Mientras en el futbol tratamos de vivir el sueño de lo matemáticamente posible, en cohesión social desafiamos las estadísticas.
Hugo Ñopo (@hugonopo). GRADE
Ya es costumbre a ver al Perú mal parado en las comparaciones internacionales de capital social. Por ejemplo, el índice de prosperidad del Legatum Institute compara a 142 países y pone a Perú en el puesto 82 en su índice agregado. Peor aún, en el subcomponente de capital social del índice (que básicamente mide cohesión social y redes de apoyo familiar/comunal) nos ubicamos en el puesto 111. Estamos en el cuartil inferior del mundo. En el Latinobarómetro tampoco quedamos bien. Somos uno de los países con confianza interpersonal más baja de la región. En los 20 años que ya contamos con estas mediciones, consistentemente hemos estado debajo de la media latinoamericana.
Sin embargo, lo que hemos visto estas semanas como resultado de los desastres naturales de este Niño Costero, ha sido muy interesante. Se ha despertado una solidaridad ente los peruanos que no había sido vista hace muchísimo tiempo. Miles de peruanos han salido a trabajar voluntariamente por los damnificados. Cientos de miles (o según estimados más optimistas, algunos millones) de personas han hecho donaciones. Nos hemos contagiado de solidaridad. El centro de investigaciones donde trabajo, por ejemplo, decidió suspender nuestro paseo anual y un buen número de mis colegas usó ese tiempo preparando paquetes de ayuda.
Las empresas han dado muestras enormes de generosidad poniendo a disposición del Estado recursos, infraestructura y conocimiento. Bolicheras han transportado ayuda, industrias alimentarias han donado toneladas de comida, los operadores logísticos han puesto sus redes al servicio del bien público, algunas mineras están planeando ya la reconstrucción total de zonas devastadas. Esta avalancha de solidaridad ha encontrado, felizmente, a un Estado a la altura del reto. Existe una plataforma que está permitiendo canalizar la ayuda. Nuestro Nobel se asombró hace poco de tanta maravilla.
¿Qué sucedió? ¿Por qué estamos viendo en acción un capital social que no se condice con las estadísticas internacionales? Hay dos posibles explicaciones. La primera es que frente a la magnitud de la tragedia los peruanos reaccionaron. Ante la adversidad, la acción colectiva funcionó. Y no es para menos. Casi la mitad de los distritos del país, 818 para ser exactos, han sido declarados en Estado de Emergencia. Varios de ellos requerirán una reconstrucción casi completa. Las pérdidas agregadas suman varios puntos del PBI.
Otra hipótesis, no menos plausible, es que esas mediciones internacionales tienen debilidades. Las estadísticas de esos rankings no siempre son fidedignas. Por lo general ellas se basan en declaraciones de muestras representativas de ciudadanos frente a situaciones hipotéticas. Se pregunta a los ciudadanos hasta qué punto confían en otras personas y en las instituciones. Se pregunta también sobre el tiempo que las personas dedican a cultivar relaciones interpersonales. Son declarativas. Y lo que la gente dice no siempre coincide plenamente con lo que la gente hace.
Hace unos años, junto a mis colegas Juan Camilo Cardenas y Alberto Chong, publicamos un estudio en el Journal of Development Economics, explorando esta (limitada) consistencia entre lo que se dice y lo que se hace. Para esto seleccionamos muestras representativas de ciudadanos en diferentes ciudades de Latinoamérica, tal como hacen quienes construyen los índices de capital social. Pero además de indagar sobre sus preferencias declaradas, prestamos atención a sus preferencias reveladas.
Para las preferencias declaradas hicimos las típicas preguntas “¿Qué tanto confía usted en sus vecinos?”, “¿amigos?”, “¿familiares?”, “¿personas que viven en su ciudad?” Para las preferencias reveladas hicimos uso de algunas herramientas de la economía experimental. Pusimos a las personas frente a situaciones concretas de toma de decisiones, con dinero de por medio, para medir que tanto confían en el resto y son capaces de transferirles dinero en efectivo. Concretamente, utilizamos el juego de la confianza, el mecanismo voluntario de contribuciones grupales, un juego para compartir riesgos en grupos, y controlamos esto con mediciones de la aversión al riesgo individual.
Lo que encontramos fue que las dos formas de medir las preferencias estaban positivamente correlacionadas, pero no perfectamente. No medían exactamente lo mismo. Además, ambas tenían poder predictivo distinto frente a otras medidas concretas de comportamiento de la gente en situaciones reales como donar tiempo a obras de caridad o pertenecer a diversos tipos de organizaciones (sociales, deportivas, religiosas, etc.). Esto sugiere que para una medición de capital social es mejor combinar preguntas sobre las preferencias de la gente con mediciones concretas de su accionar en situaciones concretas, de laboratorio y del mundo real.
El capital social importa, mucho, y no solo en tiempos de crisis como este. Ayuda a reducir los costos de transacción, a compartir riesgos, a disipar los impactos de choques adversos, y en general, a ampliar las fronteras de posibilidades económicas. Así las cosas, la próxima vez que lea un reporte señalando el bajo capital social de nuestro país, recuerde de lo que somos realmente capaces los peruanos y mire el futuro con un poquito más de optimismo.