Nada es gratis… pero muchas a veces vale la pena el precio

Hace casi 10 días, en el día del bicentenario más uno, Martín González Rozada escribió una muy interesante entrada aportando algunos resultados de una evaluación que realizó del programa Asignación Universal por Hijo (AUH).

Antes de meterme de lleno en el tema que quiero discutir hoy, me gustaría resaltar el valor del trabajo de Martín. No me refiero a la entrada en blog, sino al trabajo de base que le permite aportar los números sobre los cuales quiero discutir. Hace tiempo ya que los países que han decidido desarrollar políticas sociales en serio, transformándolas en políticas de estado, han entendido que no existe política social buena sin un buen diseño de mecanismos de evaluación técnicamente impecable e indiscutidamente imparcial. El trabajo de Martín suple – con las carencias que él mismo marca en su entrada – esa ausencia y nos permite tener este tipo de debates. Son justamente estos tipos de debates los que nos permitirán, en su momento, tener más fundamentos a la hora de opinar a futuro sobre la conveniencia de expandir el programa, modificarlo, reducirlo, en fin, aportar lo mucho que la economía tiene para dar. Hacer propuestas sin estas evaluaciones es como pedirle a un médico que haga diagnósticos sin conocer los síntomas del paciente.

Lo que quiero discutir es, justamente,  el impacto del AUH a la luz de los datos de Martín, cosa que él hace muy brevemente sobre el final de su entrada. El primer dato que quiero destacar es el efecto sobre la pobreza y la indigencia. Los datos sobre indigencia – los más pobres entre los pobres – muestran una reducción de casi el 20%. Eso quiere decir que una de cada 5 familias que era indigente antes del programa, dejó de serlo gracias al programa. La indigencia es una variable cualitativa por lo cual, aun cuando algunas familias sigan siendo indigentes, es probable que su ingreso medio haya subido como consecuencia del programa, pero no lo suficiente como para pasar el límite que define la indigencia. Yo, personalmente, celebro el número. Claro que un 70% me hubiera gustado mucho más, pero la lista completa de deseos la guardo para Papá Noel.

Los números sobre la pobreza no son tan grandes proporcionalmente, pero son muy parecidos en términos de número de hogares: 78.000 familias indigentes dejaron de serlo y 60.000 familias pobres dejaron de serlo. Como hay muchas más familias pobres que indigentes, el porcentaje, en el caso de los pobres, es mucho menor. Pero también celebro el número.

Los dos números juntos, además, me permiten insistir sobre un argumento anterior: la indigencia y la pobreza son característica binarias, define la cantidad de gente que esta por debajo de un cierto ingreso. Un programa como la AUH, no está focalizada exclusivamente en gente que tiene ingresos un poco por debajo de la línea que define la indigencia, sino en hogares con características que están muy correlacionadas con los bajos ingresos. Que el aumento en la cantidad – no en el porcentaje – de hogares que hayan superado dos líneas muy distintas (la de la indigencia y la de la pobreza) sean parecidos, sugiere que el programa ha mejorado la parte más pobre de la distribución del ingreso de una manera relativamente homogénea. Yo celebro esto también. Antes de dejar las celebraciones, va una cuenta tramposa (la trampa no se las digo): por cada hijo, el programa paga 220 pesos por mes (siempre y cuando se cumplan los requisitos de escolaridad). Si cada familia tiene en promedio 3 hijos (debe ser un poco más alto en ese grupo económico, pero no sé el número exacto) las 78.000 familas que salieron de la indigencia nos costaron menos de 620 millones de pesos al año. Una bicoca! Si no me acuerdo mal, sale menos que lo que le pagamos a la AFA por el programa Futbol para todos….

Pero ustedes están en este momento recordando el nombre del blog de nuestros amigos españoles: Nada es Gratis. Estoy de acuerdo, nada es gratis. Pero, a veces, vale la pena el precio.

