El juego de las semejanzas: Argentina & Brasil en los 2000s

Este post es una versión editada y extendida de esta columna en El País, escrita en coautoría con Mario Blejer

Las modas son fenómenos complejos, afectadas por factores genuinos tanto como por los medios y la psicología de masas. Igual con los países, que se ponen de moda no sólo por razones fundamentales o por la calidad de sus políticas sino también por primeras impresiones, prejuicios y apariencias.

Tomemos, por ejemplo, el caso de Brasil. En 2003, la anticipación de una victoria de Lula precipitó una crisis financiera, alimentando un escepticismo que acompañó al país hasta mediados de la década, a pesar de un exitoso esfuerzo para reducir fragilidades financieras desendeudando y desdolarizando su economía. Hoy, tras aprobar con honores el examen de la crisis mundial, y apuntarse como sede de los Juegos Olímpicos y el Mundial de fútbol, Brasil es el país fashion de América Latina. El dato de que aún no haya probado ser capaz de crecer a tasas asiáticas sin generar inflación es sólo una anécdota a los ojos de sus apologistas, que a menudo lo miran en el espejo de China, su partenaire en el desparejo BRIC. De hecho, en su actual apogeo, Brasil parecería ser víctima de cierta prociclicalidad del entusiasmo mediático, que atrae capital especulativo dificultando el manejo macroeconómico.

Argentina no ha tenido esa suerte: con la excepción de un fugaz enamoramiento en los años noventa con su (a la postre, desastrosa) convertibilidad al dólar, su reputación en el mercado parece inalterablemente degradada. La sólida recuperación del colapso de 2001 es atribuida, alternativamente, al rebote de la crisis, al auge de los bienes primarios, a los dividendos cortoplacistas de políticas miopes o a la casualidad, sin conmover al imaginario internacional. La mera posibilidad de que algunas de las múltiples heterodoxias argentinas pueda haber sido adecuada dadas las circunstancias del país no recibe ni siquiera el beneficio de la duda.

En este frente, una imagen vale más que mil palabras. Cada punto de las líneas de la Figura 1 representa la proyección hecha por consultoras y bancos de inversión sobre el crecimiento argentino para un determinado año (según consta en las etiquetas de cada línea) a la fecha que aparece en el eje horizontal, tal como se reporta en la encuesta que elabora el Banco Central (en virtud de la escasa visibilidad de los últimos años, apropiadamente llamada R.E.M.) Así, por ejemplo, mientras el crecimiento pronosticado para 2010 en julio de 2009 era del 2.5%, el mismo número para abril de 2010 era del 4% y se elevaba a 6.5% en septiembre (naturalmente, el pronóstico converge al crecimiento real a medida que no acercamos a fin de año y la incertidumbre desaparece). El patrón es el mismo para toda la poscrisis: el pronóstico corriendo de atrás al crecimiento, con excepción del 2009, año de la crisis mundial, en el que el patrón se invierte.

Figura 1. La inefable insostenibilidad del modelo: Proyecciones del crecimiento argentino en la post crisis.

Nota: El gráfico actualiza uno similar presentado en La Resurrección: Historia de la Post Crisis Argentina (Sudamericana, 2007). Fuente: Brookings Latin American Economic Perspectives (2011).

En todo caso, mientras Brasil es la estrella de lo que The Economist llamó (a mi juicio, prematuramente) la década latinoamericana, Argentina (excluida del deam team del The Economist) hace banco con Venezuela o Ecuador.

¿Son los desempeños de Argentina y Brasil tan fundamentalmente distintos en la práctica?

Para empezar, el crecimiento registra un empate. Mientras el producto argentino cayó un 20% a finales de los años noventa para recuperarse fuerte en los 2000, lo de Brasil fue menos sinuoso. Pero el acumulado desde 1999 (el comienzo de la crisis argentina) hasta la fecha es exactamente un 53% en ambos casos. Lo mismo vale, curiosamente, si incluimos a los tigres latinoamericanos (Figura 2). Dicho de otro modo, en la última década Argentina recuperó todo el terreno perdido con su crisis de fin de siglo.

Figura 2. Recuperando el terreno perdido: Argentina vs. America Latina

Nota: LAC7 (exc. Argentina): Brasil, Colombia, Chile, México, Perú, Uruguay. Fuente: Brookings Latin American Economic Perspectives (2011).

