Muchos imaginaban hasta hace un par de meses una transición más o menos tranquila en este final del mandato. Sin embargo, estamos enfrentando una combinación de problemas realmente complejos, tanto externos como internos, con los que tendremos que convivir por más de un año en el que, casi con seguridad, ninguno de ellos habrá de resolverse. Por el contrario, todo indica que podrían agravarse, y de manera significativa. El gobierno nacional pareciera haber hecho de la necesidad, virtud: lejos de intentar resolver los principales problemas de la agenda ciudadana (inseguridad, inflación, desempleo, corrupción), ha preferido profundizarlos, ignorarlos, en algunos casos administrarlos, con la hipótesis de que políticamente puede ser más beneficioso. Para la Presidenta, obviamente no para el país.
¿Decidió Cristina que el próximo gobierno arregle con los holdouts, o en efecto volverá a negociar en enero cuando caduque la ya célebre cláusula RUFO? Esta pregunta es realmente crítica y nadie puede contestarla en base a información seria e incontrastable. Hay indicios y versiones en ambos sentidos, y el propio gobierno actúa de manera improvisada y contradictoria. Es muy probable que el gobierno haya decidido “esperar y ver”, postergando una determinación clara al respecto, para evaluar el impacto que esta peculiar situación de default tiene tanto en términos de la economía interna como del poder político y la popularidad que retendría la Presidenta.
Predominan los pronósticos desalentadores, pero nadie puede estimar con precisión cómo evolucionará una economía plagada de desequilibrios y en manos de un ministro, Axel Kicillof, que suma tanto poder como enemigos dentro del gabinete. ¿Habrá otro salto devaluatorio, como en el enero pasado? ¿Implicará esto otra escalada inflacionaria? ¿Qué riesgos efectivos existen de una crisis de gobernabilidad? Las expectativas económicas se han deteriorado notablemente en el último año, a pesar de cierta recuperación reciente, como sugiere el Indice de Confianza del Consumidor que elabora el Centro de Investigaciones Financieras de la Universidad Torcuato Di Tella (http://www.utdt.edu/ver_contenido.php?id_contenido=2573&id_item_menu=4985).
Curiosamente, en este contexto tan angustiante y singular, Cristina viene logrando mantener la iniciativa política a pesar de haber perdido las elecciones del año pasado y de carecer de un candidato competitivo para las presidenciales del 2015. ¿Se trata de un fenómeno permanente o transitorio? Para un gobierno que sólo mira el cortísimo plazo, que carece en absoluto de visión estratégica, resulta tentador aprovechar la oportunidad de manejar la agenda política y mediática que brinda la crisis, incluyendo la posibilidad de incomodar a los candidatos de la oposición con discursos nacionalistas, aunque sean de barricada. Esto explica la forzada y artificial polarización que caracteriza el debate en torno a los holdouts (“patria o buitres”), una réplica post moderna y ornitológica del clásico Braden o Perón.
Lo cierto es que si en efecto no hay una solución hasta el 2016 (por lo menos), nos encaminamos no sólo a una transición muy larga y compleja, con crecientes riesgos de inestabilidad económica y política y fuertes tensiones sociales en materia de seguridad ciudadana. También, esto complicará el inicio del próximo gobierno, que tendrá que reconstruir tanto la paz social como los vitales vínculos con el sistema financiero internacional.
¿Es eso lo que prefiere la Presidenta? ¿Complicarle tanto el panorama al próximo presidente, aún corriendo el riesgo de complicárselo tanto o más a ella misma?
Aunque cueste creerlo, el gobierno tiene aún suficiente margen de maniobra como para en cualquier momento retomar la senda de la moderación y el pragmatismo que caracterizó su accionar entre agosto del 2013 y comienzos de junio del 2014 (desde la derrota en las primarias y hasta que la Corte Suprema de los EEUU decidiera no revisar, y de ese modo ratificar, el fallo del juez Griesa). Vale decir, Cristina puede revertir cuando le plazca la estrategia de radicalización e instrumentar un paquete de estabilización que facilite el final de este mandato y simplifique el legado que recibirá el próximo presidente.
¿Perdería así capital político y simbólico? ¿O bien, al evitar una agudización de la crisis económica, en verdad incrementaría su influencia más allá del 2015? Por ahora ella parece creer que cuanto más se complique la crisis de la deuda, más poder político estaría en condiciones de retener.
Sin embargo, para pensar esos interrogantes, resulta fundamental tener en cuenta el creciente deterioro de la situación económica (alta inflación, caída de la actividad y del salario real, fuga de divisas, incremento de la brecha entre el dólar oficial y el paralelo, creciente desempleo). Sobre todo, por los múltiples problemas políticos que ya enfrenta el gobierno. Por un lado, se está complicando rápidamente la crisis fiscal, fundamentalmente en las provincias y municipios que no pueden recurrir a la emisión monetaria ni a nueva deuda, como consecuencia del default. Por eso, vuelve a ganar terreno entre algunos gobernadores la alternativa de las cuasi monedas, al menos como instrumento de negociación con un Poder Ejecutivo muy aislado, casi autista, empeñado en ignorar sus reclamos.
