“¿Cuánto ha cambiado Piñera?”, preguntaba un reportaje en este diario el domingo pasado. Las respuestas eran muy positivas: estamos frente a un nuevo Piñera, más humilde, que escucha y no pretende controlarlo todo, con capacidad de autocrítica, capaz de reconocer sus errores y no volver a cometerlos.
Sorprenden estas declaraciones cuando Piñera sigue sin aprender la principal lección que dejó su gobierno, que su incapacidad de separar los negocios de la actividad política terminó hundiendo cualquier posibilidad de que liderara reformas sustantivas.
Un presidente con participación en un gran número de negocios se expone a terminar pagando un alto costo político por alguno de sus intereses comerciales. Es imposible predecir cuál será el negocio que le pasará la cuenta, no se puede saber dónde va a saltar la liebre, pero en el caso de Piñera, son tantas las liebres que pueden saltar que uno puede asegurar que alguna saltará.
A pesar de no tener mayoría en el Congreso, hubo un momento en que el gobierno de Piñera tuvo una alta aprobación ciudadana que le permitía impulsar reformas potentes. Sucedió justo después del rescate de los mineros, a fines de 2010, la épica de un gobierno gestor plasmada en imágenes que siguió todo el mundo y donde las intuiciones de Piñera resultaron ser las correctas.
La bonanza política producto del rescate de los 33 terminó siendo una golondrina que no duró siquiera un verano. A poco andar, en febrero de 2011, el presidente se veía involucrado en la salida de Bielsa de la selección nacional y sus índices de aprobación cayeron estrepitosamente. Nunca se recuperaron.
Varios de sus partidarios le habían pedido públicamente que vendiera sus acciones en Lan, Chilevisión y Blanco y Negro antes de asumir como presidente, pero no lo hizo. Su participación y la de su ministro de Deportes en la sociedad dueña de Colo Colo, involucrada en las maquinaciones de la ANFP, que terminaron con la salida de Mayne-Nichols y Bielsa de la selección nacional, lo llevaron a compartir responsabilidades por hechos que fueron reprobados por una amplia mayoría ciudadana. Poco importa si tuvo algo que ver en la salida del técnico transandino, lo relevante es que se expuso innecesariamente y la liebre termino saltando por ese lado. El costo político fue enorme.
“Tomaré todas las medidas necesarias, incluso yendo más allá de la ley, para separar mi rol de Presidente y abandonar cualquier interés, por legítimo que sea, de carácter privado”, anunció Piñera en el lanzamiento de su candidatura presidencial el martes de esta semana. El problema es que no anunció cuáles serán esas medidas. Y mientras no las anuncie hay dudas fundadas de que no serán suficientes.
Un primer problema con las declaraciones anteriores es que lo que Piñera entiende por ir más allá de la ley suele ser más mediático que real. El hecho de haber dejado todas sus inversiones en el extranjero fuera del fideicomiso voluntario que creó en su primer gobierno despierta dudas sobre lo que hará en esta ocasión. La impresión que quedó en aquel entonces fue que no había letra chica, nadie imaginó que el hijo del presidente tendría un rol activo en el manejo del 80% de las inversiones de su padre. Y respecto del 20% restante, tampoco imaginamos los fines de semana en Cerro Castillo que pasó Piñera en compañía de quien manejaba su fideicomiso.
Un segundo motivo, porque ir más allá de la ley promete poco, es que la ley de fideicomiso es la única mal evaluada de la decena de leyes aprobadas de la Agenda de Probidad y Transparencia. En primer lugar, porque olvidó incluir los activos que tengan las autoridades en el extranjero. En segundo lugar, porque priorizó un fideicomiso ciego en lugar de uno diversificado.
Si se quiere recuperar la confianza de la ciudadanía en los políticos es clave que estos, cuando tienen alto patrimonio, lo inviertan en un portafolio tan diversificado que pueda ser de conocimiento público sin correr el riesgo de acusaciones por conflictos de interés. Bonos de gobierno e índices accionarios muy amplios son las opciones más obvias. Lo anterior se conoce como fideicomiso diversificado y es lo que propuso el Consejo Anticorrupcion como una opción superior al fideicomiso ciego. Fue la manera en que el Presidente Obama abordó la materia, es la forma en que Piñera debiera abordarlo si quiere evitar que siga siendo tema de campaña y hacer un buen gobierno en caso de ser elegido. Se lo ha sugerido públicamente más de un líder de su sector.
Basado en un sinnúmero de anécdotas, me atrevo a especular que el problema de fondo por el cual Sebastián Piñera nunca tomará la distancia debida de sus intereses financieros tiene que ver con su naturaleza. Necesita de la adrenalina que generan las inversiones riesgosas, de la recompensa que siente al ser exitoso en una apuesta financiera. Al igual que en la fábula del escorpión y la tortuga, Piñera sabe que debiera invertir todo su patrimonio en un fideicomiso diversificado para resolver de una vez por todas su talón de Aquiles en materia política. Pero su naturaleza no le permite hacerlo y entonces solo cabe esperar por dónde va a saltar la liebre.