Una versión de este artículo apareció en la publicación impresa del Observador a fines de abril. Agradezco a la dirección del diario poder publicarlo en Foco Económico.
Uno de los problemas que persiste a nivel mundial a pesar de los aumentos del ingreso es el del hambre. El principal organismo internacional que se dedica a estudiar el tema es la FAO (Food and Agriculture Organization, de las Naciones Unidas) que iguala hambre con subnutrición, medida como déficit de calorías por debajo de un umbral mínimo necesario. Según su informe de 2012, el número de personas subnutridas en el mundo era 870 millones de personas, el 12,5% de la población mundial.
Los economistas Robert Jensen y Nolan Miller argumentaron que como es un tema tan importante, los gobiernos deben tener las herramientas adecuadas para medir su incidencia. En particular, porque en la toma de decisiones sobre cuánto dinero asignar a la lucha contra el hambre, o en la mejora de la salud de la población, uno debe tener datos fidedignos para ver si las políticas están siendo efectivas, o para decidir reasignar fondos de un objetivo a otro si hay una mejora sustancial en uno de ellos.
Su preocupación sobre la calidad de las mediciones surgió por la siguiente paradoja. Cuando los ingresos de los países suben, el hambre debería bajar. Sin embargo, según las mediciones tradicionales, en la década entre 1991 y 2001 la economía china tuvo un crecimiento sin precedentes, y sin embargo según las mediciones tradicionales la fracción de gente consumiendo menos de 2.100 calorías (lo que se considera necesario para no estar subnutrido o hambriento) se incrementó de 53% a 67%.
Por supuesto, esto podría deberse a que el crecimiento del ingreso de los más ricos aumentó aún más rápido que el promedio, con una caída de hecho del bienestar de los más pobres. O podría haber sido la consecuencia de un empeoramiento en las actitudes y herramientas de la lucha contra el hambre, o quizás un aumento excesivo en los precios de la comida. Todo eso, argumentaron, podría haber jugado un rol. Pero su explicación es mucho más simple: se está midiendo mal el hambre.
La medida básica del hambre se basa en la noción que el cuerpo nos dice “tengo hambre” como forma de decir “necesito que ingieras calorías”, y por tanto estima la ingesta calórica. Es sabido que las medidas de este tipo tienen inconvenientes, como por ejemplo, que no todo el mundo tiene las mismas necesidades de calorías, o que si la incidencia de diarrea es grande, se pierden muchas de las calorías ingeridas.
Los economistas proponen en cambio medir el hambre con una base teórica distinta: en vez de comparar la ingesta calórica con un umbral definido externamente (por la FAO), decidieron mirar qué cosas eligió comer la gente.
La idea básica es sencilla. En países pobres la gente cubre la gran mayoría de las calorías que necesita consumiendo ciertos “alimentos básicos” baratos localmente como el arroz, la papa, el maíz, el trigo o la mandioca. Si de repente la gente se vuelve más rica y empieza a consumir carne (que es más cara y tiene menos calorías, pero es más sabrosa), aunque su ingesta de calorías sea más baja que el umbral, es difícil argumentar que la persona tiene más hambre que antes.
Su medida de hambre se basa entonces en mirar qué porcentaje de las calorías ingeridas vino de esos alimentos básicos, y cuánto de comidas más caras. Cuanto mayor el porcentaje surgido de comidas básicas, más hambre tendrá la persona.
Para ilustrar, imaginemos una persona pobre en algún lugar de China. Si tiene muy poco dinero para comida, lo gastará todo en arroz, que es barato, tiene muchas calorías, pero no es muy sabroso. La persona preferiría comer carne, pero si gastara una parte importante en carne, no tendría suficientes calorías y pasaría hambre.
Cuando su ingreso aumenta, la persona sabe que podrá cubrir sus necesidades calóricas, y que podrá comprar alguna forma de carne. Como es más gustosa la carne, la persona comprará menos arroz, y un poco más de carne. Más aún, la persona podría comprar carne aún si no cubre todas las calorías “necesarias”, siempre y cuando ello no signifique pasar mal por el hambre.
Si esta segunda persona termina comiendo menos calorías que el umbral impuesto por las Naciones Unidas, o aún si consume menos calorías que cuando comía sólo arroz, la FAO dirá que esta persona ahora tiene hambre mientras que antes no. Un economista diría lo contrario: un principio básico es que si la persona hoy puede comprar lo que comía antes, y no lo hace, tiene que estar mejor (se llama el principio de preferencia revelada; de hecho, el artículo académico de Jensen y Miller se llama “A Revealed Preference Approach to Measuring Hunger and Undernutrition,” o “Un Enfoque de Preferencia Revelada a la Medición del Hambre y la Subnutrición”). En particular, si la persona estuviera comiendo carne, pero tuviera hambre, habría decidido no comer tanta carne, y comprar en cambio más arroz.
