El cónclave de la Nueva Mayoría no produjo nada nuevo. Mucho ruido y pocas nueces. Aunque la verdad es que ni siquiera hubo mucho ruido. Este llegó después, por medio de las redes sociales y las declaraciones de algunos dirigentes que ven su influencia amenazada y su proyecto político amenazado.
Los discursos y comentarios del cónclave estuvieron dentro de lo estrictamente predecible. La Presidenta reformó el proyecto de gratuidad, como todos lo habían anticipado. Esto, desde luego, no lo hace un mejor proyecto. Sigue siendo una mala iniciativa, que persigue un objetivo final cuestionable -universidad gratis para todos-, y que, además, tendrá efectos regresivos sobre la distribución del ingreso.
El anuncio sobre la reforma constitucional tampoco es una sorpresa. Todos los consultores habían expresado la urgente necesidad de clarificar la ruta constitucional, de despejar esas dudas que han enrarecido el aire y han afectado la inversión.
Pero el que no sea novedoso no significa que no sea importante. Desde luego que lo es. Mientras antes se sepa qué mecanismos serán utilizados para elaborar una nueva Constitución, mejor. Sin embargo, el hacer las cosas sin dilación no es lo mismo que improvisar. Es de esencia que los ministros y los líderes de la Nueva Mayoría se aboquen a este tema con seriedad y que lo estudien con profundidad. En materia constitucional no puede suceder lo que pasó con la reforma tributaria, donde la improvisación y la incompetencia produjeron un Frankenstein horroroso que habrá que cambiar incluso antes de que entre en vigencia.
Un asunto de espejos
La Presidenta pidió a sus ministros que la ayuden a definir los mecanismos a través de los cuales se llegará a una nueva Constitución. Les dijo: discutan la forma, pero no el fondo.
El aspecto más polémico es si el nuevo texto se discutirá en el Congreso o en una asamblea constituyente. La verdad es que, en cierto modo y si las cosas se hacen de cierta manera, esto no tiene mayor importancia. Supongamos el siguiente ejercicio: en el año 2018 elegimos 155 diputados, con las nuevas reglas proporcionales que sustituyeron al sistema binominal. El mismo día, y sobre las bases de los mismos distritos, elegimos una asamblea constituyente (AC) de 155 miembros. Más aún, permitimos que una misma persona sea candidato tanto para la Cámara de Diputados como para la AC. El resultado más probable es que en este caso la constituyente sea un verdadero espejo de la Cámara de Diputados. Vale decir, sería (casi) lo mismo que la nueva Constitución fuera elaborada por un cuerpo o el otro.
En defensa de la soledad
Más de alguien podrá argumentar que los dos mecanismos “espejo” delineados más arriba son poco representativos de la comunidad y de la sociedad civil. No hay representantes directos de gremios, artistas, mujeres, artesanos, boy scouts, estudiantes, mineros, deportistas o de otras agrupaciones sociales.
Eso es verdad. Ambos mecanismos funcionan sobre la base de que cada individuo vale por sí mismo; cada persona un voto. Ambos son procedimientos de representación indirecta, que toman como base la geografía. Usted elige a un representante en la instancia constituyente de acuerdo al lugar donde reside y donde ejerce su derecho a voto para las elecciones habituales, parlamentarias o presidenciales.
Resulta que este es el sistema más democrático. De hecho, un mecanismo basado en votos de asociaciones sociales -estudiantes, mujeres, jubilados, pescadores y deportistas- es tremendamente injusto y antidemocrático, ya que les da más peso a algunas personas que a otras.
Supongamos los siguientes dos casos: por un lado, un ciudadano solitario y un tanto taciturno, que no pertenece a ningún grupo organizado; por el otro, una persona gregaria y sociable que participa en una infinidad de agrupaciones: es bombero voluntario, dirigente de su junta de vecinos, miembro de la agrupación “Amigos del Arte” y colaborador activo de grupos de protección medioambiental. ¿Hay alguna razón por la que el primer individuo, y por el solo hecho de ser solitario, tenga una voz más débil en el proceso constituyente? ¿Qué justificaría que el segundo pueda ejercer su derecho múltiples veces, al ser miembro de diversas organizaciones?
La respuesta es que lo único de verdad justo es que ambos tengan los mismos derechos y la misma influencia. El principio central es que el poder constituyente nace de las personas individuales y no de los grupos corporativos. En pocas palabras, es menester proteger a los solitarios.
Lo anterior no significa que las distintas agrupaciones no expresen su opinión, sus ansiedades y aspiraciones. Deben hacerlo, y es de esencia elaborar mecanismos que faciliten este proceso. Uno puede opinar a través de múltiples canales -reuniones vecinales, asambleas en el lugar de trabajo, redes sociales, interne-, pero el voto debe ser individual y sobre la base del único principio de verdad democrático: cada persona un voto, y sólo uno.
¿Y los empates?
Otra pregunta es qué hacer en caso de que los miembros de la instancia constituyente -ya sea el Congreso o una asamblea especialmente elegida para este efecto- empaten respecto de un aspecto particular de la nueva Carta Magna. De hecho, el problema es mucho más serio de lo que puede aparecer a primera vista, y no está circunscrito a los empates estrictos. También surge si hay mayorías estrechas y mezquinas.
Tomemos un ejemplo: 77 constituyentes quieren proteger y garantizar la más absoluta libertad de expresión, mientras que 77 quieren restringirla por medio de diversos mecanismos constitucionales, quizás similares a los impuestos en la Argentina o en la Bolivariana República de Venezuela. Un miembro no opina, por lo que hay igualdad de votos, un empate.
¿Qué hacer? Si se tratara de una reforma constitucional, la solución es obvia y fácil. Cuando no hay acuerdo sobre qué cambios incorporar a la Carta, se mantiene el texto antiguo. Pero esto no es tan automático en el caso de una nueva Constitución. Todo esto indica que antes de empezar el proceso es necesario definir qué hacer en casos como éstos, y en muchos otros donde la ausencia de reglas claras produciría una crisis política y social.
En todo esto, el punto esencial es que una nueva Constitución tiene que proteger a las minorías, garantizar los derechos de todos, generar armonía y estabilidad, y crear un sentido de propósito nacional. Una Constitución exitosa no puede ser impuesta por minorías circunstanciales.
Este es el momento de clarificar las cosas. El cónclave de la Nueva Mayoría no lo hizo, pero aún hay tiempo para hacerlo. Todo lo que se requiere es pensar claro, entender que “el orden de los factores sí altera el producto”, y que quien actúa con parsimonia y en forma gradual llega lejos. Los atolondrados se tropiezan, trastabillan y caen de bruces. Pierden apoyo y popularidad, y en el análisis final, nunca logran su objetivo.