Desde hace más de medio siglo existe en economía la noción de las trampas de pobreza: una situación de pobreza de la que no se puede salir sólo porque se es pobre. El concepto ha sido relativamente “popular” porque se observa algunas veces la situación de países como Burundi cuyo ingreso anual per cápita en 1960 era de US$ 347, y en el 2010 era de sólo US$ 396 (ajustando por inflación, y por paridad de poderes de compra). La pregunta de fondo es ¿por qué los países que son pobres no pueden salir de la pobreza (a pesar del progreso tecnológico, y del crecimiento de otros países, etc)?
Las primeras justificaciones para una trampa de pobreza se basaban en la idea que para salir de la pobreza se debe poder ahorrar para acumular capital, y que a los países pobres les resulta difícil ahorrar porque la utilidad de cada dólar gastado en comida es muy grande. Concretamente, la gente en un país de ingresos medianos deja de ir al cine para poder ahorrar, pero una persona en un país pobre debe dejar de comer para ahorrar. La trampa de pobreza es entonces que los países pobres no pueden ahorrar, y por tanto permanecen pobres, mientras que los países ricos pueden ahorrar, y por tanto se enriquecen aún más.
En la mayoría de las formalizaciones de esta teoría existe un umbral de ingreso tal que si una persona o un país pasa de ese umbral “salta” a una tasa de ahorro más alta, y logra escapar de la pobreza. Esas teorías sirvieron de base para intervenciones de política económica basadas en la idea de un “big push”: un poco de asistencia para Haití, o Nicaragua o Burundi no harán mucho, pero si se hace un gran esfuerzo de una vez se logrará pasar ese umbral, y dejarán de ser pobres. Ideas similares se han aplicado en programas a nivel individual que dan montos de capital “grandes” a gente muy pobre.
Para ver si esas medidas de política están justificadas, un artículo reciente Aart Kraay y David McKenzie del Banco Mundial (“Do Poverty Traps Exist? Assessing the Evidence”, del Journal of Economic Perspectives, del verano del 2014) repasa la evidencia existente sobre trampas de pobreza. Los autores concluyen básicamente que son mucho menos comunes que lo que se cree, y que cuando las hay (para personas en zonas rurales remotas en países pobres) los mecanismos en juego tradicionales no están presentes.
En lo que sigue repasaré sus argumentos sobre los mecanismos que pueden generar trampas, y la evidencia sobre su existencia de trampas. Una aclaración importante antes de comenzar, es que se focalizaron en la evidencia de los últimos dos siglos, y no analizaron las trampas que pudo haber habido (digamos) previo a la revolución industrial.
El primer dato importante que parece indicar que las trampas de pobreza no existen, y que ciertamente no son tan comunes como se solía pensar es que cuando uno mira la performance de los países en los últimos 50 años, encuentra que los más pobres (salvo raras excepciones) tienen ingresos per cápita mayores hoy que entonces. Es decir, la pobreza no les causó estancamiento.
El gráfico muestra que la mayoría de los países son más ricos hoy que hace 50 años (están por encima de la recta de 45°), incluso los más pobres. Tomemos por ejemplo a Haití que uno podría sospechar que está en una trampa de pobreza (su ingreso real per cápita en 1960 era US$ 1512 y en 2010 era US$ 1411). Sin embargo, vemos que todos los países que tenían su mismo ingreso per cápita en 1960, son hoy más ricos: estos son aquellos países que están en una línea recta hacia arriba de Haití). Algo similar ocurre con Burundi, que tiene varios países en la vertical por encima suyo, incluyendo China. Si hubiera un umbral de ingreso tal que si un país es más pobre que eso, se mantiene allí, los países por encima de Haití o de Burundi no podrían haber escapado a la trampa de pobreza.
Más aún, en una muestra de 110 países para los que hay datos, en el quintil más pobre en 1960 (son 22 países) el crecimiento per cápita del ingreso fue más rápido en promedio que en el quintil más rico: la tasa de crecimiento promedio anual entre los más pobres fue de 2,2%, mientras que fue de 2,1% para los más ricos.
En resumen entonces, es raro que el ingreso de un país se estanque, y la tasa de crecimiento no parece estar asociada con los niveles de ingreso iniciales. Esos dos datos juegan en contra de la existencia de trampas de pobreza.
Presentaré ahora otro argumento en contra de la existencia de trampas de pobreza, pero requiere una breve explicación. Si un país fuera pobre porque no tiene acceso a la tecnología a la que tienen acceso otros países (imaginemos a Nepal, cerrado al contacto con el mundo durante 50 años en los cuales no tiene acceso al progreso tecnológico) no se diría que está en una trampa de pobreza. Para que sea una trampa, debe suceder que la pobreza sea la causa de la pobreza. Entonces, si queremos decir que hay una trampa debemos tener un “modelo” que nos diga qué es lo que previene el crecimiento.
En la gran mayoría de esos modelos sucede que si un país escapa a la trampa de pobreza, tendrá un período de crecimiento acelerado mientras pasa de su equilibrio inicial a uno con mayores ingresos. Imaginemos por ejemplo un país pobre que ahorra sólo 5% de su ingreso, que le da para cubrir la depreciación del capital, y nada más. Supongamos que llega un “big push” de donaciones internacionales, que le permite aumentar su ingreso y su capital en un año, de tal forma que pudiera pasar a ahorrar 10%. Como el capital inicial no es tan grande, ese 10% le sobraría para cubrir la depreciación, y continuaría acumulando capital. Esa situación seguiría hasta que el capital adicional no fuera tan productivo, y se llegara a un nuevo estado estacionario con mayor ingreso, y un ahorro de 10%. En el camino, el país tendría un proceso de crecimiento acelerado.
Sin embargo, Hausman, Pritchet y Rodrik en “Growth Accelerations” (Journal of Economic Growth, 2005) muestran que aunque tales episodios de aceleración existen, no están relacionados a los niveles iniciales de ingreso de los países. Eso es contrario a la teoría de las trampas de pobreza que predice que serán los países que escapan de las trampas los que se aceleran, por lo que deberían ser los países pobres aquellos con mayor probabilidad de tener un episodio de crecimiento acelerado.
El artículo de Kraay y McKenzie termina con una revisión de las trampas de pobreza a nivel individual, repasando algunos ejemplos donde sí hay problemas de ese tipo. Una ilustración es el de los pastores en zonas alejadas en Etiopía y Kenya. Para esta gente la única actividad disponible es ser pastores: pueden ser pastores de un rebaño chico, o de uno grande. Pastorear un rebaño grande es más eficiente, pero la gente que tiene un rebaño chico no tiene los recursos necesarios para adoptar la tecnología que hace el pastoreo de rebaños más grandes eficiente (por ejemplo, ser más móviles para poder hacer un mejor manejo del agua). En ese caso, la gente con rebaños chicos queda trancada en ese equilibrio.
Esos argumentos son interesantes, y graves para esa gente, pero no tienen mucha aplicabilidad en otras situaciones donde hay más tecnologías u opciones disponibles, y no se necesita de un “salto” para adoptar una actividad más rentable. En todo caso, los estudios reseñados en el trabajo de Kraay y McKenzie ayudan a entender mejor el fenómeno de la pobreza y qué cosas sirven y cuáles no para combatirla. Es un trabajo interesante, importante, y fácil de leer.
Una versión de este artículo apareció en El Observador, en Uruguay, el 26 de septiembre del 2015.