Una puede, rápidamente, identificar un claro costo de un programa de este tipo. Martín lo explica y lo calcula: los beneficiarios del programa tienen menos incentivos a conseguir un trabajo formal. La razón es que, antes del programa, el “premio” por conseguir trabajo en el sector formal era el salario más las asignaciones familiares. Ahora, el premio es menor: las asignaciones familiares se cobran de todas maneras.

Por lo tanto, debemos esperar que el empleo formal baje en los grupos que reciben el subsidio. Esto es innegable. Y también es lo que se observa en todos los países para los cuales se ha estudiado el seguro de desempleo. Uno de los que más me gusta es el de Bover, Arellano y Bentolilla ftp://ftp.cemfi.es/wp/97/9717.pdf, para el caso español. Pueden encontrar allí algunos gráficos que muestran la diferencia en las probabilidades de salir del desempleo para trabajadores con y sin seguro que no dejan ninguna duda relativa al papel de los incentivos en el comportamiento humano: los desempleados que reciben seguro de desempleo están, en promedio, mucho mas tiempo desempleados que los que no reciben seguro.

Aún así, reconociendo la existencia de esos incentivos voy a defender, por lo menos de manera teórica, programas como la AUH (sobre los números que calcula Martín me refiero en un ratito). Una política social óptima es aquella que, justamente, tiene en cuenta los incentivos. Pero también tiene en cuenta el problema de proveer a aquellos que tuvieron mala suerte: pocas cosas afectan tanto el futuro económico de una persona al nacer como el nivel de riqueza de la familia donde nace. La ausencia de política social es el abandono de la protección a los más desfavorecidos. Un programa social demasiado generoso puede tener un efecto tan grande en los incentivos que puede ser pero a la ausencia de un programa social. Lo que hemos aprendido de la literatura sobre contratos óptimos, es que típicamente, la respuesta esta en el medio. Por ejemplo, en un análisis del seguro de desempleo en USA que hicimos con mi amigo y colega Hugo Hopenhayn hace ya varios años, mostrabamos que era muy poco generoso. Era eficiente aumentar la cobertura,  a pesar del costo adicional que implicaría en términos de desempleo. Para ponerlo de una manera más clara: el análisis mostraba que la tasa de desempleo óptima era más alta que la que había en ese momento en USA.

Para tratar de aclarar: el objetivo de la política social es mejorar el nivel de vida de las personas en un ambiente con incertidumbre donde perder el trabajo es un evento que pasa con alguna frecuencia. El objetivo no es minimizar la tasa de desempleo. Si lo fuera – insisto, no lo es – la solución es bastante sencilla: pongamos un impuesto a todos los desempleados o, como decía un amigo, les cortemos la oreja derecha. Van a quedar pocos…

En resumen, si, con la AUH la tasa de empleo formal va a caer. Eso es esperable (si no cayera podemos aumentar el subsidio mucho más, pues reducir la pobreza seria gratis!). La pregunta no es si el precio es cero o no, la pregunta es cuál es el precio?

Martín también nos da números. Para los pobres, el efecto no es muy grande: aumenta el desempleo promedio en un poco más de un mes, algo más del 10%. Esto está en línea con lo que sabemos de seguros de desempleo en otros países. Un análisis cuantitativo serio amerita, pero a primera vista, estos números están lejos de sugerir que el programa no ha sido exitoso.

Pero el número que es muy preocupante es el de los indigentes: la duración del desempleo aumenta el 70%! Este número es muy grande e indica que en este segmento existen mecanismos complejos que pueden tener efectos serios a largo plazo. Este precio es alto. Y también es muy raro. Creo que deberíamos entender mucho mejor (necesitamos más información, conocer más síntomas) lo que esta pasando en ese sector. Varias hipótesis pueden formularse y, con la información adecuada, evaluarse, para poder encontrar el remedio a esta situación.

No tener mecanismos de generación de información y de evaluación es caro. Si sale mal, lo van a pagar los más desafortunados, justamente aquellos por los cuales la AUH se implementó.