Rapsodia en blue

Antes se lo denominaba “negro”, “marginal” o paralelo. Ahora responde a un nombre ciertamente más poético y original. Hay que reconocer que políticamente suena más correcto. Se trata del blue. Me refiero al dólar blue, la nueva-vieja obsesión de los argentinos. En un mundo dónde sobran dólares, los argentinos nos desvivimos por conseguirlos. Y el gobierno no nos deja. Lo cierto es que los policíacos controles que el gobierno argentino intenta imponer al tipo de cambio se han convertido en síntoma y causa de un súbito cambio en expectativas económicas.

Entre diciembre del 2011 y mayo de este año se derrumbó el clima festivo que imperó entre finales del 2009 y las elecciones de octubre pasado, y que experimentó un espaldarazo fundamental con la muerte de Néstor Kirchner a finales de octubre del 2010. Según los últimos sondeos de Poliarquía Consultores,  la economía se convirtió en la principal preocupación de los argentinos, desplazando incluso a la inseguridad. Predomina el pesimismo respecto del futuro y la mayoría de los argentinos ven el país hoy peor que hace un año. Hasta la inflación, que parecía una preocupación relativamente secundaria, pasó a ser ahora una cuestión de primer orden. En parte esto se explica por el hecho de que se retrasaron más de la cuenta las negociaciones colectivas en gremios de enorme importancia. Pero también es cierto que los incrementos acordados apenas alcanzan para compensar la inflación real.

Los síntomas de desaceleración se multiplican ante la inacción de un gobierno que se empeña en negar la gravedad de la situación y se aferra a las recetas del pasado. Para peor, la limitación de las importaciones y sobre todo las restricciones casi totales para acceder al dólar profundizaron la incertidumbre de amplios sectores sociales, incluso en la base de la pirámide.

Nótese que la inmigración de los países limítrofes (desde los 90, más Perú) alcanza al 1.2% de la población (una constante en la dinámica migratoria desde finales del Siglo XIX). Casi medio millón de personas se suman cada año a la fuerza laboral argentina. La mayoría ingresa de manera ilegal y, si bien mejoraron los mecanismos de regularización, se incorpora a la economía informal y tiene dificultades para insertarse luego en la economía formal. Un porcentaje importante de estos inmigrantes, a pesar de su escasa capacidad de ahorro pero ayudado por el atraso cambiario, envía remesas a sus países de origen para ayudar a sus familias. ¿Cómo harán ahora para hacerse de los dólares necesarios? Hay creciente evidencia anecdótica respecto de los abusos que sufren para acceder a ellos, en situaciones a menudo grotescas y donde obviamente está ausente el Estado.

Esta última semana empeoró la situación, pues fue el mismo gobierno el que se encargó de profundizar las dudas respecto de la sustentabilidad del denominado “modelo”. Por un lado, Cristina y un coro de referentes oficialistas hablaron de las bondades de la moneda doméstica. Por otro, Axel Kicilloff (el rápidamente desgastado vice ministro de economía), desmintió de forma terminante un plan pesificador del gobierno. En el ínterin, el gobierno ratificó que tenía los dólares necesarios para cumplir con los vencimientos del BODEN 2012, algo que hasta ese momento casi nadie ponía en duda.

Un observador extranjero preguntaba el viernes sin ironía por qué el gobierno no adelantaba ya mismo ese desembolso y enviaba un gesto de tranquilidad a los mercados. La respuesta que obtuvo fue categórica: el gobierno prefiere hacer como sí no existieran los mercados, y si en efecto puede actuar en contra de ellos, mejor. Eso ocurre por ejemplo con la postergada devaluación. La fuga de casi 23 mil millones de dólares que tuvo la Argentina durante el 2011 fue leída como una apuesta de los “especuladores” por una eventual devaluación. Por eso, a pesar de las correcciones que experimentaron todas las monedas en la región, sobre todo el real, en estos primeros 5 meses del 2012, el valor del peso apenas se modificó. Aunque la brecha con el blue sea ya sea superior al 30%.

