Por Jesús Fernández-Villaverde. Publicada en Nada es Gratis el 26 de junio de 2016.
El jueves por la mañana (hora de Estados Unidos) hablaba con un amigo y coautor, que me preguntó mi predicción sobre el referéndum en el Reino Unido. 53% de votos quedarse, 47% de votos irse, le dije. Unas 12 horas después quedó claro que me había equivocado de pleno. Quizás muchos de los votantes que se inclinaban por irse de la Unión, temerosos de verse asociados con una campaña que a menudo había dejado atrás el buen gusto, no dijeron la verdad a los encuestadores. Quizás los estadísticos no se creyeron sus propios modelos y los “corrigieron” subjetivamente (este artículo de The Economist no puede ser más interesante para todos aquellos que trabajamos a diario con modelos [1]). O quizás, sencillamente, predecir es difícil: la diferencia entre mi 53% y el resultado final (48.1%) es cinco puntos porcentuales cortos y en otras situaciones menos polarizadas no habría acarreado mayor relevancia. ¿Qué importancia tendría predecir un voto a favor de una propuesta popular del 70% que luego resulta ser “solo” el 65%?
Pero cualquiera de estas tres explicaciones son una excusa endeble para mi error. Uno debe de tomarse mucho más en serio esta lección de la dificultad de la predicción y aplicarlas a cualquier esfuerzo de atisbar las consecuencias del resultado del referéndum. El mundo es un sistema complejo, sometido a continuos choques desde mil direcciones y donde las interacciones entre los distintos actores llevan a resultados que, hoy por hoy, nadie pueda siquiera imaginar.
Esta dificultad en la predicción era un argumento contundente, ex ante, para haber sido cauto en el referéndum. Disolver una unión que ha durado muchos años abre la puerta a muchas cosas y uno solo debe inclinarse por esa opción después de la mayor consideración posible. Por mucho que una situación nos parezca insatisfactoria, los cambios no siempre han de ser a mejor y, además, han de compensar los costes de la transición. Este es, por ejemplo, mi argumento de porque no quiero romper el Euro. Aunque ya ha quedado claro que crear el Euro ha sido el mayor error de política económica desde 1945 y que las élites político-económicas europeas se lanzaron a este proyecto basándose más en ilusiones imaginadas que en una sobria evaluación de las circunstancias, saltar al vacío de su disolución acarrea más preocupaciones que horizontes de esperanza.
Pero a la vez, el reverso de este Burkeano argumento de moderado respecto de las instituciones existentes nos sugiere que, ex post, nos queda a todos un suficiente remanente de contingencia para afrontar los nuevos retos de la manera más sensata posible y que algunas visiones catastrofistas que se han apuntado en los últimos días pueden ser más fruto de la lógica sorpresa que de un análisis detallado.
Dos Elementos
El primer elemento a recordar es que el votante mediano del Reino Unido y el votante mediano del resto de la Unión tienen visiones muy diferentes sobre cómo organizar sus economías y sobre el grado de cesión de soberanía a instituciones comunes. El votante mediano británico confía más en el mercado, quiere menos redistribución y más control directo de sus políticos que el votante mediano europeo. Esto se ve tanto en el tinte de sus partidos como en la observación que el Reino Unido vota en minoría en el Consejo de Ministros de la Unión con más frecuencia que ningún otro país. Muchos de los votantes de “Remain” lo hicieron solo por las promesas de una relación con la Unión Europea más liviana y preocupados por la incertidumbre de una salida que motivados por un europeísmo convencido. Si el Reino Unido no hubiera pertenecido a la Unión Europea el jueves, un hipotético referéndum de adhesión y adopción del Euro no habría probablemente conseguido llegar al tercio de los votos positivos. Compaginar estas dos visiones, la británica y la continental, ha sido una ardua tarea a la que no nos veremos obligados en el futuro. Esto puede llevar a políticas más coherentes en ambos lados del canal. Si el objetivo de una democracia es que las políticas adoptadas sean reflejo de los deseos de los votantes, tal desenlace ha de ser bienvenido.
