Hace unos quice años fuí a Perú y luego de obervar distintos barrios de Lima, me quedé con la clara impresión de que la distribución de ingresos era mucho peor que en Chile. Sin embargo las cifras indicaban lo contrario. Pregunté un poco a personas que sabían más que yo del tema y me dijeron que podía estar en lo cierto, por dos motivos.
Primero, porque en Chile se hacían ajustes a las encuestas que se usan para determinar la distribución de ingreso, de manera de eliminar las diferencias con los estudios de las cuentas nacionales. Se supone que las personas subdeclaran algunos tipos de ingreso en las encuestas, en particular las personas de más altos ingresos, que omiten parte de los ingresos provenientes del capital. Lo que se hace es agregar al ingreso del 20% superior un monto que hace que su ingreso proveniente del capital coincida con el de las cuentas nacionales.
Segundo, porque en países de ingresos muy concentrados, gran parte de la riqueza y los ingresos se concentra en unas pocas familias, y es casi imposible que una encuesta representativa los considere (porque son tan pocos que nunca son encuestados). Por lo tanto –y este es un efecto distinto del anterior– una parte importante del ingreso del capital que va a esas familias se distribuye por el ajuste entre el 20% superior de ingresos, y como ese ajuste no se hace en todos los países (que tampoco encuestan a los ultraricos) el ajuste empeora artificialmente el ranking de distribución de ingresos en Chile. Perú es el único otro país de América Latina que hace ese ajuste, pero como el ajuste es inconsistente por la truncación anterior, puede dar resultados erráticos.
En el último número de Cuadernos de Economía, David Bravo y José Valderrama demuestran la validez de las hipótesis anteriores. Entre paréntesis, es un número útil para aquellos a los que les interesan temas de distribución de ingreso.
Es interesante constatar que contra lo que creen muchas personas, la distribución del ingreso en Chile no es la peor del mundo. Incluso con los ajustes que hace la CEPAL a los datos de Chile (y que empeoran su distribución del ingreso en relación al resto de los países), diez países de América Latina tenían peor distribución del ingreso en 2007, como se muestra en la figura. Esto no significa que la distribución de ingresos en Chile sea buena, sino que los críticos al sistema deberían revisar sus cifras antes de usarlas para descalificar con tanta soltura el modelo económico chileno.
Lo que muestran Bravo y Valderrama es que los ajustes que hace CEPAL a los datos de CASEN reducen el ingreso de los primeros centiles (los más pobres) y aumentan el ingreso de los últimos centiles, acentuando las desigualdades así como las cifras de pobreza. Bravo y Valderrama intentan deshacer los ajustes de CEPAL para hacer comparables las distribuciones de ingreso entre Chile y el resto de los países. Luego de reconstruir las cifras originales, Chile queda entre los países con mejor distribución de ingreso del continente, solo superado por Costa Rica y Venezuela (por algún motivo los autores no incluyen a Uruguay, que tiene una buena distribución del ingreso).
Los autores no ponen en duda la necesidad de realizar ajustes a las mediciones de desigualdad de ingresos, pero sostienen que la forma que se hace es errada (porque se asigna ingreso de los ultrarricos al 20% superior), y que peor aún, no se puede usar para comparar con países en los que no se hace este ajuste. Tienen razón.
En otro artículo, Sanhueza y Mayer estudian la proporción del ingreso recibido por los estratos de altos ingresos a lo largo del tiempo. Para ello usan los datos de la encuesta de desempleo de la Universidad de Chile, que se hace anualmente desde el año 1957 con una metodología estable en el tiempo. Como la encuesta no estaba diseñada para estudiar la distribución de los ingresos, creo que no es la mejor manera de medir esta variable, pero tiene la ventaja de la comparabilidad a través del tiempo, por mucho que cada medición individual del ingreso en si misma sea incorrecta desde un punto de vista técnico. Tal vez lo más interesante del trabajo se puede resumir en la siguiente figura que muestra el porcentaje del ingreso que reciben los distintos segmentos de la parte alta de la distribución de ingresos: el decil 90-99, el veintil 95-99 y el centil 99:
Primero, se observa un claro aumento en el porcentaje del ingreso nacional del centil 99 a partir del año 1981, aunque cae en los últimos cuatro años a cifras similares a las de medio siglo antes. Después de 1981 pasa de un 7% (a simple vista) a un 9%. El decil 90-99 se comporta en forma similar, pero el ingreso del veintil 95-99 se mantiene relativamente constante entre 1957 y 1997, cayendo posteriormente. Vale la pena, por razones históricas, obseervar lo que pasó durante la gran crisis de 1968-1975. El decil 90-99 y el centil 99 sufren una fuerte caída en su participación relativa, pero que no hay efectos claros en el veintil 95-99. El extraño comportamiento del veintil 95-99 muestra problemas en la encuesta. En algunos años el ingreso del centil 99 es mayor o casi igual al del veintil 95-99, lo cual es imposible. En todo caso, el trabajo es valioso y cubre otros aspectos de la distribución del ingreso, que merecen más tiempo del que puedo dedicarles.
Por último, se debe señalar que los autores de distintos trabajos critican a CEPAL por no permtir el acceso a datos de la CASEN sin los ajustes a las cuentas nacionales. Es una crítica razonable, porque es inaceptable que los centros de estudio de preserven celosamente datos producidos con platas del gobierno, como si fueran de su propiedad –lo cual también se aplica al Centro de Microdatos de David Bravo–.
Ronald, super interesante y esclarecedor!