Nota publicada originalmente en La Gaceta el día 25 de abril de 2015.
Octubre se acerca a paso redoblado y en junio se acaban las especulaciones: el 10 de ese mes vence el plazo para inscribir coaliciones que compitan en las primarias del 9 de agosto. Doce días después, el 22, deben quedar oficializadas las candidaturas. Algo más de cuarenta días para comprobar si las fuerzas de oposición llegarán a los próximos comicios presidenciales de manera coordinada e incrementando su competitividad y efectividad a nivel nacional o si, por el contrario, seguirán embretadas en una dinámica de facciones que fragmenta y diluye el mayoritario electorado que pretende un cambio.
Este panorama, parecido al de elecciones presidenciales de 2007 y de 2011, facilita el camino para que el kirchnerismo pueda soñar con otro triunfo en primera vuelta o, al menos, con realizar una excelente elección que le permita sostener su influencia en el Congreso, retener un buen número de gobernaciones y, en el mejor de los casos, quedar en condiciones de ganar el balotaje. Aplicando el clásico principio de divide et impera, con la inestimable colaboración de un entorno político signado por los egos más que por las distancias ideológicas o sustantivas, el kirchnerismo podría seguir imaginándose gobierno a partir del 10 de diciembre próximo.
Desde fines de 2013, el 80% del electorado se inclina por apoyar a tres figuras: Sergio Massa, Mauricio Macri y Daniel Scioli. Los dos primeros son los claros representantes de la oposición. El gobernador de la Provincia de Buenos Aires, al margen de su reputación de líder moderado, plural y abierto al diálogo, se identifica con el oficialismo. Tres políticos con mucho en común, aunque jueguen distintos roles en esta coyuntura electoral. Durante este tiempo se produjo una llamativa alternancia: en diferentes momentos las preferencias se inclinaron más por uno que por otro. Distancias marginales, para nada definitivas. Pero el calendario electoral avanza y se agotan los tiempos para definir una estrategia que evite una nueva dispersión del voto opositor.
Los líderes centrales del espacio opositor se esfuerzan para agregar volumen electoral a sus espacios y conforman coaliciones con dirigentes o partidos afines. Macri lo hizo con Ernesto Sanz y con Elisa Carrió, necesario para incrementar su red en el interior del país, pero en absoluto suficiente para mejorar sus chances en el principal distrito del país: la Provincia de Buenos Aires. Sin embargo, su peso relativo, sobre todo en la Ciudad de Buenos Aires, Santa Fe, Córdoba, Mendoza, Tucumán, Entre Ríos y Neuquén, le brinda un piso para aspirar a una segunda vuelta y apuntar a capitalizar el espíritu crítico (anti K) que constituye el mayor porcentaje del votante de Massa. Desde esta perspectiva “evolucionista”, no habría necesidad de pactar ahora, sino que deberían transcurrir estos meses de incertidumbre sentando las bases de una coalición con el suficiente poder y los necesarios equipos para poder gobernar con eficacia.
Por su parte, Massa consolidó una estructura basada en intendentes de múltiples distritos, sobre todo de la principal provincia. Eso y su excelente imagen constituyen su gran fortaleza. Es un político que despliega una personalidad carismática al calor de la campaña, pero no logra generar ofertas competitivas en dos distritos claves como CABA y Santa Fe. El Frente Renovador predomina donde no hizo pie el PRO. Y viceversa. De ahí la competencia entre Massa y Macri en la puja por el apoyo de dirigentes como Gerardo Morales, José Cano u Horacio Pechi Quiroga: buscan capitalizar la buena imagen y las redes locales de estos para incrementar las chances de romper largas hegemonías provinciales y ganar sus respectivas gobernaciones.
Las chances de Massa crecerían de manera notable si se consolida su reciente acuerdo con José Manuel de la Sota y, en menor medida, con Adolfo Rodríguez Saá. Si la aritmética fuera consistente con los entramados políticos, entre ambos otorgarían al ex intendente de Tigre el caudal de votos que lo separa de Macri. El acto de lanzamiento oficial de su campaña, el próximo 1º de mayo en el estadio de Vélez Sarsfield, constituiría un punto de inflexión en su estrategia electoral.
El riesgo central que corren ambos consiste en que en sus esfuerzos por consolidarse como la principal opción opositora, lo que implica una puja no menor entre ellos, faciliten el camino para que el Frente para la Victoria, en su abuenada versión sciolista, retenga el poder. Predomina la desconfianza, sobre todo desde aquel parcial y forzado acuerdo FR-PRO de 2013, que en la Provincia de Buenos Aires logró un éxito rotundo al vencer al kirchnerismo y evitar cualquier chance de modificar la Constitución para posibilitar la reelección de CFK. A 70 años del fin de la Segunda Guerra Mundial, algunas de sus enseñanzas pueden contribuir a comprender mejor la enmarañada y singular dinámica política argentina. A menudo, los triunfos incompletos o puntuales, lejos de profundizar el afecto societatis entre sus principales protagonistas, precipitan o profundizan hiatos muy difíciles de procesar: tienden a generarse vínculos más intensos y sustentables entre algunos de los vencedores con sus vencidos que entre los originales responsables y socios de aquellas victorias contingentes.