El segundo elemento que me gustaría resaltar es que las consecuencias, positivas o negativas, de la salida del Reino Unido de la Unión para los británicos dependerán, en buena medida, de sus propias decisiones de política económica y no de la salida en si misma o de la respuesta de la Unión.
Existen cinco áreas en las que podemos evaluar esta idea: comercio, finanzas, inmigración (y en general las relaciones intrapersonales), productividad y estructura constitucional (básicamente, el encaje de Escocia en el Reino Unido).
Queda fuera de mi alcance (ni en tiempo ni en capacidad) un estudio detallado de cada una de estas áreas. Así que esbozaré algunos trazos del razonamiento de manera somera y, enfatizando, tanto el alto nivel de incertidumbre como el carácter de conjetura del mismo. Hoy comenzaré con el comercio y seguiré, en otras entregas, lanzando algunas ideas sobre los otras áreas.
El Comercio
¿Cuál serán los efectos sobre el comercio británico de su salida de la Unión? Para pensar en este aspecto, creo que es importante considerar tres factores.
Primer factor: la economía británica siempre ha estado relativamente más orientada a terceros países que a Europa que la de otros miembros de la Unión. En 2015, el Reino Unido exportó bienes por un valor de 171,544 millones de libras fuera de la Unión y 133,365 dentro de la Unión (hablaré en más detalle sobre exportaciones de servicios al tratar las finanzas; creo que es más claro hacerlo así). Y este prominencia de las exportaciones extra-europeas crece. Desde 2008 (el año en el que empiezan los datos en esta tabla; pero una mirada rápida a otros datos sugieren que probablemente sea cierto desde hace más tiempo aunque uno siempre tiene que ser cuidadoso con los tipos de cambio y su evolución), el porcentaje de exportaciones a terceros países ha pasado de un 45% a un 56%. Este incremento, debido a muchos factores (desde la anemia económica de la Eurozona al crecimiento de Asia), devuelve al Reino Unido a lo que eran sus patrones de exportaciones antes de su adhesión a las por aquel entonces Comunidades Europeas.
Después de Brexit, el Reino Unido tendrá que negociar acuerdos de comercio con estos terceros países (al menos que prefiera las reglas generales por defecto de la OMC) pero los mismos pueden regirse por principios de libertad comercial más generosos de los que el resto de la Unión estaría dispuesto a aceptar. Por ejemplo, el principal mercado de exportación del Reino Unido es Estados Unidos. Un escollo para los acuerdos de Europa con Estados Unidos es la “excepción cultural” tan querida por los Franceses, pero que los Británicos pensarán mucho menos importante. O, en el caso de India, un posible mercado con gran potencial para los Británicos por sus lazos históricos, el Reino Unido puede moverse de manera mucho más rápida que la Unión Europea, que ha sido bastante poco entusiasta en este aspecto.
Segundo factor: el Reino Unido importa mucho más del resto de la Unión que lo que exporta. En 2015, importó 218,667 millones de libras y exportó 133,365. Un ejemplo claro es el comercio con Alemania: 60,679 millones de importaciones y 30,352 millones de exportaciones. Al final del día, una reducción dramática de este nivel de intercambios puede ser más perjudicial para Alemania y sus socios que para el Reino Unido y llevar a que, después de muchos poses de cara, la Unión termine aceptando un acuerdo comercial con el Reino Unido beneficioso para ambas partes. Incluso si este acuerdo no fructifica, recordemos, la Unión tendrá que seguir obedeciendo las reglas de la OMC.