Hay más. Según un reciente estudio de Brookings sobre la desigualdad en la región, la saludable mejora en la equidad en Brasil se debe, en partes iguales, al efecto del crecimiento económico sobre el empleo y los salarios, y a incrementos en los ingresos no laborales -específicamente la cobertura y beneficios del sistema previsional, y las transferencias del programa Bolsa Familia-. ¿Qué pasó en Argentina? Más o menos lo mismo. Si el componente laboral del ingreso fue crítico durante el rebote desde el pico de desempleo del 22% en 2002, los ingresos no laborales fueron decisivos a partir de entonces: el aumento de las pensiones mínimas y la moratoria previsional se sumaron a un plan de subsidio infantil para mejorar la situación de los hogares de menores recursos, compensando el efecto erosivo de una inflación en alza. De este modo, ambos Gobiernos preservaron su base electoral asignando parte de los dividendos de la bonanza a la mejora de la calidad de vida de los sectores más pobres.

Y si Brasil evitó llenarse de deuda a pesar del boom de materias primas y la moda BRIC, en Argentina el alto costo de acceso al mercado de capitales obligó al país a un desendeudamiento acelerado, reduciendo la deuda con acreedores privados a un modesto 20% el PIB. ¿Qué decir de las diferencias en el «clima de negocios»? A pesar de una inyección masiva de inversión extranjera en Brasil, su 17,5% de inversión sobre producto es inferior al 23% de Argentina, donde la creciente carga impositiva (que ya llega al 32% del PIB) sigue siendo inferior al 35% de país vecino. También podría señalarse algo parecido sobre el efecto de la política cambiaria: para bien o para mal, el pero argentino tiene más margen para apreciar que el real brasilero (arrinconado entre los altos costos de esterilización y el efecto limitado de los controles), pero a expensas de haber generado una inercia inflacionaria que le resta control al gobierno sobre la evolución del tipo de cambio real. Y el avance del sector primario sobre la industria en el comercio exterior, con distntos matices, es un tema preocupante a ambos lados de la frontera (y en otros países de la región).[1]

Asumiendo las inevitables simplifaciones del caso, lo cierto es que esta acumulación de circunstancias sugiere un delicado dilema. ¿Es la percepción de los dos países, tan disímil, reflejo fiel de diferencias fundamentales? O, alternativamente, si las políticas difieren tanto como se sostiene, ¿cómo se explican las semejanzas en los resultados?

Siempre puede culparse el estilo con el que Argentina comunica sus decisiones políticas (aunque analistas e inversores sofisticados deberían poder mirar más allá de las cuestiones de forma al juzgar el desempeño futuro). Un factor más probable es la incertidumbre sobre la respuesta de la política económica frente a situaciones de estrés.

Por ejemplo, a pesar de los entusiastas apologistas del mundo emergente, probablemente esta década no sea tan favorable a la región como la anterior. A menos que se convierta en un nuevo Japón, EEUU tarde o temprano deberá contraer su política de liquidez, y un escenario en el que China sigue creciendo a tasas chinas por diez años es, en el mejor de los casos, improbable. Por otro lado, en el corto plazo ambos países se enfrentan a la necesidad de contener un gasto público alto e inercial y una inflación creciente -que en Argentina adquiere niveles preocupantes. Esto en un contexto poco propicio para la moderación en el que, víctimas de su propio éxito, ambos gobiernos enfrentan expectativas crecientes de su población en momentos en que, con las políticas de protección más inmediatas ya en su lugar, el logro de mejoras sociales se vuelve más difícil y fiscalmente oneroso.

En este marco, da la sensación de que, mientras el mercado espera refinamiento y previsibilidad del nuevo Gobierno brasilero, en Argentina vaticina que, en caso de re-elección, la reducción de márgenes políticos y económicos se traducirá en una paulatina radicalización. En otras palabras, dado que la calidad de las políticas suele ser menos relevante en la abundancia que en la escasez, sólo a partir de ahora deberían hacerse visibles las diferencias de gestión entre los dos vecinos.

Pero es fácil invertir este argumento y señalar que si, tras las elecciones, Argentina suscribe un conjunto de medidas contracíclicas simples y factibles, bien podría alterar, sin mayores complicaciones, el destino ominoso que le presagian los escépticos. O, para poner el dilema en términos más precisos, ¿qué país presentaría un mejor desempeño en los 2010s bajo un gobierno sensato? [2] ¿Puede un gobierno “sensato” generar resultados comparables o superiores a los del vecino virtuoso –en cuyo caso, deberíamos inferir que las “malas” políticas tuvieron escasos efectos colaterales diferidos?

En todo caso, el veredicto final de este caso de economía comparada permanece aún abierto.


[1] Algo de esto intentamos mostrar en el último Brookings Latin American Economic Perspectives.

[2] Dejo la definición de sensatez al lector. A los fines de la pregunta, basta que las gestiones sean comparables (esto es, que no introduzca una diferencia en el desempeño).