En anteriores posts de este sitio se hizo referencia a la relevancia actual del análisis del “fin de grandes inflaciones en Sargent (81)». Es difícil no verse tentado a intervenir en una discusión sobre temas de inflación y estabilización alrededor de ese memorable trabajo. Para alguien de una cierta edad, también resulta inevitable recordar antiguos argumentos. Ese artículo fue muy comentado en su momento (inclusive, en el diseño de políticas económicas aquí y en otros lados). Aparte del reconocimiento general de su contribución al plantear una hipótesis claramente definida y buscar su contrastación con hechos históricos, ya desde entonces surgieron serias dudas sobre la validez de su punto central, tanto para hiperinflaciones como para casos menos extremos.
El análisis de Sargent en esa ocasión (en trabajos posteriores sobre procesos de estabilización enfatizó más bien el efecto de comportamientos de aprendizaje) presume que las hiperinflaciones que estudió fueron arrancadas de raíz por medio de: i) anuncios fiscales y monetarios que señalaban sustentabilidad intertemporal de las finanzas públicas y renuncia del gobierno al impuesto inflacionario como mecanismo para la generación de recursos por señoreaje; ii) una unánime reacción del público que asignó credibilidad a los anuncios, y “capitalizó” los efectos futuros previstos en ellos; iii) una creencia general de que esa credibilidad monetaria y fiscal implicaba un final permanente de las presiones inflacionarias fundamentales; iv) una común percepción de que, como consecuencia, se cortarían rápida y plenamente las expectativas de inflación del conjunto de los agentes; v) una respuesta inmediata (un “freno en seco”) del conjunto de los precios en función de esas expectativas; vi) un comportamiento futuro que validó los anuncios del gobierno y las previsiones del público. Por decirlo de algún modo, el argumento sería que la “estabilización” (instalación de un régimen perdurable de baja inflación) precedió y provocó la “desinflación” (disminución de la inflación aunque fuera por algún tiempo).
Cuando se observa con algún detalle la historia de los episodios europeos de los años 1920, se aprecia que las cosas no ocurrieron así (las referencias incluyen Dornbusch, 1987 y, si cabe la mención, Heymann, 1986). En los inicios de las estabilizaciones hubo ciertamente anuncios, algunos espectaculares. En el caso alemán de 1923, por ejemplo, se proclamó una reforma monetaria que fijó el tipo de cambio, y se remplazó a un presidente del banco central que creía que su misión era imprimir todo lo necesario para alimentar las necesidades del comercio, casi literalmente a cualquier precio, por alguien proclive a la estabilización. Pero no hubo nada como un vuelco de políticas y conductas que se percibiera como establecido y permanente; más bien, el drama político y económico siguió siendo intenso, y muy grandes las dudas sobre el futuro inmediato (y, a fortiori, sobre plazos más largos): en lo fiscal, por ejemplo, el ministro de Hacienda alemán de la época dijo alguna vez que cuando lanzaron el programa, no sabían cómo harían para ordenar las cuentas públicas en los meses siguientes, y calificó a la operación como “empezar a construir una casa desde el techo”. Si las expectativas se aplacaron, fue de manera bastante menos que unánime, y aparentemente por la perspectiva de que el gobierno podría mantener el tipo de cambio mediante el uso de reservas, propias o prestadas, o contracción en los pagos corrientes sobre un horizonte limitado de tiempo ((lo cual, por otro lado, sucedió no sin turbulencias), y no por inducción hacia atrás de un futuro más o menos lejano. Más que un “conocimiento común” de la atenuación de expectativas a partir de anuncios con potenciales efectos mediatos, fue probablemente la referencia muy difundida al tipo de cambio como patrón para la formación de precios, asociada a la desaparición de los efectos mecánicos de inercia inflacionaria, que contribuyó especialmente a coordinar la disminución de la tasa de inflación al interrumpirse de alguna manera la depreciación cambiaria. La desinflación, percibida como transitoria, abrió un espacio para que las políticas económicas se fueran consolidando y acumulando reputación. El horizonte de expectativas se fue ampliando paulatinamente. La normalización de las transacciones cotidianas y la merma en el impuesto inflacionario permitieron una recuperación de la actividad económica al interrumpirse la hiperinflación.
