Terremoto

La foto del domingo y el futuro inimaginable, pero que será mejor.

El epicentro fue la provincia de Buenos Aires, aunque se sintió en todo el territorio nacional. Y más allá también. La intensidad según la escala de Richter todavía está por determinarse, pero estamos sin duda ante un punto de inflexión sumamente relevante en el desarrollo político argentino contemporáneo. Como luego de todo terremoto de semejante proporciones, el reacomodamiento de las placas tectónicas de la política argentina demorará en producirse: hará falta tiempo para que los principales protagonistas, y el conjunto de la ciudadanía, comprendan los contornos y meandros del nuevo equilibrio y adapten sus comportamientos acorde con el signo de estos tiempos.

Quién gane el 22 de noviembre no es un detalle menor: lo que ocurrió en las últimas elecciones constituye un cambio muy profundo, pero el próximo gobierno podrá catalizar o moderar el proceso transformacional, alterar tanto la velocidad como el sentido de las inevitables mutaciones que de todas formas habrán de materializarse. En particular, estamos ahora en condiciones de reconfigurar la dinámica política en torno a un sistema bipartidario imperfecto como el que tuvimos hasta la gran crisis de 2001 y que colapsó por el profundo debilitamiento y fragmentación que experimentó la UCR. No era una maravilla la política argentina antes de ese infierno, pero funcionó aún peor cuando se diluyeron las posibilidades efectivas de alternancia por parte de esos dos partidos, así como el crecimiento territorial y la acumulación de recursos en manos de la dominante oligarquía de gobernadores e intendentes peronistas en su transitoria mutación K.

Si Cambiemos y el nuevo-viejo PJ se afianzan y consolidan (y esto requerirá un trabajo duro, paciente y reparador), pueden reponer un mínimo equilibrio entre los principales actores partidarios, los grandes ausentes (los partidos y el equilibrio) durante la última década y pico de esta experiencia de hegemonía personalista al que CFK denomina “modelo”. Al mismo tiempo, hay que seguir la evolución de UNA como construcción colectiva y de Sergio Massa y sus socios (De la Sota y Lavagna) como sus líderes. Se trata hasta ahora de una coalición con una fuerte impronta peronista, pero logró un voto mucho más heterogéneo, lábil y difícil de satisfacer y de contener. Es por eso que podría reorientarse hacia algunos de aquellos polos, en función del resultado de la segunda vuelta y del destino de la próxima administración. La foto del domingo pasado es sólo eso, la realidad será siempre muchísimo más rica, dinámica y cambiante.

Es imposible sentirse satisfecho con la trayectoria política de la Argentina en las últimas ocho décadas, sobre todo desde 1983 en adelante. Sin embargo, este terremoto es en buena medida el resultado de un conjunto de hechos tan positivos como inusuales, que paradójicamente son parte del confuso desenlace del escándalo generado por los patéticos episodios ocurridos en la elección tucumana. Pletórica de irregularidades, ante el escozor de buena parte de la opinión pública y las serias dudas que todo el proceso electoral comenzaba a generar en la comunidad internacional (si un país miente con las estadísticas públicas, niega la pobreza y tergiversa la información sobre las reservas efectivas de su Banco Central, ¿por qué no hacerlo con el resultado de las elecciones?), hubo una inesperada y extraordinaria reacción de personas y grupos pertenecientes al Poder Judicial, la sociedad civil, las fuerzas de oposición y los medios de comunicación para garantizar la transparencia. Incluso, aunque con una mezcla de pereza y renuencia, de ese esfuerzo también participaron algunos funcionarios del oficialismo. No hay mal que por bien no venga. Pero uno no puede dejar de preguntarse cuál hubiera sido el resultado de comicios previos, y el destino de toda la experiencia K, si se hubieran dispuesto mecanismos de control tan efectivos, incluyendo la presencia de las decenas de miles de fiscales voluntarios que trabajaron en zonas muy calientes y peligrosas en una maravillosa demostración de cultura cívica y compromiso democrático. Vaya entonces el reconocimiento para los integrantes de la Cámara Nacional Electoral, la Red Ser Fiscal, Cippec y Poder Ciudadano, entre muchos otros.

Beneficios. Recuperar el bipartidismo tiene múltiples consecuencias beneficiosas, sobre todo en términos de la calidad regulatoria y la funcionalidad de los mecanismos de frenos y de contrapesos que existen en la Constitución, pero que necesitan que exista un gobierno y una oposición fuerte y responsable para que se activen y garanticen la vigencia del Estado de derecho. Ante la ausencia de una oposición cohesionada y competitiva, el partido hegemónico carece de límites para ejercer el poder. Esto genera oportunidades para que florezcan mecanismos predatorios que permitan acumular rentas fácilmente, por ejemplo mediante carteles, el fomento del capitalismo de amigos y/o la implementación de esquemas proteccionistas extremos. Es cierto que lo mismo puede ocurrir con esquemas bipartidistas esclerotizados, como el que tuvo Venezuela entre 1958 y el Caracazo. Pero es justamente la competencia efectiva y la incertidumbre en el resultado del proceso electoral lo que oxigena la vida política y estimula la participación social.

Es imposible pretender que una fuerza hegemónica se controle a sí misma. La lógica de la concentración del poder incluye los excesos, la discrecionalidad, los caprichos, las arbitrariedades más absurdas, de la que la corrupción es una consecuencia natural y esperable. El poder debe estar sabiamente fragmentado para evitar justamente la acumulación en pocas manos de autoridad que pueda afectar o incluso violar el derecho de los ciudadanos, incluida su vida, su libertad y su propiedad. Allí está el caso, por ejemplo, de Leopoldo López y los cientos de presos políticos venezolanos víctimas del régimen bolivariano, con la inentendible, repudiable y cobarde complicidad de la mayoría de los líderes políticos de la región. ¿Será por una cuestión de plata o simplemente de miopía? Coherente con su autoritarismo extremo y brutal, Maduro avisó que si la oposición ganaba las elecciones de diciembre, de ninguna manera estaba dispuesto a entregar la Revolución: Venezuela descendería en su propio infierno para convertirse en un régimen cívico-militar. Uno puede reemplazar el término “revolución” por “modelo” y advertirá qué lejos quedó finalmente la Argentina de su decadente aliado caribeño. De eso se trata el terremoto que vivimos hace ocho días.

Una versión original de este artículo fue publicado el 1 de noviembre de 2015 en el diario Perfil.
http://berensztein.com/terremoto-por-sergio-berensztein/