No es la economía, por ahora

La caída de aprobación del gobierno rápidamente llevó a buscar responsables. Más allá de las metidas de pata de algunos ministros, unas pocas pistas sugirieron un chivo expiatorio: la economía.

Un leve aumento de la tasa de desempleo en junio, salarios que crecen poco y el cierre de algunas empresas encendieron las alarmas.

Se comenzó a dudar de la capacidad del gobierno para alcanzar los prometidos a tiempos mejoresa.

Pienso que las dudas sobre el desempeño actual de la economía son incorrectas. Ésta va bien. Se necesita más paciencia y perseverancia, y menos autobombo.

Sin embargo, existe una creciente aprensión de la élite acerca de la capacidad del gobierno para implementar su agenda económica. También hay dudas sobre su calibre.

Y eso sí es serio, pues influirá en lo que pasará con la economía en uno o dos años.

 

¿Economía debil?

La economía crece hoy a tasas más que razonables.

Si nos abstraemos de la volatilidad de corto plazo que genera la minería y sus inexplicables huelgas, se aprecia un crecimiento robusto. Sin efectos calendario, el imacec no minero creció 5% en 12 meses en cada uno de los tres útimos meses. Creció en torno a 1% en 2016.

La aceleración de la actividad (sin minería) ocurrió el tercer trimestre del año pasado, cuando se expandió 6,4% anualizado si se compara la actividad de los tres meses inmediatamente anteriores (en vez de un año atrás). Desde ese momento, y mirado con esta lupa, hay una desaceleración muy leve, lo que augura un crecimiento de 4% este año.

Es cierto que los indicadores de confianza han disminuido recientemente, pero se mantienen muy elevados en perspectiva histórica, especialmente el empresarial.

Los componentes prospectivos de esta encuesta, que se correlacionan con la actividad de los próximos trimestres, han caído algo, pero desde niveles nunca antes vistos. Si se mantuviera en el nivel actual podríamos ver un buen crecimiento en 2019.

Varios otros indicadores que se adelantan al crecimiento, también corroboran el buen momento.

Los salarios, mA?s rezagados, pueden reflejar los efectos de la masiva inmigración de los últimos años y cierta automatización. Y si bien la tasa de desempleo de los primeros tres meses completos de este gobierno fue la mayor en siete años, el aumento es muy pequeño para tener significado macroeconómico.

En fin, es raro hablar de desaliento si las proyecciones de los analistas invariablemente se han corregido al alza en los últimos meses.

El precio de los activos es un termómetro que mira las perspectivas de mediano plazo. Y aunque la economía va bien, la bolsa chilena no. Ha rentado en torno a 4% menos que el promedio de mercados emergentes (EM) en lo que va del año (en dólares, anualizado).

Como referencia, en los últimos 10 años, el precio de los activos de Chile subió 2,5% promedio anual por encima de los EM. En 2016 y 2017, Chile rentó 4,7 y 5,4% más que este comparador, respectivamente.

La inversión, por su parte, está creciendo, pero muy por debajo de los rebotes cíclicos vistos en el pasado. Quizás es un tema de rezagos o de tiempo para que los esfuerzos para destrabarla den frutos. Pero es bueno reconocer que es la pata coja de este ciclo, y puede reflejar dudas sobre el mediano plazo.

También generan inseguridad las reacciones poco certeras del gobierno a las noticias de la guerra comercial. Un día fue un riesgo importante, que llevó al equipo económico en pleno a reunirse. Pocos días después, el tema desapareció. Luego fue la caída del precio del cobre lo que revestía cierta complejidad. Y al poco tiempo, dejó de serlo.

 

La agenda y el difícil equilibrio

En julio pasado y hasta el 15 de agosto, Chile se dotó de nueve leyes nuevas: (i) ministerio de ciencias; (ii) postergación de una parte del sistema de selección escolar; (iii) disminución del límite de velocidad urbana; (iv) prohibición de la entrega de bolsas plásticas en el comercio. Las otras cinco leyes establecieron días para diversos propósitos, incluyendo el día del cuequero y la cuequera.