Las diferencias entre los mecanismos postulados por Sargent en 1981 y los esbozados aquí arriba sobre el final de las hiperinflaciones europeas no dependen de la usual distinción entre “expectativas racionales vs. adaptativas” (dicho sea de paso sobre ese refrán: qué más racional que “ver para creer” y aprender de los errores, al modo adaptativo?) . ¿Cuál habría sido una reacción racional ante un anuncio gubernamental de un cambio fiscal drástico y permanente en país que evolucionaba de día en día en medio de las idas y vueltas típicas de una hiperinflación? ¿Por qué motivo suponer, como individuo, que, aun creyendo en las intenciones de los anuncios y en la capacidad de implementarlos, los demás agentes estarían igualmente convencidos, actuarían en consecuencia, y los precios relevantes responderían (uno se ve tentado a decir) como por arte de magia? ¿Cuáles serían entonces las señales capaces de inducir un freno sincronizado de distintos precios?
El “arte” de atacar a la inflación minimizando los costos de la convergencia consiste en inducir una atenuación del incremento del conjunto de precios en paralelo con una desaceleración de la suba nominal de la demanda agregada. Para eso interesa que las políticas económicas indiquen intenciones y criterios de gestión y provean guías para las decisiones del público. Pero, como proposición práctica, el que una desinflación descanse confiadamente en efectos de anuncios de “reformas permanentes” fiscales y monetarias, con la promesa implícita de que con eso desaparecen los problemas de transición, parece una apuesta difícilmente ganadora.
Como cuestión general, conviene que las políticas con potenciales repercusiones de largo plazo se consideren y discutan en esos términos, y no se decidan al impulso de un momento, en función de un posible impacto de opinión, para “mandar señales a los mercados”. Por otro lado, una estrategia de desinflación que depende del impacto de percepciones de cambio de régimen requiere que las futuras acciones comprometidas se perciban como incondicionales. Si se proclama que habrá una larga secuencia de políticas sujetas a nuevos criterios y restricciones, y que todo irá bien si todos creen que irá bien, hay que afrontar la pregunta sobre qué pasaría si las cosas no salen del todo de esa manera. Una respuesta posible es intentar comprar credibilidad inmediata decretando la eliminación de flexibilidad en las políticas a través de reglas rígidas. Como se ha experimentado en más de una ocasión, esas reglas suelen romperse en medio de crisis y, si la experiencia está incorporada en la memoria de los agentes, las expectativas se verían afectadas consecuentemente.
La presunción de que las expectativas de inflación se mueven unánimemente y en función del cálculo que harían los agentes sobre las finanzas intertemporales del gobierno resulta forzada. En toda inflación hay impuesto inflacionario, pero no se sigue que la dinámica de precios consista en una emanación directa de los requerimientos fiscales de señoreaje. Para un agente individual, enfrentado a formarse una creencia sobre la inflación futura, el problema central es anticipar la evolución de ciertos precios clave (tipo de cambio, precios públicos), y conjeturar cómo será el comportamiento de los demás agentes que influyen en la determinación de precios. Las previsiones sobre la evolución de la política económica en el futuro cercano son ciertamente parte de la formación de expectativas, pero también contarían con gran peso percepciones o señales sobre la conducta colectiva del sector privado. La coordinación de expectativas y conductas no ocurre de manera automática; por otro lado, como en los hechos la política económica responde al desempeño de la economía, esa coordinación o falta de ella es un determinante del grado de credibilidad de los anuncios que se hubieran realizado. Un programa de desinflación que promete un efecto rápido y sin costos a puro anuncio puede verse encerrado en un círculo de ese tipo.
