Por Joseph E. Stiglitz. Publicada el 14/10/2016 en Project Syndicate.
NUEVA YORK – En los viajes que realicé por todo el mundo durante las últimas semanas me pidieron, repetidamente, que responda dos preguntas: ¿es concebible que Donald Trump podría llegar a ganar la presidencia de Estados Unidos?; y, en primer lugar, ¿cómo llegó su candidatura tan lejos?
En cuanto a la primera pregunta, a pesar de que es más difícil realizar un pronóstico político que uno económico, se puede decir que las probabilidades se inclinan fuertemente a favor de Hillary Clinton. Incluso así, el hecho de que ambos competidores se encuentren uno muy cerca del otro en la carrera (al menos hasta hace muy poco) ha sido un misterio: Hillary Clinton es una de las personas más calificadas y mejor preparadas que haya candidateado a la presidencia de Estados Unidos, mientras que Trump es una de las menos cualificadas y peor preparadas. Aún más, la campaña de Trump sobrevivió comportamientos por parte de Trump que habrían puesto fin a las posibilidades de cualquier otro candidato en el pasado.
Entonces, ¿por qué los estadounidenses están jugando a la ruleta rusa (con esto se quiere decir que existe al menos una posibilidad entre seis de una victoria Trump)? Las personas que están fuera de EE.UU. quieren saber la respuesta, ya que el resultado les afecta también, a pesar de que no tienen influencia sobre el mismo.
Y eso nos lleva a la segunda pregunta: ¿por qué el Partido Republicano nomina a un candidato que incluso sus propios líderes rechazaron?
Obviamente, existen muchos factores que ayudaron a que Trump derrote a 16 rivales durante las primarias republicanas, permitiendo que llegue hasta este punto. La personalidad de los candidatos sí reviste importancia, y algunas personas realmente se sienten atraídas por la personalidad de show de telerrealidad de Trump.
Sin embargo, varios factores subyacentes también parecen haber contribuido a cuán cercanos están los contendores en la carrera electoral. Para empezar, muchos estadounidenses sí estáneconómicamente peor de lo que estaban hace un cuarto de siglo. El ingreso medio de los empleados hombres a tiempo completo está en un nivel más bajo del que estuvo hace 42 años, y es cada vez más difícil que las personas con educación limitada consigan un trabajo a tiempo completo que pague salarios dignos.
De hecho, los salarios reales (ajustados a la inflación) en la parte inferior de la distribución de ingreso están más o menos donde estaban hace 60 años. Por lo tanto, no es sorprendente que Trump encuentre un público numeroso y receptivo cuando dice que la situación económica está podrida. Sin embargo, Trump está errado en cuanto al diagnóstico y a la receta. La economía de Estados Unidos ha tenido un buen desempeño, en su conjunto, durante las últimas seis décadas: el PIB ha aumentado casi seis veces. Sin embargo, los frutos de ese crecimiento beneficiaron a un número relativamente pequeño de personas que se encuentran en la parte superior de la distribución de los ingresos – a personas parecidas a Trump; esto ocurre, en parte, gracias a los recortes masivos de impuestos que Trump, en caso de ganar, ampliaría y reforzaría.
Simultáneamente, las reformas que los líderes políticos prometieron iban a ir a garantizar prosperidad para todos – como ser las reformas en el comercio exterior y la liberalización financiera – no cumplieron su cometido. No cumplieron en lo absoluto. Y, aquellas personas cuyo nivel de vida se estancó o disminuyó llegaron a una conclusión simple: los líderes políticos de Estados Unidos, o bien no sabían lo que estaban diciendo o mentían (o ambas opciones eran verdaderas).
Trump quiere echar la culpa de todos los problemas de Estados Unidos al comercio exterior y a la inmigración. Trump está equivocado. EE.UU. habría enfrentado la desindustrialización, incluso sin un comercio más libre: el empleo mundial en la industria manufacturera ha ido disminuyendo, con aumentos de productividad superiores al crecimiento de la demanda.