Esta tensión atraviesa todo el proceso electoral. Inició en las elecciones de Salta, donde Massa pudo festejar que su candidato ganara, por escaso margen, la primaria de la ciudad capital al favorito candidato del PRO. Continuó la semana pasada en Mendoza y Santa Fe, aunque el escándalo por el recuento provisorio desplazó un debate para nada menor: los votos obtenidos por los candidatos del FR podrían ser decisivos en una final pareja, como se vislumbra, entre Miguel del Sel y Miguel Lifschitz. Si Massa negociara una coordinación electoral con el socialismo, que por ahora apoya a Margarita Stolbitzer, lograría compensar al menos una de sus grandes flaquezas derivadas del salto de Reutemann hacia el PRO: su escaso volumen en una provincia que representa el 9% del electorado, lo mismo que Córdoba y CABA.
Sumar al socialismo tiene otros condimentos para el FR: acercaría también ese segmento del radicalismo que resiste la decisión de la Convención de Gualeguaychú. Julio Cobos se inclinaría a ser candidato a senador nacional con el apoyo de Massa. Más aun, pocos pensaron que el inocuo acuerdo de 2011 entre Francisco de Narváez y Ricardo Alfonsín pudiese servir para algo. Pero el peronismo crítico que en Santa Fe respaldó a Del Sel, en particular algunos sindicatos, trata de influir para que se limite la fragmentación de la oposición y logre desplazar al Frente Progresista que hace 8 años gobierna una provincia hasta entonces dominada por el peronismo.
En el sindicalismo soplan vientos de cambio, que incluyen renunciamientos personales y esfuerzos para consolidar acuerdos de unidad. Tarde pero seguro, el supuesto pedido papal de reunificar a la CGT gana consenso. Hugo Moyano prefiere dar un paso al costado, incluso dentro de su propio gremio. No se sabe si espera algún llamado para recobrar protagonismo o si definirá él mismo volver al ruedo, siguiendo el principio de “el que se va sin que lo echen, vuelve sin que lo llamen”. Pero su rol detrás del acuerdo entre lo que queda del peronismo federal (sobre todo Rodríguez Saá), De la Sota y Massa, en la sede porteña del sindicato de petroleros privados, fue significativo.
En este marco, mientras algunos observadores y líderes empresariales pretenden que el ejemplo mendocino de convivencia pragmática entre radicalismo, macrismo y massismo, junto con otros referentes locales, se repita en otras provincias (como Tucumán, Jujuy, La Rioja) e influya en el escenario nacional, los candidatos de la oposición continúan desplegando sus propias estrategias, ajenos a estas demandas. La debilidad de las estructuras políticas que los sustenta explica, asimismo, que predominen caprichos u opiniones personales por sobre cursos alternativos que implicarían una competitividad electoral de la cual carecen. La fragilidad de las instituciones afecta y limita la planificación electoral de los candidatos, convencidos de que tan importante como conseguir el voto de los ciudadanos es conformar el ejército de disciplinados fiscales dispuestos a que se cuenten. Billetera mata galán. Y el recuento de Santa Fe bloquea ese inusual espíritu kantiano que algunos creyeron vislumbrar en Mendoza.
Así avanza, ahora al galope, la candidatura de Daniel Scioli, en medio de tanta mezcla de ego, pequeñas miserias humanas, autogenerados climas de exitismo y no pocas dosis de operaciones mediáticas. La larga hegemonía K contó con un inestimable colaboracionismo de las fuerzas de oposición, siempre dispuestas a permanecer desunidas. También en ese sentido Scioli se convirtió en el candidato de la continuidad.
Acertada síntesis e interpretación de los hechos.
A veces me pregunto si no será Scioli el Suarez del Kirchnerismo. Cuando lo hago en publico , la respuesta es siempre un sobrador «no podés comparar». Comparar siempre se puede,lo difícil es empardar.
José Hernandez no es lo mismo que Cervantes, pero los dos tienen lo suyo. Scioli es un fakir, que después de tanta cama de clavos sin chistar en aras de una primera magistratura, merece ser tenido en serio. Y una cosa es un fakir y otra un pelele. Se los puede comparar pero no son lo mismo. Entendió que siendo prima donna no se llega ni a la esquina. Los líderes de la oposición piensan distinto, y el vedetismo los pierde. No son lo mismo pero se los puede comparar.
«…el mayoritario electorado que pretende un cambio.»
Partiendo de una premisa falsa, es esperable llegar a conclusiones del mismo tipo.