Con algunas excepciones, los mercados competitivos son eficientes. La idea es sencilla. Imaginemos que el precio de un bien es $100. En un mercado competitivo, todas las firmas que quieren producir bienes con un costo menor, lo harán, y todos los consumidores que valoran el bien en más de 100, lo comprarán. La sociedad produce exactamente lo que debería; el precio refleja el valor para la sociedad del bien (lo que lo valora el consumidor con la valuación más baja) y le dice a los productores hasta cuánto deberían usar de recursos para producirlo. No se produce ningún bien con un costo mayor que 100, y todos los que lo valoran más que 100 logran comprarlo.
Esa lógica sencilla falla si me siento perjudicado cuando alguien consume ese bien, como por ejemplo, cuando otros contaminan. En ese caso, el precio de la nafta, no refleja el costo que me impone la contaminación que producen los autos, y que me perjudica. En ese caso se dice que hay externalidades, y los mercados competitivos no son eficientes (en este caso, se produce demasiada nafta). Hay otras excepciones a la eficiencia de los mercados competitivos, pero ese no es mi foco hoy.
Imaginemos que una empresa empieza a comprar competidores, y sigue produciendo lo mismo que producían entre todas en ese mercado otrora competitivo. Un día el dueño se da cuenta que como ya quedan pocos competidores, si subiera el precio de $100 a $101, sus ventas pasarían de 1.001 unidades a 1.000. En ese caso ganaría $1.000 adicionales: 900 por aumento de ingresos, y 100 de ahorro de costos. Si ese fuera su nuevo precio óptimo, el mercado no sería eficiente, ya que aquella persona que valoraba el bien a 100 ya no lo podrá comprar, a pesar de que el costo para la sociedad de producirlo era 100 o menos.
Esta es una característica de los monopolios: suelen tener precios mayores que lo que serían en un mercado competitivo, y mayores que sus costos de producir la última unidad vendida. Otra vez, la razón es sencilla: para un monopolio, contrariamente con lo que pasa en una firma competitiva, subir el precio a menudo significa aumentar ingresos, como en el ejemplo de más arriba; se puede vender alguna unidad menos, pero por todas las que se siguen vendiendo, se aumentan los ingresos.
En forma similar, los “trusts” o las uniones o acuerdos de empresas para subir precios también son ineficientes: es un conjunto de empresas que se comportan como si fueran una sola para subir precios. Es por esto que los economistas abogan por mercados competitivos, y desde fines del siglo XIX eso se ha traducido en legislación antitrust.
Hay muchas formas como las empresas pueden intentar monopolizar mercados. Están las más obvias, como colusión y fusiones, pero hay otras más sutiles, pero igualmente dañinas. Por ejemplo, una empresa productora de bienes puede intentar monopolizar el mercado exigiendo exclusividad a los minoristas que venden sus productos, para dificultar la entrada de rivales (que no tendrán red de distribución apropiada para sus productos). Esto se conoce como una restricción “vertical” en que un agente produce cosas que sirven a empresas que están “más abajo” en el proceso productivo, y de alguna manera afecta la competencia en el mercado “aguas abajo”.
Desde hace 40 años se tratan en forma muy diferente las prácticas verticales y las horizontales (colusión, fusiones horizontales, etc.): se miran con mucho más recelo las horizontales que las verticales. Eso se debe principalmente al trabajo “La Paradoja del Antitrust” de Robert Bork. Desde entonces el consenso entre economistas ha sido que salvo que la empresa “aguas arriba” (la que produce insumos) o la “aguas abajo” (la que los usa) tengan posición de dominio, las prácticas verticales no son dañinas. Aunque recientemente han surgido algunas voces discordantes en algunos temas puntuales, ese ha sido el consenso entre académicos y también entre hacedores de política.
Por eso resultó un poco sorprendente que el Departamento de Justicia de Estados Unidos intentara bloquear la adquisición por USD 85.400 millones de Time Warner por parte de AT&T. La empresa telefónica argumenta que para sobrevivir debe integrarse verticalmente, y poder distribuir contenidos propios (en este caso, tendría productos “únicos” como Game of Thrones, CNN o la NBA). Al fin y al cabo eso es lo que están haciendo Netflix, Hulu y ni más ni menos que Amazon, que ahora produce y distribuye su propio contenido.
En principio, el Departamento de Justicia estaba preocupado porque AT&T podría negarse a vender sus productos exclusivos a redes rivales (o vendérselos caros), y si estos productos son “esenciales”, o se vuelven más caros, podría haber daño para los consumidores. En un extremo, AT&T podría monopolizar el mercado de entretenimiento por televisión (o celulares).
Como ni AT&T ni Time Warner son suficientemente poderosos en sus mercados, como para que esta adquisición fuera particularmente peligrosa para la competencia, muchos sospecharon que detrás del intento del Departamento de Justicia estaba la presión de Trump que en campaña había dicho que bloquearía la fusión pues significaba la concentración de demasiado poder en las manos de demasiado pocos.
En línea con lo que ha sido la tradición en estos casos, el Juez Richard Leon de la Corte de Distrito de Washington, argumentó que el Departamento de Justicia no había probado que la adquisición redundaría en menos opciones para los consumidores, o mayores precios. En consecuencia, aprobó la fusión, aunque se espera que el DOJ apele la decisión y podría llegar hasta la Suprema Corte.
Esta es una decisión importante que, aunque el juez se apuró a decir que no debía tomarse como una defensa general de fusiones verticales, era esperada por varias empresas para decidir si seguir para adelante con adquisiciones (por ejmplo, Comcast quiere comprar algunos activos de la Walt Disney Company). Los próximos años serán interesantes en esta materia, con más precedentes y más fusiones precedentes por venir.