Cuando los acuerdos comerciales fracasaron, no se debió a que EE.UU. fuera menos listo que sus socios comerciales; se debió a que los intereses corporativos fueron los que dieron forma a la agenda de comercio exterior de Estados Unidos. Las empresas estadounidenses hicieron bien las cosas, y fueron los republicanos quienes bloquearon los esfuerzos por garantizar que los estadounidenses perjudicados por los acuerdos comerciales compartieran los beneficios provenientes de los mismos.
Consecuentemente, muchos estadounidenses se sintieron golpeados por fuerzas fuera de su control, que llevaron a resultados que son claramente injustos. Supuestos de larga data – sobre que Estados Unidos es una tierra de oportunidades y que a cada generación le va a ir mejor que a la anterior – han sido puestos en duda. La crisis financiera mundial puede haber representado un punto de inflexión para muchos votantes: su gobierno salvó a los banqueros ricos que habían llevado a EE.UU. al borde de la ruina, mientras que, aparentemente, no hizo casi nada por favorecer a los millones de estadounidenses comunes y corrientes que perdieron sus empleos y viviendas. El sistema no sólo produjo resultados injustos, sino que parecía estar amañado para producir dichos resultados injustos.
El apoyo que recibe Trump se basa, al menos en parte, en la ira generalizada derivada de que la pérdida de confianza en el gobierno. Sin embargo, las políticas propuestas por Trump harían que una mala situación se vaya a tornar en una mucho peor. Sin duda, otra dosis de economía del goteo del tipo que él promete, con reducciones de impuestos destinadas casi en su totalidad a las corporaciones y a los estadounidenses ricos, produciría resultados que no serían nada mejores que los obtenidos la última vez que se intentó aplicar tales medidas.
De hecho, el lanzamiento de una guerra comercial con China, México, y otros socios comerciales de Estados Unidos, tal como promete Trump, haría que todos los estadounidenses se empobrezcan más y crearía nuevos obstáculos a la cooperación mundial necesaria para hacer frente a problemas mundiales de importancia crítica, como ser el Estado Islámico, el terrorismo mundial, y el cambio climático. Usar dinero que podría ser invertido en tecnología, educación o infraestructura para construir un muro entre EE.UU. y México es un doblete en términos de desperdicio de recursos.
Hay dos mensajes que las elites políticas estadounidenses deben escuchar. Las simplistas teorías neoliberales y de fundamentalismo de mercado que han dado forma a muchas de las políticas económicas durante las últimas cuatro décadas son gravemente desorientadoras, ya que el crecimiento del PIB al que conducen llega a precio de una desmesurada elevación de la desigualdad. La economía del goteo no funcionó y no funcionará. Los mercados no existen en un vacío. La “revolución” Thatcher-Reagan, que reescribió las reglas y reestructuró los mercados en beneficio de aquellos en la parte superior de la distribución de ingresos, tuvo mucho éxito en cuanto a aumentar la desigualdad, pero fracasó completamente en su misión de aumentar el crecimiento.
Esto nos lleva al segundo mensaje: una vez más tenemos que reescribir las reglas de la economía; esta vez para cerciorarnos de que los ciudadanos comunes y corrientes se beneficien. Los políticos en EE.UU. y en el resto del mundo, que ignoran esta lección deberán ser responsabilizados. El cambio implica un riesgo. Sin embargo, el fenómeno Trump – y una cantidad no despreciable de fenómenos políticos similares en Europa – han puesto de manifiesto los riesgos muy superiores que conlleva no prestar atención a este mensaje: sociedades divididas, democracias socavadas y economías debilitadas.
