Suerte

Solemos pensar que nuestro desarrollo laboral depende únicamente de nuestro trabajo y esfuerzo. Sin embargo, una ya amplia literatura en economía y en otras disciplinas ha enfatizado que la suerte cumple un rol igualmente determinante en el éxito profesional. Daniel Kahneman, premio Nobel de Economía, ilustra la relevancia de la suerte en dos ecuaciones:

Éxito = talento + suerte

Mucho éxito = un poco más de talento + un montón de suerte

La suerte puede tomar infinidad de formas. Probablemente, una de las más importantes es dónde uno nació. Es evidente que nacer en Haití no es lo mismo que nacer en Nueva Zelandia, así como nacer en La Pintana o Vitacura. De hecho, según estimaciones del economista Branko Milanovic, buena parte de las diferencias en ingresos individuales se explican por el país donde uno nació y por la posición en la escala social de la familia de origen.

La literatura académica sobre los efectos que características fuera del propio control -raza y género, por ejemplo- tienen sobre salarios y oportunidades de empleo es abundante. Incluso particularidades que debiesen ser irrelevantes, como la letra inicial del apellido y la estatura, afectan la probabilidad de éxito laboral.

Por supuesto, el esfuerzo y el mérito importan. ¿Cuántas horas hay que entrenar para ser un deportista de élite? ¿Cuántas hay que practicar para ser un gran músico? El punto es que no basta con el esfuerzo para ser exitoso.

Los estudios también se detienen en las consecuencias del sesgo de asimilar el éxito únicamente a buenas decisiones y a la responsabilidad personal, minimizando el rol de otros factores como la suerte. Una consecuencia positiva es que nos invita a esforzarnos y ser dedicados.

Por el lado negativo, sin embargo, nos lleva a desmerecer a quienes no han sido igualmente exitosos, porque se entiende que no lo son por no haberse esforzado lo suficiente o por no haber tomado las decisiones correctas.

No deja de llamar la atención -y de preocupar- que recurrentemente en las encuestas de percepciones del Centro de Estudios Públicos, más de un 40% de las personas indique que la flojera y la falta de iniciativa están entre las causas que más frecuentemente explican la pobreza.

Asociar pobreza con flojera y falta de esfuerzo es un prejuicio; la falta de esfuerzo se da en todos los estratos sociales. La diferencia es que las consecuencias pueden ser menos relevantes para alguien que pertenece a una familia de altos ingresos. Más bien, la vulnerabilidad tiene mucho que ver con escasez de oportunidades, en particular en educación y trabajo.

Estas percepciones afectan la manera en que se diseña la política social, en la que suele subyacer la idea de premiar únicamente los resultados individuales -que no es lo mismo que el esfuerzo- y de fomentar el emprendimiento sin comprender los obstáculos que se enfrentan ni el contexto social. Las habilidades requieren de oportunidades para desarrollarse y la política social debe hacerse cargo de ello.

Otro aspecto negativo asociado al sesgo de minimizar la importancia de la suerte en el éxito es que permite justificar desigualdades extremas, negando la necesidad de enfrentarlas o incluso de usar mecanismos como el sistema tributario para abordarlas.

Un empresario exitoso lo es porque tomó riesgos, apostó y ganó (¡tuvo suerte!). Pero también lo es porque instaló su empresa en un país que protegió sus derechos de propiedad, le dio acceso a infraestructura y le dio la posibilidad de contratar a trabajadores que fueron educados con recursos de todos.

Chile es un país con condiciones sumamente favorables para el emprendimiento. En todos los indicadores de gobernanza del Worldwide Governance Indicators -calidad regulatoria, eficacia estatal e imperio de la ley, entre otros- el país se ubica en niveles similares y a veces superiores a los de los países de más alto ingreso de la OCDE. Asimismo, la carga tributaria es relativamente baja para nuestro nivel de ingresos per cápita.

Regulaciones, impuestos, requisitos y limitaciones legales no tienen la finalidad de perseguir o de hacer la vida difícil a quienes emprenden. Se trata de proteger el interés público y favorecer el bien común.

Si bien estos sesgos de percepción son difíciles de reparar individualmente, sí es posible diseñar las normas que regulan nuestra convivencia de modo de promover las posibilidades de éxito de todos.