzas similares de recursos naturales y “commodities”. Mientras los datos no indiquen lo contrario, es justo decir que las alarmas sobre una posible “enfermedad holandesa” son prematuras.
[1] Las opiniones del autor no comprometen al Banco de la República o su Junta Directiva. Email: jcarraro@banrep.gov.co
[2] Los cálculos se realizaron usando las ponderaciones correspondientes a los 21 destinos más importantes de las exportaciones colombianas no tradicionales. Vale la pena anotar que EE.UU. sigue siendo el principal destino de estas exportaciones. Las índices de tasa de cambio real bilateral con cada país se obtienen de agregar la devaluación doméstica y la inflación externa y restarle la devaluación externa y la inflación doméstica.
[3] El trasfondo de mi argumento es un modelo competitivo (e.g. competencia monopolística) para las importaciones y exportaciones no tradicionales colombianas en el que muchas firmas marginales de muchos países participan enfrentando demandas muy elásticas a un nivel de precios y costos dado por la inflación de cada país.
Qué evidencia hay de que la bonanza de recursos naturales afecte a los demás sectores vía la inversión?. Me estoy imaginando un mundo donde el boom del sector minero-energético se lleva la mayor parte de los recursos disponibles para invertir y por este canal muchos negocios que pudieran haberse dado en otros sectores se quedarían sin financiación.
En efecto, si los costos de financiación son crecientes un boom encarece la inversión en todos los sectores agravando los efectos de la tal «enfermedad holandesa». Esto sería cierto, por ejemplo, si hay restricciones de capital para la inversión petrolera o si, en este caso, Colombia fuera un país «grande». No creo que haya forma de identificar este efecto en los datos, pero mi impresión es que los costos de la financiación de la inversión minera se determinan en el mercado mundial, en el que la bonanza colombiana (incluso latinoamericana) es un fenómeno marginal.