5 de junio de 2016. Por Sergio Berensztein para Perfil. El Reino Unido y el test de responder al facilismo populista con sensatez y racionalidad. ¿Les suena? El 23 de junio, los ciudadanos del Reino Unido decidirán si desean que su país continúe perteneciendo a la Unión Europea (UE). Esto se ha dado en llamar Brexit, un término que combina British con exit (salida británica). No se trata de una idea nueva: cuando, por la crisis económica, Grecia consideraba retirarse del bloque regional ya se hablaba de Grexit. Al momento, el promedio de las encuestas arrojaba un 46% a favor de quedarse y un 43%, de retirarse, con un 12% de indecisos. Dada la prudencia con la que deben siempre tomarse esta clase de datos, es una elección competitiva con un final incierto.
La UE es una asociación económica y política compuesta por 28 países (Albania, Macedonia, Montenegro, Serbia y Turquía están avanzando en el largo proceso para integrar la unión). Sus orígenes se remontan a la etapa posterior a la Segunda Guerra Mundial, cuando predominó la idea de que la cooperación y la interdependencia económica limitarían la probabilidad de nuevos conflictos armados. En 1958 se creó la Comunidad Económica Europea (CEE) entre seis países, que luego avanzó hacia un mercado común. De acuerdo con los datos de la Comisión Europea, la UE alberga el 7% de la población mundial, pero su comercio con el resto del mundo representa aproximadamente el 20% del total. Dos terceras partes de estos intercambios se efectúan entre los propios países de la UE. Hoy, la unión evolucionó también hacia la política y se involucra en temáticas variadas como medio ambiente, salud, relaciones exteriores, seguridad, Justicia y migraciones. La infraestructura institucional es muy amplia: los ciudadanos están representados en el Parlamento Europeo, mientras que los Estados miembros tienen voz y voto tanto en el Consejo Europeo como en el Consejo de la UE.
El debate sobre el Brexit gira en torno de ejes fundamentales: el largo estancamiento económico que sufre todo el bloque europeo, las promesas incumplidas del proceso de integración y las fuertes tensiones derivadas de la crisis migratoria. En particular, la controversia gira alrededor del tamaño y las atribuciones de la burocracia. Los costos que debe pagar Gran Bretaña por pertenecer a las instituciones comunitarias son demasiado altos, y limitan la influencia y la soberanía británicas, mientras que sigue sin control la inmigración europea y de los refugiados.
Como reacción a estas demandas xenófobas, tan generalizadas en Europa y en los EE.UU. de Trump, David Cameron restringió el acceso de trabajadores de la UE a los programas sociales durante al menos sus cuatro primeros años de residencia en suelo británico. No hablamos de refugiados, sino de ciudadanos de países miembros de la UE.
Según la Organización Internacional para las Migraciones, de los 196.486 arribos a Europa de refugiados en 2016 (191.134 por mar y 5.352 por tierra) ninguno llegó al Reino Unido. Los últimos datos disponibles muestran que Gran Bretaña aceptó sólo unos 10 mil inmigrantes, por debajo de Alemania (40 mil), Suecia (30 mil), Italia, Francia e incluso Suiza (15 mil). El número también es exiguo en términos relativos: dos por cada mil habitantes, la mitad que Holanda. Más aún, el 15% de las empresas inglesas registra una demanda insatisfecha de puestos de trabajo. Los datos empíricos sugieren que los refugiados no están desplazando a los trabajadores británicos de sus puestos de trabajo. Pero sí los “trabajadores comunitarios” y los extranjeros de fuera de la UE. El 18 de mayo, la oficina nacional de estadísticas inglesa reveló que el número de trabajadores de la UE en Gran Bretaña alcanzó un máximo histórico de más de 2,2 millones. El incremento no proviene de países como Siria o Libia, sino de España, Italia y Grecia. Varias nacionalidades alcanzaron en fechas recientes sus picos históricos, como los 232 mil trabajadores de Rumania y Bulgaria o los 987 mil de Polonia registrados el último trimestre de 2015. El número de empleados extranjeros de fuera de la UE superó por primera vez el umbral de los 3 millones, impulsado en gran medida por inmigrantes de India y China. De los 413 mil trabajadores que se sumaron al mercado laboral británico en el primer trimestre de 2016 comparado con el mismo período de 2015, 333 mil no son nativos. Nada menos que ocho de cada diez.
El gobierno de Cameron enfrenta una marcada polarización dentro el Partido Conservador, similar a la grieta generada por el Tea Party en el Partido Republicano de los EE.UU.: una base muy radicalizada favorece el Brexit y tiene muchos puntos en común con el U K. Independence Party (UKIP), de Nigel Farage, que puede carcomer un electorado fundamental para sostener el predominio tory en el Parlamento. La mitad de los miembros de la bancada, incluidos seis ministros del gabinete, apoyan la opción de abandonar el bloque. La división aparece tan enconada como irreconciliable. Una disputa interna que Cameron no supo o no pudo resolver se juega ahora en la política exterior y amenaza con disparar un desastre de proporciones épicas.
Al margen del resultado del referéndum, la campaña a favor del Brexit ya dañó la credibilidad de la democracia británica, sumiéndola en la vorágine populista recalcitrante y erosionando la relación con sus socios de la UE. Cameron dejó en claro que diferencia la pertenencia a la UE y a la Zona Euro. Esto es visto por Bruselas como un chantaje que profundizaría los problemas de la integración regional. De hecho, el presidente del Consejo Europeo, Donald Tusk, presentó un borrador de propuesta de reforma de la UE con concesiones a las exigencias británicas. La UE reconoce que el Reino Unido “no está comprometido con una mayor integración política dentro de la Unión” y ofrece “frenos de emergencia” para limitar el acceso de los trabajadores comunitarios a las políticas de bienestar social. Este punto generó gran polémica, ya que sienta un precedente para exigencias similares de otros países.
El espíritu de la democracia británica en lo nacional y de la UE en lo regional parece estar jaqueado por una combinación de malestar económico, populismo político y frustración social. El coraje que llevó en otras épocas a invocar la fórmula churchilliana de sangre, sudor y lágrimas parece desvanecerse. De no recuperarse liderazgos moderados, sensatos y efectivos que logren contener y responder al facilismo populista, algunos creerán que no es necesario el esfuerzo de construcción institucional, romper en sudor por sostener mecanismos cooperativos y pacíficos. La UE cometió muchos errores, incluyendo los excesos regulatorios y el intervencionismo unilateral en varias dimensiones de la política pública. Pero muchos ya olvidaron que antes de su consolidación Europa producía guerras, hambre, sangre y lágrimas.
Fuente: http://berensztein.com/no-solo-es-british-por-sergio-berensztein/
Imagen: Perfil