Los planes contingentes detallados son construcciones analíticas útiles, pero no instrumentos concretos de decisión. Sin embargo, las políticas económicas deberían reconocer y contemplar la eventualidad de contingencias (entre ellas, que el “modelo de la economía” sobre el cual se actúa merezca ser revisado a la luz de los hechos). La administración del nivel de precios requiere de “anclas”, cuyo valor nominal queda pre- determinado por algún tiempo (más o menos prolongado, y de manera más o menos explícita según el caso). Como cuestión de lógica, eso implica en los hechos aceptar que, llegado el caso, ciertas variables se dejarán mover en términos reales a fin de que amortigüen deslizamientos de la inflación. Por ejemplo: en la regla de Taylor convencional, se trata de influir sobre la tasa de interés, y la acción sobre los precios operaría a través del producto y la tasa de interés real; si se ancla el tipo de cambio, la paridad real es variable de ajuste y absorbe (vía apreciación) los desvíos positivos de la inflación; algo similar valdría si se pre- fijan otras variables.
Los esquemas de ancla única concentran el peso sobre un solo instrumento, con el potencial de desalineamientos apreciables si la inflación no responde como se busca; las anclas múltiples permiten en principio repartir la carga, pero requieren una acción coordinada de diferentes dispositivos y áreas de política. La elección de las anclas, y de la correspondiente “función de reacción” en una circunstancia dada dependería de una evaluación de los mecanismos de transmisión sobre los precios, y de los costos que se le asignen a los “atrasos” reales de cada variable (lo cual a su vez sería función de condiciones iniciales, de los precios relativos en particular). El diseño macroeconómico para una desinflación tendiente al establecimiento de un régimen de inflación baja y previsible no implica acertijos insolubles, pero tampoco es una cuestión trivial que se pueda resolver con un pase de mano.
Referencias
Dornbusch, R. (1987): “Lessons from the German Inflation Experience of the 1920s”; NBER Working Paper, Nº 1675
Heymann, D. (1986): “Las grandes inflaciones: características y estabilización”, en Tres Ensayos sobre Inflación y Políticas de Estabilización: CEPAL
Sargent, T. (1981); “The End of Four Big Inflations”, Federal Reserve Bank of Minneapolis, Working Paper 158
Daniel,
Creo que Sargent tiene razón cuando dice que los costos de un plan antiinflacionario son menores cuando los agentes tienen expectativas racionales. Si se presenta un plan creíble que combine medidas fiscales y monetarias que sea consistente con una reducción de la tasa de inflación se incorporan estas expectativas (ponderadas por la probabilidad de éxito percibida del plan) y se modera el ritmo de crecimiento de precios.
Coincido con tu comentario que en la práctica esto es todo un «arte» y que los planes deben ser complejos para incorporar contingencias (complejidad que probablemente afecte la formación de expectativas). También que un buen plan debiera de repartir la carga, a lo cual añadiría un rol para reformas estructurales que afecten la «función de reacción» del uso de distintas anclas.
En varias oportunidades defendí la idea que un plan creíble puede reducir la inflación al 5% en el corto plazo (12-18 meses) (acá por ejemplo) justamente porque actúa sobre las expectativas. Es posible que políticamente sea difícil lograr este objetivo. Pero me desagrada la complacencia de la mayoría de los candidatos que apunta a llegar al dígito de inflación luego de cuatro años de gobierno. Quizás el rol de las expectativas no sea tan efectivo como Andy argumentaba en este post, pero desarrollar un plan antiinflacionario sin aprovecharlas lo más posible es subóptimo.
Saludos,
martín
¡Qué buen post! Y veo que no comenta nadie, o no lo entendieron o les tapó la boca con tanta evidencia y conocimiento que no pueden decir nada. Por fin escribe alguien que sabe de inflación.
El post es buenísimo, como todo lo que hace Daniel. Debería servirnos a todos para ver que no hay respuestas fáciles ni soluciones mágicas, que toda opción tiene sus costos y que la formación de expectativas es un proceso mucho más complejo de lo que aparece en los modelos habituales. Es posible que los candidatos lo tengan más claro que sus consejeros?
No miren lo de os consejeros, quise decir que quizás los candidatos lo tienen más claro de lo que parece
Vengo un poco atrasado con las lecturas …
Daniel, muchas gracias por contribuir a un debate tan importante como este. Obviamente, la cuestión sobre como forman expectativas los agentes económicos en un ambiente cambiante es una cuestión importante sobre la que me gustaría supiésemos más.