Tercer factor: el Reino Unido puede siempre, de manera unilateral, adoptar una política comercial muy liberal. Mucha de la discusión diaria sobre los aranceles y otras barreras comerciales parte de una falacia mercantilista: “bajamos nuestros aranceles como pago para que tu bajes los tuyos; pero en realidad nos gustaría dejarlos altos”. No. Las barreras comerciales son malas para uno mismo (bueno, este razonamiento requiere un par de matizaciones pero para una pequeña economía abierta es básicamente cierto el 99% de las veces). El desarme arancelario unilateral es solo una mala idea porque te hace perder un instrumento de negociación con terceros países y para enfrentar a los grupos de presión en tu país los unos con los otros (fustigas a los perjudicados con las nuevas importaciones después de un acuerdo con los ganadores de las nuevas exportaciones). Pero si no fuera por estas meras consideraciones de política económica, lo óptimo sería un desarme unilateral. Si otros países quieren poner aranceles en sus importaciones, tanto peor para ellos.
Partiendo de estos tres factores, me inclinaría por sugerir que el escenario más probable en el largo plazo es:
1) El Reino Unido establece acuerdos comerciales de libre comercio con Estados Unidos, Canada, Australia, India y otros países.
2) El Reino Unido estable un acuerdo de comercio de modus vivendi con la Unión Europea que reduce los efectos negativos sobre el nivel de intercambios comerciales a una cifra manejable.
3) El Reino Unido sesga sus exportaciones mucho más hacia terceros países (aproximadamente un 70% versus el nivel actual de un 56%).
4) Dados los problemas estructurales de la Eurozona (demografía, nulo crecimiento de la productividad, Euro), tal sesgo es positivo en el largo plazo.
Es decir, que en 10-15 años, las relaciones comerciales del Reino Unido puede que sean más favorables para los intereses británicos que las relaciones actuales. Por supuesto mi predicción está sujeta a un nivel de incertidumbre tremendo:
1) ¿Serán estos beneficios en el largo plazo mayores que los costes de transición?
2) ¿Crearán los cambios provocados por Brexit una coalición ganadora en el Reino Unido que impida los acuerdos de libre comercio a los que me refería anteriormente?
3) ¿Crearán los cambios provocados por Brexit coaliciones ganadoras en terceros países que impidan los acuerdos de libre comercio a los que me refería anteriormente?
4) En ningún momento he empleado un modelo moderno de comercio internacional para evaluar estos factores de manera cuantitativa y rigurosa. Todos los juicios han sido “a ojo de buen cubero”.
Pero, y a riesgo de respetuosamente disentir con lo que es el consenso casi abrumador de los políticos, de los medios de comunicación en España y otros creadores de opinión y, me temo, de muchos de mis compañeros economistas, al menos desde el punto de vista del comercio internacional, el argumento a favor de “Remain” para un británico era mucho más ambiguo de lo que pudiese parecer.
Por supuesto, quedan muchas otras dimensiones del problema en el tintero a las que volveré en cuanto pueda, pero para una entrada en el blog, 1,800 palabras aconsejan una pausa.
1. Este párrafo del artículo, ex post, es tremendo: After repeating this exercise for every counting area and adding up the results, we concluded that this method was probably systematically under-representing “remain” supporters. It suggested that “leave” would win the referendum comfortably—precisely the opposite conclusion from the one reached by betting markets, which see “remain” as the overwhelming favourite. To bring our estimates in line with the wisdom of crowds—if you think you’re smarter than a prediction market, think again—we simply reduced the projected “leave” share by the same amount in every counting area, so that our national forecast matched the bookmakers’ expectation of 54.8% for “remain”.
[…] En una entrada anterior comenzaba un rápido repaso de los posibles efectos de Brexit hablando sobr…el comercio de bienes. Mi conclusión preliminar fue que, mientras que es más que probable que haya costes de transición considerables, la estructura de exportaciones del Reino Unido sugería que existía un escenario con una probabilidad razonable en el que en el medio/largo plazo, los británicos terminan en una situación más favorable para ellos. […]