Aprender a Disparar vs. Aprender a Quién Disparar

Si bien las guerras civiles son consideradas uno de los principales obstáculos para el desarrollo, los economistas se han concentrado en el estudio de las consecuencias económicas de los conflictos violentos y no en el costo humano de los mismos. Se estima que el número acumulado de victimas letales en guerras civiles desde mediados del siglo pasado es alrededor de 20 millones[1], cifra que no tiene en cuenta los heridos, los flujos de desplazamiento interno y externo, ni las posibles hambrunas o epidemias que generan las guerras entre la población más vulnerable. Los estimativos más conservadores sugieren que alrededor de la mitad de las víctimas letales hacen parte de la población civil y no pertenecen al ejército de ninguno de los grupos en disputa.[2] Otros estudios, sin embargo, apuntan a que las víctimas civiles han llegado a ser el 90% de las víctimas totales de los conflictos internos.[3] Un agravante es que en vez de tratarse de un costo colateral inherente a la confrontación armada de la “guerras de guerrillas”, la victimización de civiles en los conflictos internos es, en su gran mayoría, deliberada, intencional y directa.[4] Este problema, además, se ha ido agravando en la medida en que la incidencia de las guerras civiles ha aumentado desde el final de la Segunda Guerra Mundial, mientras que las guerras internacionales, en las que mueren proporcionalmente más combatientes que civiles, son cada vez menos frecuentes. El asesinato de la población civil es posiblemente el mayor costo de los conflictos internos ya que erosiona en el largo plazo el stock de trabajo y la acumulación de capital humano, al tiempo que nutre rencores y odios que deterioran el capital social y hacen más probable que la violencia brote nuevamente.

 

Uno de los principales hechos estilizados acerca de la victimización de civiles por parte de agentes armados estatales y no estatales es que, en vez de tratarse de actos barbáricos o irracionales de violencia indiscriminada, ésta sigue en su mayoría un componente estratégico fundamental (de ahí que sea intencional y deliberada). En una frase: debido a que en disputas armadas por el control de territorios estratégicos el apoyo logístico y material a los grupos armados por parte de la población local es uno de los activos más importantes, la victimización de civiles (presuntos o potenciales colaboradores del enemigo) tiene como objetivo impedir que el enemigo goce de dichos beneficios para así debilitarlo localmente.[5]

 

Distinto a estas razones contextuales estratégicas que hacen que para una organización sea beneficioso eliminar civiles (por ejemplo porque esto confiera una ventaja militar), un tema relativamente poco estudiado dentro de esta literatura, es cuál es el perfil de los combatientes que, llegado el momento, ejecutan civiles. En efecto es razonable pensar que no todos los combatientes están dispuestos a adoptar estrategias sucias de guerra que, como esta, compromete vidas inocentes.

 

En un trabajo reciente en coautoría con Ben Oppenheim de la Universidad de California en Berkeley, y de Michael Weintraub de la Universidad de Georgetown, ofrecemos una explicación a este aspecto de la organización industrial de los grupos armados, que enfatiza el papel del entrenamiento que reciben de los soldados. En efecto, el entrenamiento recibido es un determinante fundamental del comportamiento individual en épocas de guerra. No sólo influye éste en la eficiencia del uso de la fuerza por parte de los actores armados, sino que también determina dónde, cómo y contra quién se emplean métodos violentos. Por ejemplo, el Manual de Contrainsurgencia de Campo de la Armada y la Marina de los Estados Unidos sugiere que: “líderes y unidades mal entrenados son más propensos a cometer violaciones a los derechos humanos que unidades bien entrenadas y bien lideradas. Líderes y unidades sin preparación para enfrentar la presión de las operaciones de campo tienden a usar indiscriminadamente la fuerza, atacar civiles y abusar prisioneros”.[6]

 

