Sugerencias de Mejora en la Estrategia de Inclusión Financiera

Según el último Global Findex, el porcentaje de mexicanos que tienen una cuenta está doce puntos porcentuales por debajo del promedio de America Latina y treinta puntos porcentuales por debajo de los países de ingreso medio alto.  Con relación a la población mexicana que ahorró y se endeudó, solo el catorce y once por ciento respectivamente lo hizo a través de de una institución financiera.  Estas cifras sugieren un bajo uso de los productos que ofrece el sistema financiero y son la base de una estrategia pública que ha tenido por objetivos intermedios elevar el acceso, mejorar la información y elevar la educacion financiera para con ellos alcanzar el objetivo final de lograr que una mayor fracción de la población utilice los productos que ofrecen el sistema financiero.

El supuesto implicito de dicha estrategia es que el uso de los productos  que ofrecen las instituciones no-financieras o personas físicas generan un bienestar inferior al que podría lograrse en caso se consumiera lo ofrecido por las instituciones financieras.  En este sentido, tal supuesto es consistente con que la utilización de dichos recursos debe obedecer a un bajo acceso, a la falta de información adecuada y/o a una inadecuada educación financiera.  Tomando en consideración la problemática así planteada y la respuesta a ella, en esta nota busco describir algunos retos en el diseño y en la medición de los resultados de la estrategia de inclusion financiera.

Una de las primeras acciones de la estrategia consistió en elevar el acceso al sistema financiero.  Según el ultimo Reporte Nacional de Inclusion Financiera el 97% de la poblacion mexicana habitaba en municipios donde había por lo menos un punto de contacto en donde se podían hacer depósitos o retiros.  Sin embargo, ello no garantiza una mayor inclusión pues asumiendo que dicha presencia posibilita la libertad de elección, la canasta de productos financieros –ofrecidos por instituciones financieras, instituciones no financieras o terceros- que utilizan las personas depende de sus preferencias, de sus restricciones, de las características de los productos, de la información que tengan los potenciales usuarios y de la educación financiera que posean para procesar dicha información.  En este sentido un siguiente paso para lograr la mayor inclusión pasa por potenciar la divulgación de información util y las actividades de educación financiera.

Sin embargo, existe cierta evidencia que sugiere la presencia de comportamientos  que a primera vista resultan extraños y que chocan contra los supuestos en que está basada la estrategia.  Así, bajo determinados escenarios hay personas que ahorran y al mismo tiempo piden prestado, hay otras que a pesar de tener una línea de crédito disponible deciden endeudarse con productos a tasas de interés superiores y hay otras más que teniendo la posibilidad de utilizar productos financieros formales deciden consumir productos informales.  Todas estas prácticas pueden suponer una pérdida monetaria pero como lo explica la teoría de financiamiento al consumidor son decisiones racionales.  Así, bajo una óptica intertemporal estas decisiones pueden ser parte de una estrategia en la cual las personas: buscan ser financieramente disciplinadas, consideran que algunos productos financieros son mejores que otros para determinado tipo de gasto, buscan acumular capital social como un mecanismo de aseguramiento futuro o simplemente lo hacen por que en el margen pueden darse discontinuidades en los precios relativos de los productos financieras.  A modo de ejemplo veáse por ejemplo a Castronova y Hagstrom, 2004; Laureti, 2017; Lawrence y lliehausen, 2008).

Dos lecciónes se derivan de estos  comportamientos.  Primero, un mayor acceso es fundamental pero ello no significa necesariamente una mayor inclusión financiera.  Segundo, una mejor educación financiera es ciertamente deseable pero no debiera sorprender que para algunos segmentos de la población tal aprendizaje los lleve a consumir más productos financieros ofrecidos por instituciones no-financieras.  Con el fin de lograr una mayor efectividad la estrategia de inclusion financiera debe definir  mejor el problema que busca atender y construir un arbol que muestre las causas de la misma.

Ante la importante desigualdad de ingresos y de oportunidades que hay en el país, encarar la baja inclusión financiera es fundamental y mostrar resultados es importante desde un punto de vista socioeconómico y político.  A este respecto, la métrica para conocer el éxito de la estrategia debiera –por ejeplo- ser el número de personas o familias que deseaban tener una cuenta en una institución financiera y lo lograron gracias a la presencia de más puntos de venta.  Otra debiera ser el número de personas que gracias a los talleres impartidos de educacion financiera optaron por abrir una cuenta.  Métricas de esta naturaleza mostrarían el impacto de las acciones promovidas.  Sin embargo, las métricas tradicionalmente utilizadas son aquellas en donde se mide la utilización de un determinado producto (i.e. número de cuentas  por cada cien mil personas).  Una métrica de esta naturaleza no permite saber si un incremento en su valor corresponde a personas que estaban excluidas o autoexcluídas y que deciden modificar su relación con el sistema financiero.  Por otro lado, las métricas utilizadas se prestan para obligar a determinados grupos poblacionales a que abran una cuenta aun cuando no les sea atractivo.  Medidas de esta naturaleza pueden tener justificantes válidos pero pueden generar distorsiones cuando se trata de elevar la inclsuion financiera.  Casos como este vuleve necesario la introducción de un nuevo término: la inclusión financiera efectiva.  Esta nuevo concepto permitiria refinar la métrica para la inclusión financiera al dejar de lado a las cuentas inactivas (que en el caso de México corresponden al 14 por ciento) así como a las cuentas que son solo utilizadas como medios de disposición para recibir una transferencia pública o privada (que en el caso de México corresponde al 63 por ciento de las cuentas).

 

Referencias:

Castronova, E. y Hagstrom, P. (2004), The Demand for Credit Cards: Evidence from the Survey of Consumer Finances. Economic Inquiry, Vol. 42, pp: 304–318.

Laureti, C. “Why do Poor People Co-hold Debt and Liquid Savings?  Journal of Development Studies, en prensa.

 

Lawrence, E. y Elliehausen, G. (2008), “A Comparative analysis of Payday Loan Customers”.  Contemporary Economics Policy, Vol. 2682),  pp. 299-316.

 

 

[1] Departamento de Economía Universidad Iberoamericana Cd. de México, pablo.cotler@ibero.mx