Afortunadamente, los proyectos de ley firmados en las últimas semanas, sobre el teletrabajo y la modernización del sistema de evaluación ambiental, son más promisorios para el crecimiento. También son valiosos los proyectos para el Consejo Fiscal Asesor y las iniciativas de productividad. Se espera con ansias el envío del proyecto sobre la modernización tributaria. Si se aprueba será, sin duda, un avance, a pesar de la temprana capitulación sobre el impuesto corporativo.

Sin embargo, esta agenda compite con otras y es difícil saber cuál es la prioritaria. La idea de protección a la clase media cuesta plata y no es neutra en potenciales distorsiones. Lo mismo con algunas agendas sectoriales.

Ejemplos de lo anterior son el aumento de la cotización para financiar la sala cuna universal; la prohibición de las bolsas plásticas; la sorprendente solicitud de no cobrar distinto en los créditos a personas mayores (¿alguien ha hecho un seguimiento de esto?); un complejo proyecto de ley de pesca; el congelamiento del espectro 3.5G que la industria estima expropiatorio; y una arriesgada indexación a la inflación pasada del salario mínimo (¿pedirá lo mismo la ANEF?), entre otros.

En el fondo, se percibe cierta falta de gravitas de la agenda económica si el foco es de verdad el crecimiento. Es lo que probablemente explica el fastidio de algunos analistas y empresarios.

 

Capacidad política

Aún suponiendo que la agenda sea suficiente para levantar nuestro potencial, también existe el riesgo de que no se implemente.

Se argumenta que el gobierno no tiene la mayoría suficiente en el Congreso, pero la verdad es que, con excepción del gobierno pasado, esa siempre ha sido la situación desde 1990.

Lo que parece faltar es otra cosa: muñeca política. Esa que tuvieron los gabinetes de la Concertación a partir del ejemplo del Presidente Aylwin.

Para muestra un botín: Hay dos maneras opuestas para enfrentar la discusión pública y movilizar una agenda legislativa sin contar con mayoría. Una manera es participar en todos los debates, no dejar fierro caliente sin tomar, tratar de ganar todas y cada una de las discusiones y, ojalá, dando cátedra.

Por ejemplo, ¿cómo se puede celebrar con bombos y platillos, como éxito propio, la última disminución de la tasa de desempleo en Santiago que mide la Universidad de Chile y, sin embargo, al mismo tiempo, echarle la culpa al gobierno anterior por el (leve) aumento de la tasa de desempleo reportada por el INE unos pocos días después?

O, ¿para qué enredarse en un debate con las clasificadoras de riesgo, con una explicación que contradeía una decisión soberana de ellas y explicada por escrito (más allá de quién tenga la razón en el fondo)?

La otra manera es mostrar empatía, invitar a todos a subirse al mismo bote, dejar pasar debates que no ayudan, evitar enganchar, construir consensos.

Es evidente cuál estrategia tendrá más probabilidad de éxito.

Por cierto, es justo decir que las contrapartes no ayudan. La debilidad actual de los partidos políticos contrasta con la capacidad que tenía la entonces oposición para ordenarse. Se negociaba con un par de representantes y los votos estaban.

No pasaban cosas como la increíble vuelta de chaqueta de la izquierda en el proyecto del estatuto laboral para estudiantes.

 

Temple y sobriedad

Vienen meses en que la tasa de crecimiento de la economía medida en 12 meses va a disminuir. (a un muy pesimista 2,8%[*] en el segundo semestre si se cumple la proyección de Hacienda de 3,8% para 2018).

Es una oportunidad para empujar la agenda económica con temple y sobriedad. Como lo habría hecho don Patricio. En la medida de lo posible, pero con un norte claro, aplomo republicano, y lo más lejos posible del estilo «winner», que mide su éxito con aquello que promete alcanzar más que con lo que, efectivamente, es capaz de lograr.

 

 

 

[*] Por un error, la versión publicada originalmente decía 1,5%.