Esta columna esta fechada el 14 de octubre pasado y seguramente JS ya habrá publicado alguna otra en que explica por qué Trump ganó. La mejor muestra que la columna no dice nada es que los dos párrafos finales JS los ha estado repitiendo por más de 20 años. El primero de estos dos párrafos es muestra de que JS jamás tendrá en cuenta evidencia que pueda contradecir su repetido monólogo sobre neoliberales y fundamentalistas del mercado. El segundo deja para otra ocasión qué tipo de reglas JS propone, pero ya las conocemos porque las promovió en Venezuela, Argentina y otros paraísos cuando la situación externa les era favorables (luego desapareció).
Ayer Stiglitz colgó su columna post-elección
https://www.project-syndicate.org/commentary/trump-agenda-america-economy-by-joseph-e–stiglitz-2016-11
donde una vez más repite sus ideas básicas, esas que no ha cambiado por 20 años. La diferencia está en que elabora sus propuestas para cambiar las reglas, propuestas que en realidad no son cambios de reglas sino de más gasto público sin tomar en cuenta la abundante evidencia de corrupción grotesca en los programas federales y también de nuevas nuevas obligaciones legales a las empresas para que se cumplan los sueños de Joe. Por supuesto, todo adornado con ataques a Trump y los republicanos sin decir que fracasó como asesor de Hillary. No deja de ser gracioso que su única referencia en apoyo de sus afirmaciones sea a un brief del CEA que habla del poder monopsónico de las empresas en los mercados de trabajo lo que justificaría imponer salarios mínimos más altos, ignorando las críticas a ese brief por grotesco.
En oposición a Stiglitz y otros, en su columna de hoy
https://www.bloomberg.com/view/articles/2016-11-14/the-trouble-with-trump-s-infrastructure-plan
Tyler Cowen cuestiona la conveniencia del mayor gasto público en infraestructura que Trump propondría. La columna se centra primero en por qué el efecto multiplicador de ese mayor gasto sería bajo y segundo en la comedia de enredos políticos que generaría Trump si hiciera esa propuesta. Olvidemos lo segundo, y revisemos lo primero porque permite entender el fracaso del análisis macroeconómico: si uno limita el análisis al efecto multiplicador en la «demanda agregada», se puede apostar de que sería negativo. Tyler insinúa de que el efecto sería bajo porque la economía está operando cerca del pleno empleo y si uno extiende el plazo del análisis para incluir el pago de la deuda incurrida para financiar el mayor gasto hoy entonces en el algún momento el efecto sería negativo. Para apoyar su segundo punto, Tyler introduce el programa de estímulo de Obama en 2009 (programa que sí fue apoyado por el Partido Republicano) y nos dice que su evaluación se ha centrado en los efectos durante los primeros años y ha ignorado que la mayor deuda todavía debe pagarse. Pero Tyler se equivoca sobre el programa de estímulo porque si bien en las cuentas nacionales sí se registró un mayor gasto público en bienes y servicios (una cuestión contable), en realidad ese aumento fue mucho menor porque debió haberse contabilizado como transferencia –peor, yo apostaría que casi todo el mayor gasto debió contabilizarse como transferencia*. En otras palabras, la experiencia del programa de estímulo es irrelevante a lo que podría proponer Trump ya que su propósito sería invertir seriamente en infraestructura (ver por ejemplo este post de A. Tabarrox http://marginalrevolution.com/marginalrevolution/2016/11/making-america-great.html en el blog que Alex tiene con Tyler Cowen y que colgó hoy temprano), lo que tendría un efecto futuro sobre la «oferta agregada» cualquiera haya sido su efecto multiplicador sobre la «demanda agregada» en cualquier plazo.
*Si el gasto fue efectivamente una transferencia entre familias, uno tendría que suponer diferencias en la propensión marginal a consumir entre los dos grupos de familias, algo que raramente se hace porque no se puede identificar a los dos grupos. En todo caso, si uno toma en cuenta el costo económico de las transferencias, lo más probable es que el efecto sobre la «demanda agregada» sea negativo.