Un día el chino Garcé le va a contar a sus nietos que fue compañero de Messi en la selección. Ese mismo día, le voy a contar a mis nietos que fui compañero de Ken Arrow en Stanford.
Los físicos actuales no conocieron personalmente a Newton, ni los biólogos a Darwin. Los economistas de mi generación somos los últimos que vamos a haber conocido en persona a los fundadores de nuestra disciplina. Ken Arrow, quien murió el martes pasado, fue quizás el más importante de todos ellos.
Fue un economista de economistas. Sus contribuciones sentaron las bases sobre las que se desarrollaron todas las ramas de la economía. Quienes estudian los mercados de servicios de salud tienen un esquema analítico basado en el trabajo de Arrow. Quienes estudian derivados financieros, también. Es difícil pasar más de cinco minutos hablando de economía sin referirse a una idea que, directa o indirectamente, venga de Arrow.
Un ejemplo. La incertidumbre es un aspecto central de la mayoría de los problemas económicos. Las decisiones de inversión, la elección de un oficio, la política monetaria: los resultados de cada una de ellas dependen de contingencias inciertas al momento de tomar la decisión. ¿Cómo analizar este tipo de problemas? Arrow propuso representar cada contingencia como un bien distinto. Un dólar dada la contingencia de que se incendió mi casa es un bien distinto de un dólar dada la contingencia de que no se incendió mi casa. Una vez hecha esa observación, un problema con incertidumbre es matemáticamente equivalente a un problema sin incertidumbre pero con muchos bienes. Enseguida quedan claras las preguntas esenciales: ¿existe un mercado para cada uno de estos bienes? Es decir, ¿existe un mercado en el que uno pueda adquirir un dólar condicional a la realización de cierta contingencia, un así llamado “Arrow-Debreu security”? Entonces estamos ante “mercados completos”. Si no, estamos ante “mercados incompletos”, y las consecuencias de estar en un caso o en el otro son inmensas. Esta manera de pensar en la incertidumbre es tan central al pensamiento económico moderno que es difícil imaginarse cómo uno podría pensarlo de otra manera.
El intelecto de Arrow era legendario. Cuenta una historia (quizás apócrifa) que una vez los estudiantes (o quizás eran otros profesores) intentaron encontrar un tema sobre el cual Arrow no fuera experto, y se pusieron a estudiar sobre los hábitos reproductivos de las ballenas. Esperaron que vinera Arrow y se pusieron a discutir acaloradamente sobre el asunto, esperando ver su reacción. Arrow escuchó lo que decían y, sin inmutarse, les dijo “según entiendo, la teoría que están describiendo acaba de ser refutada”, lo cual aparentemente era cierto.
Desde hace un tiempo, cada año el departamento de economía de Stanford organiza las “Arrow Lectures” en su honor, con algún economista famoso que viene a dar una serie de charlas. Arrow, con ya más de noventa años, siempre venía a las charlas, y demostraba no haber perdido nada de la agudeza mental que lo hizo famoso. Más de una vez sus preguntas me ayudaron a entender lo que estaba intentando decir el presentador.
Recientemente en una cena en ocasión de una Arrow Lecture le preguntaron qué lo había hecho interesarse en los mercados de servicios de salud, una de las tantas áreas a las que hizo contribuciones fundamentales. Con su habitual buen humor, contestó que estaba pensando en si seguir las indicaciones que le había dado el médico y “tengo la habilidad de tomar un problema práctico, y transformarlo en un problema teórico”.
Todos los economistas le estamos en deuda.