Por Kenneth Rogoff. Publicada el 7/12/2016 en Project Syndicate.
CAMBRIDGE – ¿Será posible que tras años de hibernación, la economía estadounidense se despierte y tenga un regreso triunfal de aquí a un par de años? Si sumamos la firme decisión del gobierno republicano entrante de reflacionar una economía que ya está cerca del pleno empleo, la posibilidad de que las restricciones al comercio internacional prometidas empujen al alza los precios de bienes que hoy compiten con las importaciones, y un probable ataque a la independencia del banco central, es casi seguro que habrá más inflación (probablemente, superior al 3% en algunos momentos). Y puede ser que el crecimiento de la producción también nos dé una sorpresa y llegue tal vez al 4%, aunque sea transitoriamente.
¿Imposible, dice usted? Todo lo contrario.
La economía ya parece estar creciendo a un ritmo del 3% anual. Y hasta los más firmes oponentes de las políticas económicas del presidente electo Trump tendrán que admitir que son decididamente promercado (con la notable excepción de su postura en comercio internacional).
Pensemos en el tema de las regulaciones. La presidencia de Barack Obama trajo consigo un importante crecimiento de la regulación laboral y de la legislación medioambiental. Y eso sin contar la enorme sombra que el Obamacare proyecta sobre el sistema sanitario, que por sí solo equivale al 17% de la economía. No digo que derogar las normas de la era Obama mejorará el bienestar del estadounidense medio. Ni remotamente. Pero las empresas saltarán de la alegría. Tal vez tanto que se decidan a empezar en serio a invertir otra vez. El aumento de la confianza ya es palpable.
Después tenemos la perspectiva de un estímulo a gran escala, que incluirá una enorme ampliación (muy necesaria) del gasto en infraestructura. (Es previsible que Trump logre forzar a la oposición en el Congreso a que apruebe un aumento del déficit.) Desde la crisis financiera de 2008, economistas de todo el espectro político han propuesto aprovechar los bajísimos tipos de interés para financiar la inversión en infraestructura productiva, incluso a costa de un mayor endeudamiento. Los proyectos de alta rentabilidad se pagan solos.
Mucho más controvertido es el plan de Trump de implementar grandes rebajas impositivas que beneficiarán desproporcionadamente a los ricos. Es verdad que poner dinero en los bolsillos de los ahorristas ricos no parece tan eficaz como dárselo a los pobres que viven al día. En una frase memorable, Hillary Clinton habló de una “economía del derrame inflada (trumped up)”. Pero Trumped up o no, las rebajas impositivas pueden ser muy buenas para la confianza empresarial.
No hay modo de saber cuánta deuda adicional generará el programa de estímulo de Trump, pero las estimaciones que hablan de cinco billones de dólares en diez años (un aumento del 25%) parecen cortas. Muchos analistas económicos de izquierda, que se pasaron los ocho años de Obama insistiendo en que para Estados Unidos tomar deuda no supone ningún riesgo, ahora advierten que un aumento de la deuda bajo el gobierno de Trump será la antesala de un Armagedón financiero. Su hipocresía es asombrosa, incluso si ahora están más cerca de tener razón.
Tampoco es fácil saber cuánto crecerán la producción y la inflación con las políticas de Trump. Cuanto más cerca esté la economía estadounidense de la plena capacidad, más inflación habrá. Si la productividad estadounidense realmente se derrumbó tanto como creen muchos académicos, es probable que un estímulo adicional eleve los precios mucho más que la producción: la demanda no inducirá más oferta.
Por otra parte, si es verdad que la economía estadounidense tiene cantidades masivas de recursos subutilizados y ociosos, el efecto de las políticas de Trump sobre el crecimiento puede ser considerable. En jerga keynesiana, a la política fiscal todavía le queda un gran multiplicador. Es fácil olvidar que la principal pieza faltante de la recuperación global es la inversión empresarial, y si esta por fin empieza a moverse, es factible un aumento marcado de la producción y la productividad.
Los enamorados de la idea del “estancamiento secular” dirán que un aumento del crecimiento con Trump es casi imposible. Pero si uno cree (como yo) que el lento crecimiento de los últimos ocho años se debió ante todo al arrastre de deudas y temores desde la crisis de 2008, no es tan absurdo suponer que la normalización puede estar mucho más cerca de lo que pensamos. Después de todo, hasta ahora casi todas las crisis financieras en algún momento se terminaron.
Es verdad que todo esto que digo es según una visión optimista de la economía de Trump. Si el nuevo gobierno resultara errático e incompetente (posibilidad real), el desánimo pronto reemplazará a la confianza. Pero ojo con los expertos que aseguran que Trump traerá una catástrofe económica. La víspera de la elección, el columnista del New York Times Paul Krugman insistió claramente en que una victoria de Trump provocaría un derrumbe del mercado accionario, sin recuperación a la vista. Los inversores que confiaron en sus predicciones perdieron un montón de dinero.
A riesgo de caer en hipérbole, es bueno recordar que no hace falta ser un buen tipo para poner una economía en marcha. En muchos aspectos, Alemania tuvo tanto éxito como Estados Unidos en el uso del estímulo para sacar la economía de la Gran Depresión.
Sí, subsiste la posibilidad de que todo termine muy mal. El mundo es un lugar peligroso. Si el crecimiento global se derrumba, el de Estados Unidos puede salir muy perjudicado. Pero es mucho más probable que tras años de lentitud, la economía estadounidense esté por fin lista para acelerar un poco, aunque sea por un tiempo.