Es así entonces como los autores concluyen que una caída en el porcentaje de las calorías que proviene de los alimentos básicos tiene que reflejar una caída en el hambre.
El enfoque basado en la preferencia revelada es mejor, argumentan los autores, porque sin importar cuál es la necesidad calórica de una persona (que la FAO toma como uniforme en la población), empezará a consumir menos comidas básicas cuando no tenga hambre, independientemente de la cantidad de calorías que haya ingerido. Por ejemplo, una persona que comió 3.000 calorías, pero todas de arroz probablemente tenga más hambre (porque es un trabajador manual, o porque es grande, o porque tiene diarrea) que una que ingirió 1.900 calorías, pero una parte importante fue en carne.
Según los cálculos de los autores, en vez de haber aumentado el porcentaje de personas hambrientas en China entre 1991 y 2001, ese número habría caído desde 49% a 20%. Según los cálculos tradicionales, habría aumentado en 150 millones el número de personas con hambre en China, pero según los autores habría caído en 200 millones.
La FAO no ha incorporado aspectos de esta nueva metodología a sus cálculos. Quizás sería importante para entender mejor el fenómeno.
Un tema en el artículo que realmente me llama la atención, es el de la no mención de la indebida asignación de los recursos públicos que llevan a cabo infinidad de gobiernos de países que sufren este flagelo.
¿Cómo puede justificarse que en un país como el nuestro, eso suceda y que el Ministro de Economía no sepa el número de pobres sub alimentados y sub educados que hay?
Los economistas saben de sobra que las necesidades sobrepasan a los recursos. Por lo tanto la clave es dar prioridad a los recursos con que se cuenta. Podríamos dar ejemplos a montones de derroches de los dineros públicos, esto sin contar los que se van por causa de la corrupción, otro flagelo a combatir.
Hola Ruben, gracias por el comentario. Estoy de acuerdo que hay mucho derroche por muchos lados, pero el foco del artículo es en cómo medir en forma apropiada la cantidad de gente con hambre.
Es un tema tan importante, que debemos tener medidas mejores. Imagina, por ejemplo, que según un indicador China está empeorando su situación mientras India la mejora; según ese indicador deberías concentrar más esfuerzos en China. Sin embargo, si el indicador está mal, y en realidad India empeora y China mejora, estarás haciendo daño por usar un mal indicador.
Un saludo cordial
Juan
Juan,
Me parece muy interesante la idea que discutis; tiene mucho potencial. Sin embargo, creo que tal vez un problema pueda darse a la hora de hacer comparaciones entre paises porque tal vez las canastas de referencias para determinar qué alimentos son basicos y cuales son mas sofisticados o de lujo sean diferentes entre paises. Esto puede variar por cuestiones de endowments en cada pais, que hacen que algunos alimentos sean mas baratos en algunos paises y mas caros en otros, o tambien por cuestiones culturales (e.g. no creo que haya mucho consumo de carne vacuna en India). Asi que puede resultar challenging comparar esta medida entre paises.
Tambien creo que la evolucion temporal de esta medida podria verse afectada por algunas cuestiones mas macro. Por ejemplo, si el gobierno cambia el IVA para algunos alimentos no para otros, seguramente esto lleve a una sustitucion entre alimentod que puede afectar la metrica que discuitis en el articulo.
En conclusion, me parece que esta forma alternativa para medir la pobreza sera muy util, pero habra que tener cuidado a la hora de computarla.
Saludos
Javier
Hola Javier. Estoy de acuerdo que hay que tener cuidado. Pero de todas maneras, el punto del artículo es más «hagan vuestra medida de hambre con algún tipo de base teórica razonable». Si las Naciones Unidas le dedicaran una fracción del dinero que gastan en su medida a incorporar algo parecido a esta idea, se podría mejorar mucho la medición.
Si querés, el punto del artículo es parecido al de Becker, Philipson y Soares «Quality and quantity of life and the evolution of world inequality» del AER (2003). El punto era: hay una medida habitual de desigualdad que no toma en cuenta que los países que eran pobres fueron los que más aumentaron su esperanza de vida desde el 60. Si valuamos eso (usando la teoría económica), la evolución de la desigualdad es muy distinta a la que pintan las medidas tradicionales.
Saludos
Juan