 

Beatriz Paglieri, la peculiar funcionaria a cargo de Comercio Exterior, cuya principal antecedente fue comandar la depredación del INDEC en representación de Guillermo Moreno, defendió los controles a las importaciones y a la compra de dólares de forma singular: según ella, la Argentina se está “curando en salud”. Es decir, se trata simplemente de una cuestión preventiva, puesto que las “corridas voltean a los gobiernos”. El riesgo es que sea precisamente la terapia elegida la que genere esa corrida, en una suerte de profecía auto cimplida. Téngase en cuenta que se acelera el retiro de los depósitos en dólares (esta semana fue de 150 millones por día). Y el gran interrogante es qué podría disparar un contagio a los depósitos en pesos: si se profundiza la desconfianza y la obsesión por el dólar blue, la velocidad para deshacerse de los pesos generaría inestabilidad en el sistema financiero, uno de los pocos pilares que aún le quedan a la economía argentina.

Con este sinfín de errores no forzados, se ratifica una de las características más significativas de estos nueve años de hegemonía K: el verdadero, sino el único obstáculo que enfrenta esta administración para eternizarse en el poder es su propia ineptitud.

Para peor, en esta semana volvieron a sonar las cacerolas, esa peculiar forma de protesta que parecía destinada a desaparecer. Pero las restricciones a la compra de dólares y el mal clima económico empujaron de forma relativamente espontánea esas manifestaciones, por ahora limitadas a los porteños de clase media y media alta.

Sin embargo, también regresaron a las rutas muchos ruralistas en la provincia de Buenos Aires, que rechazan el incremento de la presión tributaria. Esto podría extenderse a otras provincias donde ya hubo manifestaciones similares, en particular Entre Ríos y Santa Fé.

En síntesis, hay una suerte de deja-vú: como la crisis internacional se profundiza, 2012 tiende a parecerse al 2008. A pesar del extraordinario triunfo en las elecciones presidenciales de hace apenas 7 meses, el gobierno aparece fatigado, dividido y con menos recursos materiales y simbólicos. Incluso sus alianzas lucen menos sólidas: Hugo Moyano es ahora uno de los líderes de oposición, y hasta se cruzó de bando en relación al conflicto con el agro. De hecho, coquetea con respaldar a los ruralistas (uno de sus principales aliados es Gerónimo “Momo” Venegas, el líder del sindicato de trabajadores rurales y pieza esencial de la revuelta fiscal del 2008).

¿Terminará esto en otro episodio de crisis política? Es demasiado temprano para saberlo, pero es necesario recordar que el sistema político argentino es inestable, fragmentado y disfuncional para responder de forma mínimamente razonable a las demandas de la ciudadanía. Con partidos políticos casi inexistentes y mecanismos de participación atrofiados por la presencia de un Estado clientelar, corrupto e ineficaz, el sistema político argentino, en esencia, experimenta una crisis de legitimidad permanente. De forma temporal puede parecer más estable, sobre todo en base a liderazgos personalistas, a la salida de grandes crisis y en particular cuando en términos relativos la población experimenta cierta sensación de bienestar económico. En verdad, los pequeños boom de consumo, aún en entornos inflacionarios, suelen profundizar la sensación de aparente estabilidad. Pero son equilibrios parciales, absolutamente inestables y basados en artificios insustentables.

A comienzos del 2007 escribí una columna titulada “De las cacerolas del 2001 a los plasmas de hoy”

(http://www.lanacion.com.ar/878899-de-las-cacerolas-de-2001-a-los-plasmas-de-hoy). En esta oportunidad, y como estoy a punto de embarcar a New York, preferí recordar al gran George Gershwin en vez de titular esta entrada “De los plasmas y el dólar barato del 2007-2011 a las cacerolas de hoy”.  Al fin y al cabo, tanto el jazz como el blue tienen raíces afroamericanas. Antes se decía negras.