Nuestra hipótesis es entonces que, en el contexto de una guerra civil, el entrenamiento que reciben los soldados de grupos armados una vez son reclutados puede estar relacionado con la propensión posterior a asesinar civiles. En nuestro análisis distinguimos entre dos tipos de entrenamiento: entrenamiento militar y entrenamiento político. El primero incluye el manejo de armas y de otras tecnologías de guerra, así como el entrenamiento físico y el reconocimiento del terreno. El segundo incluye el adoctrinamiento político acerca de las causas y los objetivos de la lucha armada, así como elementos de derecho internacional humanitario. Nuestro argumento es que mientras el entrenamiento militar no influyen en la propensión a abusar civiles, el entrenamiento político sí (reduciendo dicha propensión). La razón es que mientras el entrenamiento militar del soldado marginal afecta la efectividad bélica del grupo armado como un todo, la adoctrinación del mismo afecta su propensión individual al abuso de civiles. En nuestro trabajo formalizamos este argumento.

 

Para contrastar la relevancia empírica de estas hipótesis utilizamos una base de datos generosamente proveída por la ONG Colombiana Fundación Ideas para la Paz (FIP). Se trata de una encuesta a cerca de 1500 excombatientes desmovilizados de la guerrilla y los paramilitares en Colombia, representativa del universo de desmovilizados. La encuesta incluye preguntas acerca del grupo de procedencia y el tipo de entrenamiento recibido por cada individuo encuestado (discrimina entre entrenamiento militar y entrenamiento político/doctrinal, definidos como arriba). Además, a partir de otras preguntas se puede deducir el periodo en el que cada individuo combatió así como la zona en la que lo hizo.[7] Sin embargo, por su carácter sensible y también punible la encuesta no incluye preguntas sobre victimización de civiles. No obstante, la información sobre la zona y el periodo de operaciones de cada excombatiente se puede cruzar con información longitudinal para todo el país sobre la incidencia y la intensidad del conflicto armado. En particular se puede cruzar con la variación longitudinal de la victimización de civiles por parte de grupos armados ilegales.

 

Con la información resultante procedemos a estimar el efecto del entrenamiento militar y político/doctrinal sobre la victimización de civiles, controlando por una batería de características tanto individuales del encuestado “representativo” como agregadas de la región (departamento) en la que éste operó en la época en la que lo hizo. Las primeras incluyen el grupo al que perteneció, la edad y la forma de reclutamiento y las segundas incluyen un conjunto amplio de controles geográficos, institucionales, de escala, y de dinámica local del conflicto.

 

Los resultados corroboran en forma robusta nuestras hipótesis: el entrenamiento militar no tiene impacto significativo sobre la victimización de civiles, mientras el adoctrinamiento político la reduce. Estos resultados son mucho más fuertes si nos enfocamos en la submuestras de excombatientes paramilitares excluyendo los pertenecientes a la guerrilla. Esto tiene sentido porque si bien la encuesta de la FIP es representativa del universo de desmovilizados, es razonable que estos últimos sean distintos del universo de combatientes, pues la decisión individual de dejar las armas puede estar basada en características que a su vez pueden estar correlacionadas con la propensión a abusar de civiles. Para resolver este problema distinguimos entre excombatientes guerrilleros y antiguos paramilitares. Si bien la mayoría de las desmovilizaciones de guerrilleros son individuales, las de los paramilitares son desmovilizaciones masivas que comprenden bloques y estructuras enteras, ya que se dieron en el marco de un proceso de paz con el gobierno Colombiano. Esto reduce el sesgo de selección obvio de usar todo el universo de desmovilizados incluyendo los antiguos guerrilleros.

 

Obviamente somos conscientes de que no estamos evacuando ni mucho menos la pregunta de cuáles son los determinantes de la victimización de civiles en los conflictos internos. Nuestra contribución en ese sentido es modesta porque se enfoca en uno de las muchas potenciales explicaciones y, por los datos disponibles, en el caso colombiano únicamente. Sin embargo creemos que parte de nuestra contribución es el esfuerzo por usar datos a nivel individual de excombatientes, para estudiar los incentivos micro detrás de macro-fenómenos tan importantes como el costo humano de las guerras civiles.



[2] Ibid.

[6] Traducción propia de: The U.S. Army/Marine Corps Counterinsurgency Field Manual, 2007, páginas 6-13.

[7] Por supuesto que este paso requiere supuestos, algunos heroicos. Los detalles pueden encontrarse en el trabajo.