Por otro lado, crecen la conflictividad sindical y los síntomas de deterioro en los sectores más vulnerables. Aquí la gran duda consiste en si habrá en efecto un ola de protestas (relativamente espontáneas, como las que caracterizaron los cacerolazos de septiembre y noviembre del 2012, y de abril del 2013). Cabe señalar que se viene observando últimamente en la Argentina, así como en otros países de la región, una cierta tendencia a la movilización por parte de los sectores medios, motivados por la incapacidad del Estado en brindar bienes públicos esenciales (seguridad, educación, transporte). Las demandas de los sectores populares parecen canalizarse de otro modo, ya que uno de los focos del gasto público y de otras políticas de ingreso tuvieron como objetivo justamente esos sectores.
En el caso argentino, la dinámica de alta inflación está afectando particularmente a los sectores populares y, gradualmente, también a la heterogénea clase media. No obstante ello, el movimiento obrero experimenta cierta dispersión: muchos sectores están preocupados por el sostenimiento de las fuentes de trabajo, mientras otros (sobre todo en el sector público) pujan por una recomposición salarial.
Como resultado de ambos procesos, la crisis fiscal y del empleo, cruje y se agrieta la coalición del gobierno, sometida a un gradual pero constante proceso de deterioro, fragmentación y fuga de liderazgo, en general hacia opciones electorales más competitivas. Esto se profundizó en las últimas semanas, con casos como el de Alberto Weretilneck, gobernador de Río Negro, y Gustavo Bevilacqua, intendente de Bahía Blanca, que oficializaron sus pases el Frente Renovador. También, se viene alejando del oficialismo, lenta pero inexorablemente, el candidato más votado en las elecciones del año pasado, Martín Insaurralde. Se trata del principal candidato a gobernador en la Provincia de Buenos Aires, que también coquetea con Sergio Massa. Por su parte, Carolina Scocco, ex rectora de la Universidad Nacional de Córdoba, abandonó su banca de diputada para regresar a la vida académica. Fue la segunda candidata más votada del FPV. Un proyecto político con potencial de retener el poder no perdería tan importantes integrantes. Este ciclo está agotándose, y se corre el riesgo, de persistir esta dinámica de radicalización, de que el ritmo de deterioro no sea lineal y pueda en algún momento acelerarse.
A pesar de todo, es cierto que Cristina retiene por ahora el centro del ring y bastante capacidad de disciplinamiento y disuasión. En este sentido, un test central será el derrotero que pueda tener el nuevo proyecto de ley de hidrocarburos, impulsada por Miguel Galuccio, el titular de YPF, auspiciada por el Poder Ejecutivo nacional, pero que cuenta con el total rechazo de las provincias petroleras. Eso ha causado una tensión adicional dentro de las filas del kirchnerismo y sus aliados, pues involucra casos como los de Mendoza, Neuquén, Chubut y Tierra del Fuego, que han sido fieles aliadas del gobierno. Hay gran expectativa para ver cómo votarán los diputados y senadores de esos distritos en las próximas sesiones.
En este contexto, muchos se preguntan por qué la oposición no logra capitalizar los errores del gobierno. Más aún, tampoco puede coordinar de forma más efectiva sus estrategias en el Congreso, por ejemplo (pero no sólo) en el caso de las leyes de abastecimiento y de cambio de jurisdicción para el pago de la deuda. En general, se nota cierta pereza para involucrarse en el debate de la coyuntura, y cierta incomodidad para abordar la agenda que impone, unilateralmente, el gobierno nacional.
La respuesta puede parecer simplista, casi banal, pero pone de manifiesto la notable fragilidad del entorno político argentino: los potenciales candidatos presidenciales, sobre todo los que tienen mayores chances de ganar en el 2015, necesitan focalizar casi todas sus energías en sus respectivas campañas. Y como los partidos políticos brillan con sellos de goma, meras cáscaras vacías y sin estructura, se trata fundamentalmente de esfuerzos individuales.
Esto implica viajes constantes para extender la red de apoyos a nivel territorial; apariciones mediáticas para no perder instalación; esfuerzos permanentes para conseguir fondos. Muchos de los candidatos tienen, además, responsabilidades de gestión, y sus resultados son observados por la opinión pública y serán clave en el transcurso de la campaña.
El avance del calendario reducirá, inexorable, el número de competidores: a todos les espera un áspero y darwiniano proceso de “selección natural”, mucho antes de las PASO (las primarias abiertas, simultáneas y obligatorias) que se realizarán en agosto del 2015. Sólo quedarán los más fuertes, los que logren sobrevivir en este entorno volátil e incierto. Será una campaña larga, cara y muy dura. Las tendencias actuales poco sirven para imaginar la dinámica de un proceso político en el que abundarán los sobresaltos.
Una versión preliminar y más acotada de este artículo se publicará en La Gaceta de Tucumán, el 25 de agosto de 2014.
Muy buen análisis. Solo una observación respecto de la metáfora darwinista. No se trata de la supervivencia de los mas fuertes, sino de los que resulten mejor adaptados. Lo cual cambia creo el sentido de lo que se indica al final: no se trataría de ser fuertes frente a la alta incertidumbre y volatilidad, sino de desarrollar la alternativa que se adapte mejor a ese entorno.
Buen punto, totalmente de acuerdo. Muchas gracias por el comentario!