Martin, si bien veo tu punto, creo que en concreto, es difícil saber cuál será el punto de partida sobre el que se tendrá que diseñar un programa de estabilización en Argentina –cuan indexados estarán los contratos, cuál será el tipo de cambio real y las tarifas reales, etc.
Sebastián, difícil responder a tu inquietud hoy. Dependiendo de cual sea el punto de partida (estabilizar hoy, en diciembre o en algún momento de 2012) se vería que posibles combinaciones de políticas permiten reducir la inflación. Dentro de estas posibilidades habría que ver cual es considerada la mejor según el criterio político de los ejecutores (no creo que sea lo mismo para Cristina que para Macri o Alfonsín). Abrazo,
martín
Daniel, entiendo entonces que vos favoreces algún tipo de mecanismo de coordinación de expectativas como parte de programa de estabilización?
Daniel, muchas gracias por la entrada. Recien ahora tengo tiempo de ponerme al día con FE después de unas semanas de trabajo muy intensas.
Tu entrada al blog es muy iluminadora y coincido con casi todo lo que decís. El punto que yo quise hacer cuando escribí sobre los costos de bajar la inflación es que cuando se lanza un plan de estabilización creíble (vos decís que no necesita ser tan creíble) no necesariamente hay grandes costos en términos de empleo. Por ende, un plan de estabilización bien diseñado puede beneficiarnos bajando la inflación sin crear costos y vale la pena hacerlo. Es cierto que el riesgo de generar una recesión al estabilizar existe, pero puede ser minimizado.
Coincido también con vos en que las reglas rígidas como la convertibilidad o el decir «nunca voy a rescatar a un banco» no dan credibilidad ya que son promesas se quiebran si es «necesario». No hay atajos para la madurez política y el liderazgo en la toma de decisiones que conduces a políticas buenas y creíbles.
Yendo a la Argentina de hoy, la estabilidad de precios la veo como algo muy fácil y muy difícil a la vez. Si hay una verdadera voluntad social y política de bajar la inflación en forma concertada entre el gobierno y la oposición entonces su implementación no debería ser ni muy difícil ni muy costosa. En ausencia de la voluntad política de bajar la inflación, bajarla es muy difícil.
En cuanto a las medidas prácticas para bajar la inflación, muchas están implícitas en varias entradas mías, de Martín Uribe y de Juan Pablo Nicolini. Flexibilizar el tipo de cambio y controlar la creación de dinero son acciones claves. Coincido con vos en que domar a la inflación puede requerir varias «anclas» para convencer a los agentes de la estabilización y minimizar su costo. Yo agregaría un régimen de metas de inflación con una trayectoria anunciada de la inflación objetivo promedio para varios años acordada en el congreso y haría también un acuerdo de precios y salarios para anclar expectativas y coordinar acciones de grandes agentes. Claro esta que ninguna de estas políticas funcionaría si después de su anuncio los agentes interpretan que no hay voluntad política de implementarlas. Este es el punto de Kydland-Prescott (77) y Barro-Gordon (83) mencionado en https://dev.focoeconomico.org/2010/11/14/%C2%BFpor-que-tenemos-inflacion/
Excelente Post! A un año de su publicación me parece que está más vigente que nunca…
De todas maneras, pensándolo en términos generales, creen que este modelo planteado por Heymann (la utilización de múltiples instrumentos para la consecución de un objetivo) es contraproducente en términos del logro de los demás (estabilidad de precios en detrimento de crecimiento económico, solvencia externa, distribución del ingreso)?
En lo personal no creo que así sea, pero me parece que una condición sin equa non en la implementación de este tipo de planes es iniciar el proceso sobre la base de cuentas públicas estables (no necesariamente superavitarias), pero sí previsibles y que respeten el marco de la coordinación intertemporal.
Saludos.
[…] Finalmente, y no en forma fácil, se logró estabilizar los precios (ver esta entrada de Heymann acá). La inflación fue controlada, pero la producción y el empleo no recuperaron sus niveles […]